Detrás del Muro es el título de la última novela del autor chileno
Roberto Ampuero, autor chileno de Detrás del Muro. /latercera.com |
“¿Por qué he regresado a Berlín?”, se pregunta Roberto Ampuero (61)
en las primeras páginas de su último libro. “No lo sé muy bien. O quizá
lo sé, y tal vez sean muchas las razones. Lo cierto es que hace poco, en
mi casa del Midwest, mientras escuchaba una canción de Coldplay y
surfeaba en la web, me topé con los acogedores estudios renovados que
alquila Brilliant Apartments en distintas ciudades europeas. Enorme fue
mi sorpresa al notar que uno de estos estudios se encontraba justo en la
vivienda de Isabella. Las fotografías no podían engañarme. Las
interpreté como una invitación y sentí de inmediato la tentación de
cruzar el Atlántico para explorar los espacios que frecuenté hacía
varias décadas”.
Isabella fue una amante que vivía en la Oderberger Strasse de Berlín
Oriental, muy cerca del Muro. La vuelta de Ampuero tuvo que ver con este
recuerdo, pero también con otros que iban camino a diluirse y que
hablan de entusiasmos y desilusiones en tiempos de Guerra Fría. “Novela
de mi memoria imprecisa”, Detrás del muro es un viaje del escritor, ex
embajador y ex ministro a sus años de juventud. Una suerte de
continuación de Nuestros años verde olivo (1999), sobre su vida en Cuba
tras la partida al exilio.
Eso sí, dice que ya no podía recordar con la misma precisión. Por eso
volvió a la ciudad, ahora junto a su esposa, en los veranos de 2010 y
2011. Allí arrendó un estudio y pasó revista a su pasado, en un
ejercicio de “memoginación”: una mezcla de memoria e imaginación. Y así
surgió un volumen que arranca en 1974 y termina tras la caída del Muro
hace ya un cuarto de siglo.
Ampuero llegó dos veces a Berlín Oriental. La primera, en 1974, era
un veinteañero militante. En esa ocasión permaneció poco más de seis
meses, tiempo en el que tuvo una polola alemana que no podía creer que,
tras pasar por Amsterdam y Berlín Occidental, hubiese optado por la RDA.
“Yo soy comunista y quiero vivir en un país comunista”, se explicaba
él. Y ella replicaba: “Pobre estúpido. Acá lo único que queremos es
irnos”.
La segunda estada fue más larga. Venía de vuelta de Cuba, en 1979,
poco después de haber renunciado a las Juventudes Comunistas, y se quedó
hasta fines de 1982. Tras llegar se unió a la UJD, que define como “una
unión de jóvenes más o menos arrepentidos, liberales, tolerantes,
decepcionados del socialismo real”. Tenía, a diferencia de casi todos
los chilenos expatriados, la ventaja de hablar el alemán adquirido en
sus años escolares en Valparaíso. Eso sí, sus necesidades de vivienda,
educación, salud y otras pasaban por el filtro del Comité Chile
Antifascista (CHAF), integrado por representantes de los partidos de la
Unidad Popular y funcionarios locales, “principalmente de la Stasi”, la
policía política germano-oriental.
Seducido, para propósitos literarios, por “la atmósfera de opresión,
de control y de frustraciones ciudadanas del totalitarismo”, el autor de
Los amantes de Estocolmo explica sus creencias de ayer. “Uno tenía su
edificio dogmático en la cabeza que te ayudaba a justificar por qué las
cosas eran de cierta forma”. Por qué, por ejemplo, había un muro del que
oficialmente no se hablaba en la RDA. Y por qué la defensa de un estado
de cosas justificaba silencios y omisiones de parte de exiliados
chilenos, incluso tras el fin de URSS.
En este punto, no sólo ve Ampuero una conexión entre su nuevo libro y
Morir en Berlín, de Carlos Cerda, con quien señala haber compartido
miradas escépticas en el Berlín Oriental de los 80. También critica la
gratitud con el régimen de Erich Honecker por parte de chilenos que
habían encontrado una nueva patria, casa, trabajo, salud y educación
gratis para sus hijos: “Hay una gratitud mal entendida. Una cosa es que
tú agradezcas el apoyo y la solidaridad, pero el próximo paso que tienes
que dar es decir, yo condeno, o al menos reconozco que recibí todo lo
que recibí por parte de un estado totalitario que mataba, encarcelaba,
torturaba. Callar porque recibí un departamento o una beca es el
principio del fin de la lógica democrática”.