La novela Todo pasa pronto resulta en una apuesta novedosa por reconstruir historias y espacialidades que han sido dejadas a un lado por los sectores más conservadores de la literatura
Juan David Correa, autor colombiano de Todo pasa pronto./elespectador.com |
Todo pasa pronto de Juan David Correa/Laguna Libros |
Más de cincuenta años de conflicto armado han dejado un cumulo de
secuelas en cientos de familias colombianas. Sus horrores y la
degradación del ejercicio de la política no sólo se manifiesta en los
grandes y dolorosos magnicidios como los de Luis Carlos Galán, Álvaro
Gómez Hurtado, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro y Jaime Pardo Leal
sino también en la persecución a quienes disienten en el debate de las
ideas políticas, muchas veces produciendo el exilio y en el peor de los
casos, la muerte.
La conmoción por los asesinatos de líderes
sociales y políticos en el país, dura poco tiempo. Pero para los
familiares la ausencia (por muerte, secuestro, exilio) se convierte en
un lastre, una pesada cruz que se lleva a cuestas en cada momento de la
vida.
Esta dura situación es la que aborda Juan David Correa en su
novela ‘Todo Pasa Pronto’, un trabajo ingenioso en su forma, y difícil
de encasillar en un género, por cuanto hace uso inteligente de diversos
giros literarios y herramientas periodísticas para atraer al lector, en
especial de la crónica que permite integrar la riqueza de detalles con
cifras y datos actuales. Todo ello sumado a la alternación de las
temporalidades, ya que la trama no se va articulando de la mano de los
recuerdos de los personajes, lo que subvierte los esquemas eurocéntricos
del tiempo lineal.
‘Todo Pasa Pronto’ aborda la vida de un
pequeño núcleo familiar de clase media cuya estabilidad está mediada en
pleno por la realidad política del país; la vida de Daniel, un padre que
aplazó durante la mayor parte de su juventud y adultez un proyecto
‘convencional’ de vida (buscar un trabajo con un horario fijo, preparase
para un proyecto profesional) y se dedicó a la difusión de las ideas de
izquierda, específicamente trotskistas, así como a la defensa de los
derechos laborares de los trabajadores agrarios. ‘Esperanza’, su esposa,
una mujer que huyendo de la sobreprotección y del férreo régimen
disciplinario de un internado decidió correr a los brazos de Daniel para
buscar algo de aventura, pero cuando ingreso a un empleo formal y
sintió en carne propia los sacrificios y desmesuras de una vida
contestataria, perdió el intereses por su esposo.
Uno de los
personajes claves de la obra es ‘Pablo’, hijo de Daniel y Esperanza, a
través del cual el autor desarrolla la historia usando como hilo
conductor su experiencia vital, los traumas y miedos que lo agobian ( a
la oscuridad, a la soledad, a perder su lugar ante un nuevo integrante
en la familia, entre otras inseguridades). Pablo ejemplifica la realidad
de centenares de niños colombianos que han sido víctimas de diversas
formas de violencia simbólica, y que han sido expuestos, desde muy
temprana edad, al juego de odios heredados desde el siglo XIX y que
llegan hasta nuestros días.
El fútbol y los álbumes de los
jugadores de los mundiales, las enfermedades que marcan a muchos en su
infancia, los amigos, los diálogos familiares y la música, la
transformación de la malla urbana en la ciudad, los cinemas, los cafés y
las universidades públicas, el miedo al futuro y la exacerbada apuesta
por el presente que muchos ciudadanos dejan entre ver en sus acciones;
la vida cotidiana en general es usada para darle forma a esta novela.
“La
clase media no ha sido protagonista de la literatura urbana que existe
en el país porque se ha dedicado a otros sectores y elementos como el
hampa. Me he ocupado de la clase media en medio de todo este cataclismo e
historias tan encontradas, dándole voz a personas como cualquiera de
nosotros que viven no de grandes rentas, sino de su sueldo, y libra
diversas luchas cotidianas, quiere comprarse un carro o sueña con
viajar, las historia de la gente de a pie son las que me interesan
contar. Me he nutrido de estas historias y geografías de territorios que
se han transformado y se han olvidado, de lugares que no se van a
trazar en ninguna geografía. El arte tiene que mencionar, narrar dichas
historias y lugares que parecen cosas sencillas, pero hacen parte de la
vida cotidiana que alimenta la posibilidad de arraigo de una persona en
una ciudad”, anotó Juan David Correa en entrevista con El Espectador.
Como
la primera entrega de la trilogía, también publicada por la editorial
independiente ‘Laguna Libros’, el diseño de su portada se convierte en
una apuesta simbólica Se trata de un radio, un objeto que marco la
generación del autor antes de la llegada de las sofisticadas
herramientas para la comunicación y que hoy tienen a la mano cientos de
personas.
Pensadores como Hegel y W. Dilthey señalaron la
importancia de la comprensión de la realidad y de la historia a partir
de la literatura, y ‘Todo pasa pronto’, la segunda entrega de la
trilogía (la primera entrega fue ‘Casi nunca es tarde’) que Juan David
Correa espera culminar con una próximo tomo, resulta crucial para la
comprensión de lo que los historiadores llaman ‘la historia del tiempo
reciente’, ya que su valor no simplemente se sujeta a los valores
literarios, sino que nos presenta con una mirada incisiva las formas de
los consumos, la caracterización de los personajes, los estilos de vida y
de vestir de aquella época, sumado al uso de lenguajes propios que aún
no están incluidos en ninguna enciclopedia o tratado literario.
Geografías urbanas resignificadas y universos culturales que han sido
dejados de lado en el campo literario, resultando en pionero y en un
indispensable para la comprensión de la otra cara del conflicto social y
armado por el que atraviesa el país, el sufrimiento en la vida íntima
de las personas.