martes, 4 de noviembre de 2014

Cuando la literatura se ocupa del sufrimiento íntimo de las víctimas

La novela  Todo pasa pronto resulta en una apuesta novedosa por reconstruir historias y espacialidades que han sido dejadas a un lado por los sectores más conservadores de la literatura

Juan David Correa, autor colombiano de Todo pasa pronto./elespectador.com
 
Todo pasa pronto de Juan David Correa/Laguna Libros

Más de cincuenta años de conflicto armado han dejado un cumulo de secuelas en cientos de familias colombianas. Sus horrores y la degradación del ejercicio de la política no sólo se manifiesta en los grandes y dolorosos magnicidios como los de Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez Hurtado, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Jaime Pardo Leal sino también en la persecución a quienes disienten en el debate de las ideas políticas, muchas veces produciendo el exilio y en el peor de los casos, la muerte.
La conmoción por los asesinatos de líderes sociales y políticos en el país, dura poco tiempo. Pero para los familiares la ausencia (por muerte, secuestro, exilio) se convierte en un lastre, una pesada cruz que se lleva a cuestas en cada momento de la vida.
Esta dura situación es la que aborda Juan David Correa en su novela ‘Todo Pasa Pronto’, un trabajo ingenioso en su forma, y difícil de encasillar en un género, por cuanto hace uso inteligente de diversos giros literarios y herramientas periodísticas para atraer al lector, en especial de la crónica que permite integrar la riqueza de detalles con cifras y datos actuales. Todo ello sumado a la alternación de las temporalidades, ya que la trama no se va articulando de la mano de los recuerdos de los personajes, lo que subvierte los esquemas eurocéntricos del tiempo lineal.
‘Todo Pasa Pronto’ aborda la vida de un pequeño núcleo familiar de clase media cuya estabilidad está mediada en pleno por la realidad política del país; la vida de Daniel, un padre que aplazó durante la mayor parte de su juventud y adultez un proyecto ‘convencional’ de vida (buscar un trabajo con un horario fijo, preparase para un proyecto profesional) y se dedicó a la difusión de las ideas de izquierda, específicamente trotskistas, así como a la defensa de los derechos laborares de los trabajadores agrarios. ‘Esperanza’, su esposa, una mujer que huyendo de la sobreprotección y del férreo régimen disciplinario de un internado decidió correr a los brazos de Daniel para buscar algo de aventura, pero cuando ingreso a un empleo formal y sintió en carne propia los sacrificios y desmesuras de una vida contestataria, perdió el intereses por su esposo.
Uno de los personajes claves de la obra es ‘Pablo’, hijo de Daniel y Esperanza, a través del cual el autor desarrolla la historia usando como hilo conductor su experiencia vital, los traumas y miedos que lo agobian ( a la oscuridad, a la soledad, a perder su lugar ante un nuevo integrante en la familia, entre otras inseguridades). Pablo ejemplifica la realidad de centenares de niños colombianos que han sido víctimas de diversas formas de violencia simbólica, y que han sido expuestos, desde muy temprana edad, al juego de odios heredados desde el siglo XIX y que llegan hasta nuestros días.
El fútbol y los álbumes de los jugadores de los mundiales, las enfermedades que marcan a muchos en su infancia, los amigos, los diálogos familiares y la música, la transformación de la malla urbana en la ciudad, los cinemas, los cafés y las universidades públicas, el miedo al futuro y la exacerbada apuesta por el presente que muchos ciudadanos dejan entre ver en sus acciones; la vida cotidiana en general es usada para darle forma a esta novela.
“La clase media no ha sido protagonista de la literatura urbana que existe en el país porque se ha dedicado a otros sectores y elementos como el hampa. Me he ocupado de la clase media en medio de todo este cataclismo e historias tan encontradas, dándole voz a personas como cualquiera de nosotros que viven no de grandes rentas, sino de su sueldo, y libra diversas luchas cotidianas, quiere comprarse un carro o sueña con viajar, las historia de la gente de a pie son las que me interesan contar. Me he nutrido de estas historias y geografías de territorios que se han transformado y se han olvidado, de lugares que no se van a trazar en ninguna geografía. El arte tiene que mencionar, narrar dichas historias y lugares que parecen cosas sencillas, pero hacen parte de la vida cotidiana que alimenta la posibilidad de arraigo de una persona en una ciudad”, anotó Juan David Correa en entrevista con El Espectador.
Como la primera entrega de la trilogía, también publicada por la editorial independiente ‘Laguna Libros’, el diseño de su portada se convierte en una apuesta simbólica Se trata de un radio, un objeto que marco la generación del autor antes de la llegada de las sofisticadas herramientas para la comunicación y que hoy tienen a la mano cientos de personas.
Pensadores como Hegel y W. Dilthey señalaron la importancia de la comprensión de la realidad y de la historia a partir de la literatura, y ‘Todo pasa pronto’, la segunda entrega de la trilogía (la primera entrega fue ‘Casi nunca es tarde’) que Juan David Correa espera culminar con una próximo tomo, resulta crucial para la comprensión de lo que los historiadores llaman ‘la historia del tiempo reciente’, ya que su valor no simplemente se sujeta a los valores literarios, sino que nos presenta con una mirada incisiva las formas de los consumos, la caracterización de los personajes, los estilos de vida y de vestir de aquella época, sumado al uso de lenguajes propios que aún no están incluidos en ninguna enciclopedia o tratado literario. Geografías urbanas resignificadas y universos culturales que han sido dejados de lado en el campo literario, resultando en pionero y en un indispensable para la comprensión de la otra cara del conflicto social y armado por el que atraviesa el país, el sufrimiento en la vida íntima de las personas.