De la muerte y otras sangres IV
Nuevos inquilinos
Roberto Bañuelas
Exceptuando la palidez verdosa de su piel, lo
vidriado de sus ojos y lo metálico de su voz, el aspecto del agente vendedor
que apareció ante la puerta de mi casa, era abrumadoramente normal. Trató de
venderme la mejor variedad de semillas para el cultivo de plantas exóticas, y,
ante mi negativa de comprar, me obsequió un paquetito con semillas de
guisantes.
Dos semanas después de haber arrojado
despectivamente las semillas al jardín, una malla de plantas —luminosamente
verdes— comenzaron a trepar por las azoteas de los edificios vecinos; pero
pasado un mes, se convirtieron en árboles enormes y monstruosos que, desde la
más alto, han estado abriendo sus vainas para soltar guisantes que caen sobre
las casa o ruedan por las calles destruyendo vehículos.
Lo que queda de la ciudad, muestra las heridas de
un cruel bombardeo; la desolación aumenta y se transforma, al mismo tiempo, en
una selva de invasoras leguminosas que todo lo ocupan.
Algunos científicos afirman que este fenómeno
macrovegetal es sólo el principio de la ensalada que una especia de gigantes
usará al devorarnos mientras se adueña del planeta.
Por quinta vez
Marisa García
Zúñiga
… el niño disparó sin errar sobre su madre.
Después de una noche angustiosa Irma levantóse y callada permaneció varias
horas. Hacia la caída de la tarde salió del cuarto con la maleta de cuero que
papá le regalara el año pasado. Me dio un beso (helado a pesar del sudor)
diciendo luego que “me cuidara o me descuidara… en fin, que hiciera lo que
quisiera”. Luego caminando quedito como no queriendo llamar la atención abrió
la puerta y todavía lo recuerdo aun cuando han transcurrido algunos años. Por
cierto desde entonces todo fue mal, como que se rompieron varias cosas al mismo
tiempo y no se pudieron recuperar. Papá casi no habla, nomás me mira a veces,
como con temor, haciéndome sentir rara. Anoche tuve otra vez aquel sueño
traumático, y realmente me está poniendo nerviosa. Tengo miedo. Creo que estoy
empezando a entender.
Curiosidad
Salvador Castañeda Pérez
Cansado el hombre de vagar en la oscuridad en pos
de su origen, inventando teorías absurdas e historias ridículas, decidió hacer
una máquina que lo condujera a su lejano principio. Gigantesca y complicada,
con infinidad de botones y grandes pantallas, la máquina, pronto estuvo
terminada y lista para cumplir su cometido. Imprudente y curioso como sus
parientes los grandes monos, el hombre entró a la cabina, se colocó en la
plataforma, apretó el botón de los años, seis siglos atrás, bajó la palanca y
giró en redondo; de pronto se encontró en plena edad media, colorida y
pintoresca, pletórica de frailes y señores feudales, valientes caballeros,
hermosas damas y campesinos miserables. Vio que eso estaba muy cerca de su
actualidad y decidió volver; de nueva cuenta manipuló la complicada máquina,
apretó el botón de los años, esta vez siete milenios atrás, bajó la palanca y se
ahogó en el diluvio universal.
La disociación
Dámaso Ogaz
En pleno sol de verano (35 grados a la sombra) el
señor F. J. va dando diente con diente, mientras todo su cuerpo tirita. ¿Está
enfermo…? No, su cuerpo está sano. El siquiatra le ha sugerido que se encuentra
sobre un témpano de hielo en la costa de Groenlandia, y por eso tiene tanto
frio (“Atchis… ¡Atchis!”).
Ese verano de 1963 F. J. muere de neumonía.
Treta
Crónica del viaje a
Samarcanda de los enviados de Enrique III
Pasan a la ciudad de Tresbisonda, y viene el comentario de las iglesias armenia y griega. Dice de esta última que “cuando muere algún hombre, y usó mal este mundo, y entienden por ello que es un gran pecador, en cuanto ha muerto, lo visten con paños de orden y le mudan el nombre para que el diablo no lo conozca”.
Pasan a la ciudad de Tresbisonda, y viene el comentario de las iglesias armenia y griega. Dice de esta última que “cuando muere algún hombre, y usó mal este mundo, y entienden por ello que es un gran pecador, en cuanto ha muerto, lo visten con paños de orden y le mudan el nombre para que el diablo no lo conozca”.
Muerte de Utopo
Pedro Gómez
Valderrama
Utopo concurrió, con la reina, al estreno de una nueva antivida del poeta
Ascanio que trataba de las desventuras de un conductor político de los antiguos
tiempos, con su país partido en una guerra civil, que al fin y al cabo logra
dominar, sólo para que en el momento del triunfo, cuando asiste a una
representación teatral, en la cual se trata igual tema, sea asesinado de un
flechazo por uno de los actores, que a su vez debía representar otro asesinato.
El caso es que Utopo, sentado en su palco, recibió el flechazo de la ficción,
en plena realidad, y fue asesinado por uno de los actores, prefigurando además
la muerte de Lincoln, e iniciando igualmente una cadena de espejos que por infinita
debe estar aun desarrollándose, ya que en cada representación hay contenida
otra en la cual, mientras en escena se mata a un líder político, se representa
otra comedia en que hay otra muerte similar, hasta que probablemente la última
vez sea de nuevo la muerte de Utopo.
Huida
Ednodio Quintero
Despertó sobresaltado. Se miró las uñas sorprendiéndose de encontrarse vivo
luego de feroz combate. Conservaba una noción un tanto vaga acerca de las
oscuras motivaciones de la huida. Salto gigantesco hacia un lado,
irremediablemente otro lado, norte quizá. Zona vedada a su desgarramiento.
Al regreso del cafetín, todavía con el amargor en los labios, continuaba
golpeándole la imprecisa, insatisfecha, ansia de entender. Algo de culpa en el
involuntario, casi imperceptible, movimiento en sus manos, garras. Inesperado
brillo en el oscuro rincón de su mente aletargada. No. Negado cambio de planes.
Corrió. Exhausto llegó frente al espejo maldito, puerta entreabierta hacia su naciente
locura. Suavemente pasó la mano sobre la superficie lisa, engañadoramente
húmeda: no hubo correspondencia.