Arqueólogos británicos excavan por vez primera en uno de los campos de exterminio nazis. Hallan importantes restos de la masacre masiva de judíos
Las vías de tren por las que llegaban, hasta la entrada misma del campo de exterminio, los vagones cargados de prisioneros, rumbo a la muerte. / Ira Nowinski./elpais.com |
Treblinka era uno de los argumentos preferidos de los negacionistas
del Holocausto. Los testimonios de los supervivientes y los documentos
hablaban de un campo de exterminio a hora y media de Varsovia, pero en
el punto indicado solo había una loma verde, una granja, un bosque. Nada
que ver con los barracones y con las duchas de Auschwitz. Nunca se
habían hallado evidencias de la maquinaria del mal que acabó con entre
700.000 y 900.000 judíos y un número indeterminado de gitanos. Nunca...
hasta ahora. Un equipo de la Universidad de Staffordshire (Reino Unido), comandado por la arqueóloga forense Caroline Sturdy Colls, ha encontrado la primera evidencia física de las cámaras de gas, cimientos y losas, además de varias fosas comunes.
Su investigación no solo es importante porque aporta la única prueba tangible de que Treblinka no es un mito,
sino por los medios empleados para dar con ella. Durante seis años,
explicaba ayer a EL PAÍS la doctora, se hicieron mapas computarizados y
fotografías aéreas, se usaron sofisticados GPS y georradares, incluso un
escaneo láser —denominado Lidar—, todo para hallar muestras de que
había tierra removida y algún indicio de obra pasada. Es un proceso que,
en la base, se asemeja al empleado en España para buscar algunas fosas
de la Guerra Civil, incluyendo la del poeta y dramaturgo Federico García
Lorca en Granada.
Aunque los nazis hicieron un buen trabajo escondiendo el campo,
ocultándolo en una inocente zona de labranza a base de tirar los muros,
rellenar los huecos y nivelar el suelo, los expertos lograron detectar
tres zonas, bastante distantes entre sí, en las que comenzaron a cavar y
encontraron los primeros huesos humanos, muchos en un nivel muy
superficial y con extraños cortes. Aún no está claro el número de
cuerpos localizados.
Luego vinieron los cimientos, oquedades tapadas a conciencia con todo
tipo de materiales que fueron la base de las cámaras de gas. Y también
el descubrimiento más macabro: unas losas de cerámica, finas, entre
rojizas y mostaza, con la estrella de David en relieve. Muchos
supervivientes habían hablado ya de esos dibujos, como se ve en sus
relatos en el Museo Yad Yashem de Jerusalén: la cámara de gas, contaban,
estaba disfrazada de mikvé, el baño ritual judío, por lo que
los hombres y mujeres que llegaban a Treblinka pensaban que iban
sencillamente a lavarse. El símbolo sagrado del judaísmo en la fachada
de ese edificio al que los arrastraban les hacía sentirse seguros,
confiados... y engañados hasta el último momento. Así durante los 24
meses que funcionó el campo, entre 1942 y 1943.
Gracias a las excavaciones, se ha podido diseñar además un mapa del
recinto, desde la vía de tren a la que llegaban los judíos y gitanos —a
los que se prometía que Treblinka solo era una zona de paso, antes de
ser deportados al Este, como recuerda el profesor Gideon Greif— hasta
las dos cámaras de las que hay restos, una con capacidad para 600
personas y otra para 5.000, y el pasillo al aire libre por el que los
llevaban. Hay testimonios, no obstante, que hablaban de hasta una decena
de cámaras repartidas por la zona. En 60 minutos, los vivos pasaban del
tren a la desnudez y a la muerte, según indican los arqueólogos en el
documental Treblinka: la máquina de matar de Hitler, emitido por el Smithsonian Channel, donde se ha dado a conocer este descubrimiento y que incluye una recreación del espacio.
La profesora Sturdy Colls explica que su mayor afán era el de ser
respetuosa con la zona, convertida en lugar de homenaje a las víctimas
tras la Segunda Guerra Mundial y donde se habían vetado las
excavaciones, por respeto.
Vía correo electrónico, Sturdy Colls sostiene que convenció a los
responsables del museo e incluso al Gran Rabinato de Polonia de que su
técnica no invasiva iba a respetar a los muertos y, a la vez, a dar
respuestas a los vivos. “La primera vez que fui allí me quedó claro que
había una abundancia de evidencias que habían sobrevivido en el terreno y
probaban que Treblinka fue un campo de exterminio, no de paso. Ser
capaz de confirmarlo ha sido un honor para mí. Había que hacerlo para
que aprendan las generaciones futuras”, indica la doctora, especializada
en usar sus conocimientos forenses con fines históricos, más allá de
sus clases universitarias y de sus colaboraciones con la Policía
británica. La zona, remarca, ha quedado luego tal y como la encontraron,
con los monolitos de piedra que recuerdan a las innumerables víctimas.
Su técnica, abunda, abre “nuevas posibilidades para el examen del
Holocausto o de otros sitios de conflicto”, por lo que planea continuar
indagando en otros escenarios. Ya lo ha hecho, usando estos mismos
medios, en Staro Sajmiste (Belgrado) y en las islas del Canal del Reino
Unido, con resultados positivos. Pero Treblinka es diferente,
“especial”, por lo que supone para las víctimas, que ahora pueden
enseñar al mundo las piedras que vieron y tocaron. Para dar a conocer
los descubrimientos y los métodos empleados, se preparan ya una
exposición y un libro con la tarea del equipo de Staffordshire.