martes, 6 de agosto de 2013

Ética de la impostura

Con clima de suspenso, La invención del amor, libro con el que el español José Ovejero ganó el premio Alfaguara de novela, gira alrededor de un personaje que finge ser otro

José Ovejero, autor de La invención del amor./adncultura.com
"La literatura generalmente es decepción, no está tan claro que siempre dé consuelo", dice José Ovejero en La ética de la crueldad, con la que hace unos años ganó el premio Anagrama de ensayo. Lo dice en sentido positivo, como para prestigiar cierta crueldad que sacude y nos confronta con decepciones vitales. La cita no viene a propósito de si la lectura de la más reciente novela de Ovejero, La invención del amor, decepciona o consuela; interesa para aplicarlo a la existencia de Samuel, el (anti) héroe de este relato ganador del Premio Alfaguara 2013, y corroborar que el personaje se halla en una vía muerta al momento de iniciar la aventura que lo moviliza: este hombre, al principio opaco, se convierte en un impostor. Esto es, se larga a fingir que es otro.
Un otro que se llama Samuel pero que nada tiene que ver con el que conocemos, el que narra en primera persona y que no evoca ningún pasado: registra el acontecer en tiempo presente a medida que lleva adelante su insólito plan, que va modificando con aceitadísimos reflejos. La intriga arranca de un equívoco. Samuel lo pesca al vuelo, reacciona al toque y se monta sobre la extraña peripecia: después de una reunión social que lo ha dejado insatisfecho, tal vez vacío, y mientras observa desde el balcón de su ático el vasto paisaje de una Madrid nocturna, suena el teléfono; una voz que lo identifica con su nombre le comunica que Clara, su joven amante, ha muerto en circunstancias inesperadas. Una tragedia.
Samuel, solitario cuarentón, sin amor, no conoce a ninguna Clara; deduce que la noticia iba destinada a otro Samuel y, acaso por curiosidad, se dispone a averiguar datos acerca de la desdichada. Se pone la máscara del Samuel que se quedó sin amante, se larga al velatorio y allí conoce a Carina, la hermana de la difunta. Entre los dos, y en el transcurso de una relación que avanza trabajosamente, reconstruyen la conflictuada existencia de Clara. Solo que los datos que aporta Samuel son falsos. Mentiroso, como buen impostor, pero talentoso fabulador. Va cobrando vida, así, una Clara de facetas múltiples, una operación pirandelliana según el modelo de La vida que te di, pero también por el juego de partes y de máscaras en la representación social de roles ("Porque ya te has creado un personaje y has convencido a los demás de que ese personaje eres tú", se dice a sí mismo Samuel).
José Ovejero (Madrid, 1958) es un niño mimado de los galardones: premio Ciudad de Irún (1993), premio Grandes Viajeros (por China para hipocondríacos, 1998) y premio Gómez de la Serna, en 2010, por la novela La comedia salvaje. Su discurso no deja fisuras en cuanto a eficacia narrativa; a esa fluidez, más que al vuelo, apunta una prosa que, sin embargo, se atreve una y otra vez a puntos de giro de renovada intriga. Hay sobrado oficio para provocar tensión narrativa, algo a lo que suele aludir el propio novelista cuando menciona su gusto por "el suspense".
Atrae también el clima que, como en toda trama, crea la decisión de hurgar más allá de la muerte; no es la necrofilia de Buñuel, aquella del tío que acomodaba en su lecho a una muchacha anestesiada, vestida con el traje de novia de su esposa muerta, evocando su figura. En La invención del amor rige más bien lo contrario: se deja tentar por el ¿enamoramiento? hacia una muerta a la que no conoció pero a la que le va sumando atributos a partir de su propia impostura.
De refilón, pero con insistencia, un entorno de ajustes y de "adelgazamiento" de empresas pesa de modo irremediable en los márgenes de la acción principal: la crisis económica por la que atraviesa España, los despidos y la venta forzada para evitar la quiebra. Lo interesante es que todo este derrumbe financiero, si bien afecta a la empresa del personaje protagónico, a él no lo altera demasiado, embarcado como está en su obsesiva reconstrucción de hechos y personas, en atrevidas -y riesgosas- entrevistas a quienes trataron (y amaron) a Clara. En el operativo, el relato precipita coincidencias que rozan lo inverosímil como, por ejemplo, la proximidad no sabida ni imaginada del otro Samuel, el que sí vivió una historia clandestina con Clara. Pero son estas coincidencias manipuladas, estas vueltas "inesperadas" del destino las que deparan el placer de la fabulación, tan esencial en las sorpresas de la trama.
Otro filón en el que la novela se desliza con solvencia es el espacio narrativo, el tránsito por una Madrid inconfundible, revelada, en función de los encuentros de los personajes. La estación de Atocha y sus alrededores, la serena placidez del Retiro y sus bancos-testigos de remotos besos: "Atravesamos la ciudad como si fuera el decorado de nuestras vidas", corrobora el narrador.
Se diría que la experiencia de Samuel se sustenta en el vértigo del desdoblamiento, hasta que las complicaciones de su aventura lo confrontan con la urgencia de asumirse en una unicidad que todavía no conoce, pero a la que llegará: el compromiso amistoso con la hermana de la muerta, el objeto del amor que ha inventado, insensiblemente lo va cambiando; ya no es él, al menos no el cuarentón en crisis, vacío y abúlico que contemplaba la noche madrileña desde su terraza. Y tampoco es el Samuel en que quiso convertirse, el malo de la película (el reventado, más bien) que supuestamente arruinó la vida de Clara, la que se estrelló en un accidente. Entre uno y otro se va produciendo una síntesis, una rara conjunción que, a fuerza de impostura, acaso dé lugar a una existencia renovada. Son los carriles por los que transita un relato que, cuanto menos, absorbe al lector con su fluidez irresistible.

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    La invención del amor
    José Ovejero
    Alfaguara 242 páginas