Existen más documentos críticos e ideológicos sobre la guerrilla que productos literarios. Ese mutismo literario parece señalar cierto pudor y miedo a caer en la exposición de la guerra. El conflicto, sin embargo, sí ha cruzado a los escritores colombianos. Recorrido por aquellos documentos
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| Las FARC no tienen, todavía quién les escriba./elespectador.com | 
Es curioso: la Violencia con mayúscula ha generado cientos de novelas
 y cuentos, pero las Farc han inspirado pocas —o ninguna— obras 
literarias. El conflicto que comenzó con los bandoleros en los cuarenta y
 se desarrolló en las agrupaciones guerrilleras —el ambiente, sus causas
 y consecuencias— cruza la literatura colombiana desde entonces; pero el
 personaje singular, las Farc, parece no llamar la atención.
Una 
revisión inicial sobre la bibliografía dedicada al grupo guerrillero 
permite dos conclusiones: la primera, que no es motivo de trabajo 
literario; la segunda, que ha sido más observado desde ramas como la 
sociología, la politología y la historia. Las Farc han sido más un 
objeto de análisis crítico —con perspectivas históricas y de impacto 
social— que de inquietud sensible. En un estudio reciente, titulado 
Novelas de la violencia: en busca de una narrativa compartida, la 
investigadora Myriam Jimeno recuerda que existen 74 novelas sobre la 
violencia entre 1946 y 1966 —el período de inicio de la violencia 
bipartidista y el bandolerismo hasta poco antes de la creación del 
Frente Nacional—, y que en ese lapso se encuentran pocos ejemplos reales
 de literatura: el testimonio, más centrado en los hechos y en el 
detalle macabro, es el género que predomina en la muestra.
De modo
 que es comprensible por qué las Farc comienzan a ser actores literarios
 sólo a través del testimonio de sus propios líderes. Los primeros 
libros que se registran sobre su historia —nada novelado, libros que 
pretenden contar un relato verídico— son autoría de Manuel Marulanda 
Vélez, Tirofijo, y del ideólogo principal de esa guerrilla, Jacobo 
Arenas. El Cuaderno de campaña de Marulanda —al parecer escrito por otra
 persona—  y el Diario de resistencia de Arenas recogen las causas del 
conflicto, el nacimiento de la guerrilla y recuentan, desde su punto de 
vista, el ataque a Marquetalia y las razones que validan la fundación de
 una guerrilla. Estos documentos, de tintes ideológicos, son pilotes en 
la formación de las Farc, pero no tratan de convertir en ficción algo 
que, en ese momento, era tangible y desmedido.
Ciro Trujillo, 
segundo al mando tras la fundación de las Farc y cabeza de un grupo 
numeroso que se desplazó hacia Quindío y Caldas, cuenta su vida y su 
experiencia guerrillera en Páginas de una vida. Trujillo, que falleció 
en 1967, seguía la misma línea testimonial de sus dos colegas: una 
narración centrada en hechos políticos y en razones que buscaban con 
fervor la reivindicación política. El objetivo general de estos primeros
 textos es precisamente consagrar los pilotes de un grupo que apenas 
daba sus primeros pasos y fundamentarlo a futuro. Aunque suene obvio, su
 pelea era política y terrenal: la sensibilidad literaria no tenía 
espacio allí. Aún no era el tiempo para decantar la experiencia 
violenta.
Veinte años después de publicados estos testimonios —los
 de Marulanda y Arenas fueron editados en Checoslovaquia—, Carlos Arango
 Zuluaga escribió Farc, veinte años: de Marquetalia a La Uribe, justo en
 el momento en que la guerrilla se encontraba en diálogos de paz con el 
gobierno de Belisario Betancur. El texto, aunque apologético, señala el 
inicio de una nueva necesidad: comprender a esa guerrilla, acercarse a 
ella. Las Farc han sido, a lo largo de la historia colombiana, una 
guerrilla cuyos actos son conocidos, pero cuya composición resulta 
incierta y vaga. Los diálogos de La Uribe permitieron a muchos conocer 
de primera mano las intenciones y conformación de esa guerrilla, en la 
que Arenas era todavía un pilar fundamental. Por entonces fue publicado,
 de hecho, su segundo libro: Cese el fuego: una historia política de las
 Farc (en la editorial Oveja Negra). Fernando Cubides, exprofesor 
titular de la Universidad Nacional y profesor invitado a la Escuela de 
Altos Estudios en París en 1988, dice sobre esa obra: “Ese libro es 
importante por lo que dice y por lo que insinúa. Allí se refiere a la 
etapa inicial, de consolidación, y anuncia un plan de crecimiento. No es
 sólo un sujeto de propaganda. Jesús Antonio Bejarano, consejero de paz 
de Gaviria, decía: ‘Las Farc son la guerrilla seria y hay que leer todos
 sus documentos’”.
Ese período de exposición, en términos 
generales, permitió que las ciencias sociales se colaran en el estudio, 
aunque en principio de manera tímida. Los archivos, historia y 
documentos de la guerrilla fueron más evidentes en los diálogos y desde 
la creación de la Unión Patriótica como resultado de las concertaciones.
 Producto de esa apertura es La vida de Pedro Antonio Marín, publicado 
en 1989 por Arturo Alape: luego de una serie de entrevistas con 
Marulanda —cuyo nombre verdadero era Pedro Antonio Marín—, Alape recogió
 su vida y, en paralelo, la historia de las Farc. Alape había sido afín a
 los postulados de la guerrilla y, de hecho, en 1972 escribió un libro 
de cuentos titulado Las vidas de Tirofijo. Parte de su bibliografía está
 dedicada al conflicto: colaborador en la obra de teatro Guadalupe años 
sin cuenta y novelista en Una noche de pájaros, Alape encontró en el 
conflicto —en esa visión general— un material literario. Y, sin embargo,
 las Farc fueron para él una materia más factible, más encadenado a la 
biografía y al reportaje que a la ficción.
El término de los 
diálogos de paz tuvo, entre otras consecuencias más evidentes, 
repercusión en el modo de abordar a la guerrilla desde la escritura y la
 investigación. “Con la ruptura del proceso de paz —dice Cubides—, ya 
mermó esa producción, y salió sin embargo una cosa importante, poco 
conocida: la correspondencia secreta del proceso de paz que hizo el 
propio Jacobo Arenas y publicado en una editorial clandestina, que, para
 más guiños, se llamaba la Abeja Negra”. Esa correspondencia recogía las
 palabras que cruzaron Arenas y Alberto Rojas Puyo, entonces miembro de 
la comisión de paz de Betancur. La correspondencia es un registro 
histórico que luego —sólo luego— se volvería fundamental para entender 
otro fenómeno del conflicto: el paramilitarismo. Allí Arenas y Rojas 
recuerdan las fuertes acciones armadas de las Farc en los años ochenta, 
los constantes secuestros, las extorsiones a grandes ganaderos, mientras
 se concluye, poco a poco, que las Farc tuvieron errores esenciales en 
el crecimiento que pregonaba Arenas en su Cese el fuego. Habían crecido,
 sí, pero junto a un enemigo que habría de enfrentárseles con sevicia en
 los años ochenta y noventa.
Hasta aquí, en efecto, no existe una 
producción literaria —es decir, ficcional— sobre las Farc. Las razones 
pueden ser varias. Cubides refiere una de ellas recordando el 
pensamiento de un colega cercano: “Malcolm Deas se refiere a eso y dice 
que la diferencia entre Marulanda y el Che Guevara es que Marulanda no 
tiene carisma ni produjo nada importante, en cambio Guevara dejó sus 
diarios, su pensamiento: era una figura carismática”. La producción 
ideológica de Marulanda—siguiendo el argumento de Deas—  fue mínima en 
comparación con el impulso de Jacobo Arenas. Pero existe una razón más: 
quizá la literatura aún no había logrado entender ese fenómeno, del que 
apenas había consecuencias visibles. Los escritores del momento 
—aquellas novelas que enumera Jimeno— permitieron dar un vistazo 
superficial; la profundidad sólo se encuentra en el paso del tiempo. Son
 inevitables las hagiografías y las alabanzas a los jefes guerrilleros; 
el contexto y la historia les darían una posición real, con la que otros
 escritores jugarían en la literatura de manera plástica.
El 
ambiente, sin embargo, sí hace parte de la literatura de esa época. Sin 
remedio, de Antonio Caballero, publicada en 1984, recuerda a los grupos 
comunistas —algunos extremistas— que abundaban en las universidades y el
 modo en que, a su manera, se enfrentaban al estatuto y el estatuto se 
enfrentaba a ellos. Eran los primeros brotes de una educación 
sentimental que habría de calar en una generación cuyas opciones no eran
 demasiadas: tener una vida dentro de la legalidad o escapar a la selva 
para la fundación de un nuevo país. Algo de ese aire tiene también Los 
parientes de Ester, de Luis Fayad, escrita seis años antes y cuya 
historia —que ocurre en Bogotá— tiene como trasfondo una cierta tensión 
política. “Había cierto pudor —dice Cubides—, no es que estuvieran 
afectados por la censura, sino más bien por la autocensura”.
Una 
conclusión cercana fue la de Gustavo Álvarez Gardeazábal en La 
novelística de la violencia en Colombia: una producción literaria de 
poco tino y la vergüenza que esto sobrelleva no permitían dar un paso 
adelante. En estas novelas, la violencia y la difusión política de 
grupos en apoyo de la guerrilla —sin tener sólo a las Farc en la mira, 
pues en ese entonces el EPL, el ELN y el M-19 ya tenían un campo 
sembrado— es apenas un trasfondo. Lo mismo sucede en Juego de damas de 
Rafael Humberto Moreno Durán: el comunismo y la revolución política 
están allí, en el fondo, determinando ciertas acciones, pero jamás en 
primer plano.
Un salto más amplio en el tiempo daría una 
perspectiva similar: La historia de Horacio de Tomás González y El ruido
 de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez fueron novelas en las que 
el conflicto cruza, pero no se queda. Se instala en las vidas de los 
personajes, pero luego se vuelve invisible. Se hace visible en el dolor y
 la soledad, pero jamás es sinónimo de sangre o masacres. En la 
literatura colombiana, el conflicto ha sido tan interiorizado que parece
 esconderse.
Mientras el conflicto —ese monstruo inmenso de mil cabezas— se convertía en material literario, las Farc se convertían en material de la crítica académica. En los años noventa crecieron los estudios sobre las consecuencias de sus actos y sus causas políticas, sociales e ideológicas, investigaciones que les permitieron a estudiosos extranjeros como Malcom Deas y James Brittain reconocer las raíces más arraigadas del conflicto. Lo suyo no trataba sólo de un reportaje, sino de recoger los paradigmas y la relación de las Farc con los movimientos mundiales. ¿Por qué nace una guerrilla en un territorio tan agreste? ¿Cómo ajustaron fundamentos extranjeros a una realidad tan distinta?
Mientras el conflicto —ese monstruo inmenso de mil cabezas— se convertía en material literario, las Farc se convertían en material de la crítica académica. En los años noventa crecieron los estudios sobre las consecuencias de sus actos y sus causas políticas, sociales e ideológicas, investigaciones que les permitieron a estudiosos extranjeros como Malcom Deas y James Brittain reconocer las raíces más arraigadas del conflicto. Lo suyo no trataba sólo de un reportaje, sino de recoger los paradigmas y la relación de las Farc con los movimientos mundiales. ¿Por qué nace una guerrilla en un territorio tan agreste? ¿Cómo ajustaron fundamentos extranjeros a una realidad tan distinta?
El
 enfoque es fundamental: mientras que en países como Chile un evento 
político catastrófico genera una amplísima oferta artística (como la que
 se extendió antes y después de Pinochet), en Colombia la política —en 
materia literaria— parece ser más un motivo de la crítica histórica y 
sociológica que un material plástico, maleable para el arte (salvo en 
novelas como Cien años de soledad).
Los testimonios, crónicas y 
reportajes sobre la guerrilla se multiplicaron durante y después de los 
diálogos de paz entre Andrés Pastrana y las Farc. País de plomo, de 
Juanita León —actual directora de La Silla Vacía—, recoge las 
sensaciones, el drama y el impacto colectivo de una violencia que no 
distingue entre civiles y militares. Trochas y fusiles (2006), del 
sociólogo Alfredo Molano, reúne los testimonios de combatientes de las 
Farc. Charronegro, escrito por Pedro Claver Téllez, va aún más atrás: 
recuerda la historia de Jacobo Frías, uno de los guerrilleros del  
embrión inicial de las Farc, asesinado en los años 50. Ese registro 
periodístico se multiplica por miles: crónicas y reportajes dedicados a 
las víctimas de las Farc, perfiles que apuntan relaciones biográficas de
 sus principales cabecillas, análisis sesudos de su influencia en los 
últimos veinte años. Falta tiempo aún, al parecer, para que la 
literatura dé el paso hacia las figuras esenciales de ese grupo 
guerrillero, hacia su génesis y psicología. El arte necesita más tiempo 
para decantar sus propias conclusiones.
 
 
