La exactriz porno, ahora novelista, habla sobre su extraño camino hacia la literatura
Mi cuerpo es mi arte. Sacha Grey. Atrevida y arrojada, ha decidido que no es una Barbie./revista Ñ |
Ella, ahora, al final de la entrevista y aún sentada en el sillón de
esta suite 606 en el último piso de un sofisticado hotel de Madrid, se
acuerda de la tarde en que rompió la cabeza de una muñeca Barbie de su
hermana y la tiró por el inodoro de la casa paterna en Sacramento.
“Tenía cuatro años y odiaba las Barbies”, dice ella. Y sonríe. La escena
recordada sin querer prefigura, de algún modo, el vuelco que tendrá la
vida de Marina Ann Hantzis cuando, a los dieciocho, decida llamarse
Sasha Grey. Tiene sentido. Sasha Grey es ella. La chica de dieciocho
años que se metió en la industria de la pornografía porque era el único
lugar donde una mujer gana más que un hombre. Y además porque en ese
territorio podía experimentar todas las fantasías que desde adolescente
se le habían cruzado por la cabeza.
Y así lo hizo, desde la
primera escena en la que participó, cuando le pidió al actor Rocco
Siffredi – mientras le hacía sexo oral– que le diera una piña en el
estómago. Esa imagen (y otras) viralizaron a una Sasha Grey protagonista
de las escenas más atrevidas y radicales del cine triple X. Esas que
empezaron a acumular fanáticos por erosionar uno tras otro los
estereotipos de una industria devenida en lugar común. Sasha Grey no es
una Barbie: es una mujer común que supo entregar su cuerpo a situaciones
a las que a ninguna otra porno star se le había ocurrido exponerse. Le
bastaron sólo tres años. A los 21 abandonó el porno para continuar su
carrera como ícono pop.
Desde ese momento, a Sasha Grey se la
podría pensar como un exponente del arte contemporáneo en sus
impredecibles mutaciones. Sale de gira como dj, tiene una banda
(ATelecine), publicó un libro de fotografías (Neü Sex), participó en filmes clase B, series sin éxito, cameos en videoclips y protagonizó películas de cine arte como The girlfriend experience
de Steven Soderbergh. Aunque en disciplinas diferentes y carreras
opuestas, Sasha Grey y Marina Abramovic se parecen en algún punto. En
performances como “La artista está presente” (MoMA, 2010),
Abramovic lleva al extremo el uso de su cuerpo como medio para el arte.
Aunque resulte arriesgado pensar a Sasha Grey en ese sentido, ella
también utilizó su cuerpo y el aparato de una industria degradada para
transmutarse en artista conceptual.
La Sociedad Juliette,
la novela erótica que acaba de publicar, no es más que una nueva escala
en ese viaje que empezó a los diez años, cuando Anthony D’Juan, su
profesor de arte dramático, la animaba a escribir.
Si como apunta Elisabeth Roudinesco en Nuestro lado oscuro,
Sade construye una enciclopedia del mal basada en la necesidad de una
rigurosa pedagogía del goce ilimitado, entonces Grey aplica en su libro
una pedagogía del goce ilimitado de las fantasías femeninas para
construir una enciclopedia del bien o, mejor, un volumen de autoayuda sexua l para liberar chicas de una sociedad reprimida. La marca de estilo tiene en su nervio el bang bang style
propio de Chuck Palahniuk (interpelación al lector, estudiada
incorrección política, efectivo uso del punto y aparte) y en ella se
acumulan las citas a películas de Buñuel, Godard, Kubrick para relatar
el despertar de su protagonista, una estudiante de cine llamada
Catherine, en las turbias aguas de la lujuria. Sasha Grey, que encontró
su seudónimo en la cruza de un músico de rock industrial (Sascha
Konietzko) y una cita a Oscar Wilde (El retrato de Dorian Gray), entiende que siempre se la consideró una intelectual del porno.
Y por eso se preocupa en dejar claro que para escribir la novela se
sintió inspirada por Fellini, Voltaire o Angela Carter. Quizás esa
pretensión en vez de ser su fortaleza sea su debilidad. Un libro que
podría ametrallar sobre las represiones y carencias de una sociedad
alienada sexualmente termina siendo sólo una bomba de estruendo con astillas de películas ya vistas.
También es cierto: Sasha Grey aboga por la convivencia entre sexo y
violencia y tal vez allí (en ese territorio incómodo) esté la bomba que
ella pueda hacer estallar.
Casi al final de la novela, la
protagonista entiende que ha sido iniciada. Y quien le habla enumera los
pasos que la llevaron hasta ese lugar secreto. Uno de ellos es la
“desorientación de los sentidos”, idea que también planteaba Rimbaud
luego de haber estudiado la filosofía ocultista para entender el papel
que en la Edad Media tuvieron brujas y hechiceros en la liberación del
espíritu y de la mente. Los alquimistas –entendía Rimbaud– decían que no
hay luz sin sombra ni plenitud psíquica sin imperfección. Hermes
Trismegisto lo supo antes: nunca se llega al oro sin la sordidez.
–En un momento del libro casi llegás a citar un concepto de Rimbaud. ¿El porno fue “el desarreglo de los sentidos” en tu vida?
–Definitivamente,
como adolescente. Porque empecé a tener fantasías que no era capaz de
explicar y me daba mucha vergüenza tenerlas. Tampoco se las podía contar
a nadie. Tuve que afrontar esas fantasías y asumirlas.
–Durante
gran parte de la novela Catherine sólo tiene sexo en sus fantasías. Y
en un final que podría ser parte de su imaginación, descubre la trama
del poder, pero no se rebela ante esa situación.
–En
parte, la fantasía y la imaginación forman parte de su personalidad. Y,
como recurso literario, me interesaba trabajar sobre esa ambigüedad,
que no se notara qué era fantasía y qué realidad. Y al final, Catherine
tiene que tomar una decisión pero no vemos exactamente lo que decide.
Así que su viaje todavía no termina.
–¿Por qué no se rebela ante ese poder oculto?
–Porque creo que le fascina.
–¿El poder?
–No
sólo el poder sino el hecho de que ella ha sido iniciada. Y que lo que
experimenta sólo es la punta de lo que vendrá después. Y como todos
nosotros hacemos muchas veces, continuamos haciendo algo aunque nos da
miedo, porque nos fascina. Ella es muy curiosa, se siente atraída por
las cosas que le dan miedo.
–Para vos, el trabajo del actor, en el cine, consiste en desafiar la cámara. ¿Qué tiene que hacer el escritor frente al texto?
–Me gusta la idea de provocar, que el lector se pregunte ciertas cosas, y también que cuestione cómo deben ser las cosas.
–¿Por ejemplo en la relación entre el sexo y la violencia?
–Claro. Digo que el sexo y la violencia pueden ser acordados.
Y el hecho de que ella no lo disfrute o no le guste observarlo, no
significa que haya algo malo. Es una fantasía, un deseo, que ella ya ha
tenido antes, es algo nuevo que le ocurre y que le da miedo. Y esto es
algo que sé por experiencia. Sigue siendo difícil aceptar que alguien
encuentre placer con la relación entre el sexo y la violencia. Y si se
comprende, entonces, tal vez puedas comprender lo que significa el
respeto. Además esto permite respetar a todas las personas,
independientemente de su orientación sexual, raza o género. Y también
respetar a las personas que disfrutan de experiencias más extremas.
–“Mi cuerpo es mi arte”, dijiste en una entrevista. ¿Dónde está el cuerpo en esta novela?
–Es
la mente (risas). Evidentemente en este libro puse gran parte de mi
experiencia. Muchos de las escenas y personajes del libro han sido
creados basándome en personas que he conocido y en situaciones que me
han ocurrido a mí o a personas que yo conozco.
Como la artista Marina Abramovic, en tu carrera llevaste el cuerpo al extremo. Sos un ícono pop.
–La
mente o el cuerpo son los recursos de los que yo dispongo, la capacidad
que tengo para expresarme y crear cosas que produzcan algún cambio en
la sociedad.
Anna es la belleza, Catherine es la razón. ¿Dónde te encontrás entre esos dos puntos?
–Conecto
más con Catherine. Cuando creé el personaje de Anna lo que quería era
que fuera la chica que uno no querría ser. La voz de alarma. Y de hecho
Anna es una obsesión de Catherine. Hay días en los que me levanto y
digo: ojalá me diera todo igual.