Los más grandes escritores son los que soportan las críticas más duras
El filósofo español José Ortega y Gasset fue decisivo en el ingreso de Hispanoamérica a la modernidad./eltiempo.com |
Si es verdad que los más grandes escritores
son los que soportan las críticas más duras, entonces José Ortega y
Gasset es, quizá, el mayor escritor español del siglo XX, porque nadie
ha soportado ataques, tergiversaciones, burlas y parodias tan sangrantes
como él. Hay muchas razones que explican este hecho. Una es el lugar
desmesurado que Ortega ocupó desde muy joven en la vida intelectual
española, lo que hizo que ofreciera un blanco desmesurado.
Otra es el secuestro de Ortega por los
orteguianos, que han estado a punto de convertirlo en un pensador
repipi, reaccionario e insustancial. Otra, claro está, son sus propias
debilidades, cada vez más acusadas a medida que envejece: su pedantería,
sus cursiladas, su arbitrariedad, su prepotencia, su egolatría, su
nacionalismo mal disimulado y su autoritarismo de salón, su gusto por
las señoronas y los señorones y por supuesto sus ortegajos (como los
llama Sánchez Ferlosio), esas sentencias lujosas pero huecas que de vez
en cuando afligen su obra: “orquídeas verbales”, las llamaba Josep Pla.
A mi juicio, el mérito principal de la
apasionante biografía de Ortega que acaba de publicar Jordi Gracia
consiste en no ocultar ninguno de los defectos de Ortega recordándonos
todas sus virtudes; es decir, recordándonos lo que nunca ha dejado de
ser: un pensador vivísimo, jovial, subversivo, pletórico de estímulos,
radicalmente ateo y anticatólico, radicalmente vitalista, radicalmente
radical, porque va a la raíz de los problemas.
Gracia subraya paradojas fundamentales y
ofrece más de una sorpresa a quienes creíamos conocer a Ortega; menciono
dos. Goethe advirtió con razón que hay que tener mucho cuidado con lo
que se quiere ser de mayor, porque puede acabar consiguiéndose; pero se
le olvidó advertir que hay que tener todavía más cuidado con lo que no
se quiere ser de mayor, porque también puede acabar consiguiéndose.
Es lo que le ocurrió a Ortega. Nacido en una
familia de periodistas, de joven Ortega aspiró a huir del periodismo y a
hacer “labor objetiva y científica en libros”, como escribe en una
carta casi adolescente a su padre. La realidad, sin embargo, es que
Ortega fue ante todo un escritor de periódicos, que solo publicó un
libro como tal y que el resto de su obra consta de recopilaciones de
artículos.
Lo curioso es que fue precisamente ese género,
el artículo, el que le permitió a Ortega dar lo mejor de sí mismo, el
que lo convirtió en el pensador asistemático y literario que es, lleno
de intuiciones, vislumbres y fogonazos deslumbrantes; en cambio, cuando,
ya de mayor, sintió la urgencia de forjar un sistema filosófico,
fracasó.
Paradojas aparte, quizá la mayor aportación de
Gracia reside en haber documentado al detalle la total imbricación de
Ortega con la política de su país, su ciclotímica pero absorbente pasión
política. Aquí Gracia destroza los clichés propagados con éxito
sorprendente por quienes no han leído a Ortega o lo han leído con mala
intención: Ortega no solo no tuvo la más mínima connivencia con el
fascismo, sino que parte importante de su obra –La rebelión de las
masas, sin ir más lejos– está escrita contra él; Ortega fue siempre un
liberal –un liberal izquierdista de joven y un liberal conservador de
viejo– y un demócrata casi siempre radical, lo que de joven hizo de él
un antisistema y de mayor le convirtió en un defensor de la República,
su gran proyecto político y su mayor fracaso, como el de toda su
generación.
“¿Es el gran filósofo español?”, le preguntó
Tereixa Constenla a Gracia en este periódico; la respuesta a esa
pregunta fue otra pregunta: “¿Hay otro?”. La tradición del pensamiento
español es la que es, y parece evidente que, al menos en el siglo XX,
casi nadie ha pensado en español con la potencia, la inteligencia y la
brillantez de Ortega. Para apreciarlo, no hace falta estar siempre de
acuerdo con él. Al contrario. “Ricordati, Fabrizio”, le dice un amigo al
protagonista de Prima della revoluzione, la película de Bernardo
Bertolucci, “non si puó mica vivere senza Rossellini”.
Nosotros podemos pensar contra Ortega, quizá
incluso debemos hacerlo; pero no podemos pensar sin Ortega, porque, al
menos en español, no se puede vivir sin Ortega. Sin el Ortega que nos
devuelve Gracia, por lo menos: un Ortega sin orteguianos ni ortegajos.