martes, 3 de septiembre de 2013

Manual literario de autoayuda sexual

La exactriz porno, ahora novelista, habla sobre su extraño camino hacia la literatura

Mi cuerpo es mi arte. Sacha Grey. Atrevida y arrojada, ha decidido que no es una Barbie./revista Ñ
Ella, ahora, al final de la entrevista y aún sentada en el sillón de esta suite 606 en el último piso de un sofisticado hotel de Madrid, se acuerda de la tarde en que rompió la cabeza de una muñeca Barbie de su hermana y la tiró por el inodoro de la casa paterna en Sacramento. “Tenía cuatro años y odiaba las Barbies”, dice ella. Y sonríe. La escena recordada sin querer prefigura, de algún modo, el vuelco que tendrá la vida de Marina Ann Hantzis cuando, a los dieciocho, decida llamarse Sasha Grey. Tiene sentido. Sasha Grey es ella. La chica de dieciocho años que se metió en la industria de la pornografía porque era el único lugar donde una mujer gana más que un hombre. Y además porque en ese territorio podía experimentar todas las fantasías que desde adolescente se le habían cruzado por la cabeza.
Y así lo hizo, desde la primera escena en la que participó, cuando le pidió al actor Rocco Siffredi – mientras le hacía sexo oral– que le diera una piña en el estómago. Esa imagen (y otras) viralizaron a una Sasha Grey protagonista de las escenas más atrevidas y radicales del cine triple X. Esas que empezaron a acumular fanáticos por erosionar uno tras otro los estereotipos de una industria devenida en lugar común. Sasha Grey no es una Barbie: es una mujer común que supo entregar su cuerpo a situaciones a las que a ninguna otra porno star se le había ocurrido exponerse. Le bastaron sólo tres años. A los 21 abandonó el porno para continuar su carrera como ícono pop.
Desde ese momento, a Sasha Grey se la podría pensar como un exponente del arte contemporáneo en sus impredecibles mutaciones. Sale de gira como dj, tiene una banda (ATelecine), publicó un libro de fotografías (Neü Sex), participó en filmes clase B, series sin éxito, cameos en videoclips y protagonizó películas de cine arte como The girlfriend experience de Steven Soderbergh. Aunque en disciplinas diferentes y carreras opuestas, Sasha Grey y Marina Abramovic se parecen en algún punto. En performances como “La artista está presente” (MoMA, 2010), Abramovic lleva al extremo el uso de su cuerpo como medio para el arte. Aunque resulte arriesgado pensar a Sasha Grey en ese sentido, ella también utilizó su cuerpo y el aparato de una industria degradada para transmutarse en artista conceptual.
La Sociedad Juliette, la novela erótica que acaba de publicar, no es más que una nueva escala en ese viaje que empezó a los diez años, cuando Anthony D’Juan, su profesor de arte dramático, la animaba a escribir.
Si como apunta Elisabeth Roudinesco en Nuestro lado oscuro, Sade construye una enciclopedia del mal basada en la necesidad de una rigurosa pedagogía del goce ilimitado, entonces Grey aplica en su libro una pedagogía del goce ilimitado de las fantasías femeninas para construir una enciclopedia del bien o, mejor, un volumen de autoayuda sexua l para liberar chicas de una sociedad reprimida. La marca de estilo tiene en su nervio el bang bang style propio de Chuck Palahniuk (interpelación al lector, estudiada incorrección política, efectivo uso del punto y aparte) y en ella se acumulan las citas a películas de Buñuel, Godard, Kubrick para relatar el despertar de su protagonista, una estudiante de cine llamada Catherine, en las turbias aguas de la lujuria. Sasha Grey, que encontró su seudónimo en la cruza de un músico de rock industrial (Sascha Konietzko) y una cita a Oscar Wilde (El retrato de Dorian Gray), entiende que siempre se la consideró una intelectual del porno. Y por eso se preocupa en dejar claro que para escribir la novela se sintió inspirada por Fellini, Voltaire o Angela Carter. Quizás esa pretensión en vez de ser su fortaleza sea su debilidad. Un libro que podría ametrallar sobre las represiones y carencias de una sociedad alienada sexualmente termina siendo sólo una bomba de estruendo con astillas de películas ya vistas. También es cierto: Sasha Grey aboga por la convivencia entre sexo y violencia y tal vez allí (en ese territorio incómodo) esté la bomba que ella pueda hacer estallar.
Casi al final de la novela, la protagonista entiende que ha sido iniciada. Y quien le habla enumera los pasos que la llevaron hasta ese lugar secreto. Uno de ellos es la “desorientación de los sentidos”, idea que también planteaba Rimbaud luego de haber estudiado la filosofía ocultista para entender el papel que en la Edad Media tuvieron brujas y hechiceros en la liberación del espíritu y de la mente. Los alquimistas –entendía Rimbaud– decían que no hay luz sin sombra ni plenitud psíquica sin imperfección. Hermes Trismegisto lo supo antes: nunca se llega al oro sin la sordidez.
–En un momento del libro casi llegás a citar un concepto de Rimbaud. ¿El porno fue “el desarreglo de los sentidos” en tu vida?
–Definitivamente, como adolescente. Porque empecé a tener fantasías que no era capaz de explicar y me daba mucha vergüenza tenerlas. Tampoco se las podía contar a nadie. Tuve que afrontar esas fantasías y asumirlas.
–Durante gran parte de la novela Catherine sólo tiene sexo en sus fantasías. Y en un final que podría ser parte de su imaginación, descubre la trama del poder, pero no se rebela ante esa situación.
–En parte, la fantasía y la imaginación forman parte de su personalidad. Y, como recurso literario, me interesaba trabajar sobre esa ambigüedad, que no se notara qué era fantasía y qué realidad. Y al final, Catherine tiene que tomar una decisión pero no vemos exactamente lo que decide. Así que su viaje todavía no termina.
–¿Por qué no se rebela ante ese poder oculto?
–Porque creo que le fascina.
–¿El poder?
–No sólo el poder sino el hecho de que ella ha sido iniciada. Y que lo que experimenta sólo es la punta de lo que vendrá después. Y como todos nosotros hacemos muchas veces, continuamos haciendo algo aunque nos da miedo, porque nos fascina. Ella es muy curiosa, se siente atraída por las cosas que le dan miedo.
–Para vos, el trabajo del actor, en el cine, consiste en desafiar la cámara. ¿Qué tiene que hacer el escritor frente al texto?
–Me gusta la idea de provocar, que el lector se pregunte ciertas cosas, y también que cuestione cómo deben ser las cosas.
–¿Por ejemplo en la relación entre el sexo y la violencia?
–Claro. Digo que el sexo y la violencia pueden ser acordados. Y el hecho de que ella no lo disfrute o no le guste observarlo, no significa que haya algo malo. Es una fantasía, un deseo, que ella ya ha tenido antes, es algo nuevo que le ocurre y que le da miedo. Y esto es algo que sé por experiencia. Sigue siendo difícil aceptar que alguien encuentre placer con la relación entre el sexo y la violencia. Y si se comprende, entonces, tal vez puedas comprender lo que significa el respeto. Además esto permite respetar a todas las personas, independientemente de su orientación sexual, raza o género. Y también respetar a las personas que disfrutan de experiencias más extremas.
–“Mi cuerpo es mi arte”, dijiste en una entrevista. ¿Dónde está el cuerpo en esta novela?
–Es la mente (risas). Evidentemente en este libro puse gran parte de mi experiencia. Muchos de las escenas y personajes del libro han sido creados basándome en personas que he conocido y en situaciones que me han ocurrido a mí o a personas que yo conozco.
Como la artista Marina Abramovic, en tu carrera llevaste el cuerpo al extremo. Sos un ícono pop.
–La mente o el cuerpo son los recursos de los que yo dispongo, la capacidad que tengo para expresarme y crear cosas que produzcan algún cambio en la sociedad.
Anna es la belleza, Catherine es la razón. ¿Dónde te encontrás entre esos dos puntos?
–Conecto más con Catherine. Cuando creé el personaje de Anna lo que quería era que fuera la chica que uno no querría ser. La voz de alarma. Y de hecho Anna es una obsesión de Catherine. Hay días en los que me levanto y digo: ojalá me diera todo igual.