Niebla, la gran novela metafísica de la literatura española, sólo encontró desdén cuando Unamuno la publicó en 1914. Aún hoy, el debate está vivo
La primera edición de Niebla' /elmundo.es |
Como suele suceder con las obras que rompen moldes, la publicación
-hace ahora un siglo- de 'Niebla' tuvo escasa repercusión tanto en el
mundo editorial como en la prensa de la época. Quizá buscando reanimar a
su criatura, Miguel de Unamuno resucitó al protagonista de la novela en el 'Coloquio con Augusto Pérez', aparecido en 1917 en el semanario madrileño 'Nuevo Mundo', pero lo cierto es que la maniobra no cosechó demasiados frutos.
La revista 'Ínsula' dedica su último número a recuperar, a través de 10 trabajos de destacados especialistas, los hallazgos de la narrativa subversiva de Unamuno,
y en particular de la nivola publicada en 1914. En uno de los artículos
del monográfico, Luis Álvarez Castro, profesor asociado de la
Universidad de Florida, sostiene que el pensador y escritor bilbaíno
tiene mucho que agradecer a Luigi Pirandello y sus 'Seis personajes en busca de autor'.
La pieza teatral del italiano se publicó siete años después de Niebla
y su estreno en España precedió en semanas al procesamiento y
deportación del vasco a Fuerteventura. Al popularizarse tanto en nuestro
país como en otros, las alusiones a 'Niebla' proliferaron. ¿Por qué?
Por el famoso capítulo XXXI del libro, en el que el hamletiano Augusto Pérez se presenta en Salamanca para exigirle a Unamuno, su autor, que le permita ser dueño de su propio destino.
La irrupción del creador en escena, que no es novedosa pues se
remonta a Calderón y su Gran teatro del mundo, a Diego de San Pedro,
Francisco Delicado y Francisco de Rojas, es uno de los elementos más
llamativos de la narrativa de Unamuno, pero no seguramente el más transgresor, como señala la escritora Jane Neville, que inscribe al español en la corriente de autores europeos y americanos que, como Conrad, Wells y Joyce, preconizaban ya en los albores del siglo XX la ausencia de trama en la novela.
'Niebla' no se atiene a las normas vigentes del género hasta el momento
En 1902, con 'Amor y pedagogía¡, Unamuno se había asomado al mismo
abismo al que habían mirado unos pocos años antes Henry James ('Otra
vuelta de tuerca') y Knut Hamsun ('Hambre', 'Pan). Monólogos interiores, estados oníricos y de semiconciencia reemplazan
a las a menudo tediosas descripciones del canon decimonónico y se
enseñorean de la llamada novela modernista. Y eso es simplemente lo que
Unamuno pretende que sea una nivola, una no-novela que, puesto que no se
atiene a las normas del género vigentes hasta el momento, espera que
escape a las descalificaciones de los ortodoxos que siempre y por todas
partes abundan.
Juan Antonio Garrido Ardila, catedrático de Literatura Española
Moderna y de Literatura Comparada de la Universidad de Edimburgo y uno
de los mayores especialistas en la figura de Unamuno, opina que todos
los avances que «el género de la novela logra en España de la pluma de
Unamuno no se le acaban de reconocer como Dios manda». Garrido hace
recuento de eminentes personalidades que a su juicio erraron al valorar
la obra de don Miguel. Así, Torrente Ballester, quien sentenció que «es un magnífico venteador de soberbios temas novelescos, pero no acierta a contarlos».
Mucho más próxima en el tiempo, la biografía de 2012 firmada por Jon
Juaristi incurre según el catedrático en el error de considerar la
'nivola' una «broma sin mayor trascendencia» y de
situarla más cerca del cuento que de la novela debido a su desnudez o
esquematismo narrativo. Juaristi se queda con la presencia del autor en
el texto como elemento más destacable de 'Niebla', en contra del
criterio de Garrido Ardila.
Álvarez Castro recuerda otras opiniones reputadas que pusieron en
entredicho los méritos narrativos de Unamuno. César González Ruano lo
tenía por teórico de la novela más que novelista, y Ramón J. Sender
creía que «la 'nivola' es un truco un poco triste. No hay en Unamuno novedad alguna. Su 'nivola' es una novela al estilo de las ejemplares de Cervantes, pero sin Cervantes y sin novela».
Ahí queda eso. Sin embargo, la creación unamuniana ha suscitado críticas positivas basadas en los mismos argumentos que le valieron su reprobación, «como la combinación de literatura y filosofía, o la exploración de los límites entre realidad y ficción», escribe Álvarez.
Novela metafísica, como la define en el prólogo Víctor Goti -uno de
los personajes de la narración, amigo ajedrecista de Augusto-, 'Niebla'
recoge, hecha relato, toda la reflexión filosófica que el pensador había
volcado un año antes en 'El sentimiento trágico de la vida'. Si en ésta
resonaba de manera continua Kierkegaard, el autor predilecto de
Unamuno, en Niebla es inevitable advertir el paralelismo con la novela
del filósofo danés 'Diario de un seductor', con la que comparte «personajes, temas y enjundia filosófica», destaca Garrido Ardila.
Eso sí: aunque a Augusto y Johannes, protagonista y narrador de 'Diario de un seductor', les gustan todas las mujeres, el personaje de Kierkegaard demuestra una «astucia» y «determinación cínica para atraer a su presa»
de la que carece el señorito de Unamuno, como escribe Julio Jensen, de
la Universidad de Copenhague. Es verdad: Augusto es un hombre ingenuo,
intelectual y aturdido que confiesa que, antes de conocer a su amada
Eugenia, ha estado «tonto, perdido en una niebla, ciego...». «Es»,
explica él mismo, «como si no hubiese vivido, lo mismo que si no hubiera
vivido...».
Resuena la presencia de Kierkegaard, el autor predilecto de Unamuno
Edward H. Friedman, profesor de la Universidad de Vanderbilt y autor
de una adaptación teatral de Niebla, indica que «Augusto contrasta con
los hombres de acción, los seres decisivos, espontáneos y dominados por
la fuerza física. Es precisamente una figura contemplativa definida por el pensamiento abstracto y por la indecisión, al estilo de Hamlet». Friedman advierte también en él una mezcla de sofisticación intelectual «con un idealismo de regusto quijotesco».
Mal vamos, Hamlet y Don Quijote unidos. Augusto, por
fin despierto, salido de las brumas en que ha vivido, consagra su vida a
servir a su dama como si de un caballero andante se tratara. Eugenia
juega vilmente con él, le hace albergar esperanzas, consigue que le
pague la hipoteca y finalmente lo humilla haciéndole saber que nunca ha
pensado dejar a Mauricio, un haragán que es su novio de toda la vida.
Y, sin embargo, Augusto se planta ante Unamuno y le exige que, ahora que se siente vivo aunque sea gracias al dolor, le permita el acto supremo de voluntad -el primero y el último- de acabar con su propia vida.
Esa voluntad de ser, aunque le lleve paradójicamente a suicidarse para
ser dueño de su propia existencia, se sitúa en el centro del pensamiento
filosófico del bilbaíno, para quien el sentimiento trágico de la vida
consiste en que, cuanto más avanza el hombre en el proyecto de ser, más
se acerca al no-ser, a la muerte.
Fotografía de la Biblioteca Nacional de Francia.
Así pues, la voluntad de vivir, o de decidir sobre su muerte, es lo que salva o redime a Augusto.
Lo más curioso es que Unamuno le niega el derecho a suicidarse y le
condena a morir cuando él lo decida, en un giro final que los expertos
coinciden en calificar de autoparódico, lo mismo que el
post-prólogo que el autor escribe en tono malhumorado y amenazante como
respuesta al prólogo que él dice haber encargado a otro personaje de
ficción, Víctor Goti. Como no podía ser menos, el final de Augusto,
autoinfligido o no, es en la novela deliberadamente ambiguo, y cada
lector tendrá su opinión al respecto.
Katrine Helene Andersen, de la Universidad de Copenhague, escribe en
Ínsula que el carácter asistemático del pensamiento de Unamuno
constituye al mismo tiempo su debilidad y su fuerza. La suya es «una filosofía que interroga y duda, que no busca la respuesta sino la pregunta certera»
O, en palabras del propio escritor: «Mi empeño ha sido, es y será que
los que me lean, piensen y mediten en las cosas fundamentales, y no ha
sido nunca el de darles pensamientos hechos».
Convencido de que ni la ciencia ni la fe son suficientes por sí solas, ni conjuntamente, para hallar la verdad, Unamuno acude como Heidegger al arte, a la novela
en su caso, como método para dispersar en lo posible la niebla de
nuestro conocimiento, lo que llevaría a ambos a abandonar la filosofía
especulativa al uso en Europa. El conflicto entre lo racional y
espiritual lo resolvió el alemán recurriendo a la poesía como vehículo
para acercarse al sentido de la existencia, en tanto que el español vio
el camino en la novela por ser capaz de aunar sentimiento, creencia y
razón. Como sugiere brillantemente Andersen, «la vida no puede sino
representarse como novela porque ella también es una creación».
Friedman valora Niebla como «un compendio de escenas inolvidables en
las que resalta la ingeniosidad del lenguaje y de las especulaciones
conceptuales», y detecta poderosas conexiones entre el acercamiento a la
realidad de Unamuno y el de Cervantes, un método que reflexiona en la
ficción sobre el propio arte de novelar. Para Andersen, 'Niebla'
«constituye para el lector un continuo entrar y salir entre ficción y realidad sin saber dónde termina una y empieza la otra y dónde la ficción se torna tan real como la realidad misma».
Julián Marías dejó dicho que «la obra entera de Unamuno está inmersa
en un ambiente religioso». El narrador de 'Niebla', recuerda Julio
Jensen, se refiere a sí mismo como «Dios de estos dos pobres diablos 'nivolescos'»,
en referencia a Augusto y Víctor. Sin embargo, éstos se ganan el
derecho a existir en virtud de la intensidad con que luchan por ser. El
problema de Augusto es su total inexperiencia en el combate con otros
seres que como él pugnan por conservarse. «Busca ser el autor de
su propio destino pero se encuentra con autores más competentes
(Eugenia) o poderosos (Unamuno) que él, y fracasa», consigna Jensen.
El desengaño de Augusto en el capítulo XXXI, cuando se descubre
criatura inventada por otro, habría representado en el teatro del Siglo
de Oro «una súbita revelación que le impulsa a tomar las decisiones
correctas», pero aquí «le hunde definitivamente».
La auténtica carga de profundidad de 'Niebla' es su modernidad, el
modo -brutal si se quiere- en que subraya «la fragmentación del
individuo y la incapacidad humana para comprender y dominar el mundo». A
nadie puede extrañarle que, como recapitula Gemma Gordo, de la
Universidad Autónoma de Madrid, la mayoría de las obras de
Unamuno estén tejidas de «paradojas, metáforas, símbolos, parábolas o
antítesis» y en absoluto de certezas y dogmas. Quién los pillara, pero éste es el mundo que nos ha tocado vivir. Unamuno estaba allí para recordárnoslo hace ya un siglo.