Hoy tenemos la suerte de contar con este artículo de Carmen Rengel escrito desde Jerusalén
Carmen Rengel 
Los periodistas Eugenio García Gascón y Joan Cañete Bayle
 acaban de regalar al clan de la novela negra un nuevo personaje, Rashid
 Al Said, un policía laico, culto, con corazón de filósofo y la justicia
 por lema, enredado en una trama criminal con la caída del régimen de 
Sadam Hussein como telón de fondo. En su Expediente Bagdad (Siruela),
 crean un detective que tiene la doble bondad de servir para contar una 
historia de las que atrapan hasta el final y, a la vez, hacer de guía 
por una tierra que se impone en el relato como un personaje esencial. 
Han parido un excelente primo árabe de Sherlock Holmes, con el mérito 
añadido de que son pocos los que hoy pueblan las estanterías.
  
  
   
   
Hasta ahora, quizá el investigador del Medio Oriente más conocido en 
todo el mundo era el palestino Omar Yussef, el profesor de una escuela 
de Naciones Unidas en un campo de refugiados de Belén (Cisjordania), 
quijote de causas que cuestan la vida si no se pelean con su 
inteligencia (y su suerte y su temeridad). Lo creó el también periodista
 Matt Rees, corresponsal en Jerusalén como Gascón y Cañete. En su Cuarteto de Palestina, (El maestro de Belén, Una tumba en Gaza, El secreto del samaritano y El cuarto asesino),
 Yussef se pasea por tramas en las que la militancia política se mezcla 
con la ocupación israelí, la religión y sus normas, las fronteras, las 
agencias internacionales… Rees aprovecha cualquier descripción para 
introducir pequeñas explicaciones de la realidad, de las costumbres 
palestinas. Al Said no, porque está concebido, explica Cañete, como un 
árabe integral, sin añadidos de occidentales.
Los de fuera han dado brillo a la serie negra en el mundo árabe, pero la tradición, aquí, no es reciente. En las universidades se estudia que el primer misterio por resolver en lengua árabe se encuentra en el cuento de Las tres manzanas, en Las mil y una noches, cuando el califa Harum Al Rashid le encarga a su visir, Yaffar Ibn Yahya, que investigue quién ha matado a esa chica con manos cubiertas de henna hallada en un cofre tirado en el Tigris.
Resurgir egipcio y argelino
Ahora la novela negra está viviendo un resurgir en la zona, sobre 
todo en Egipto y Argelia. Ahmed Mourad, cairota, es Premio Internacional
 de Narrativa Árabe por El elefante azul, donde su doctor Yahya
 se enreda en misterios que le sirven para exponer los problemas de 
fondo de un Egipto en ebullición. Es un bestseller nacional. Su
 personaje vive en la otra orilla del Mediterráneo, pero se parece a sus
 primos (los de Ledesma o los de Madrid, por ejemplo), en su choque con 
los poderes fácticos y la burocracia.
Sin salir de Egipto, hasta la novela gráfica se empieza a sumar al noir,
 como en los casos del caballero-ladrón creado por Magdy Al Shafee, 
censurado y multado por usar el crimen como arma de crítica social.
En Argelia hay autores como Yasmina Khadra,
 Anouar Brahem, Boualem Sansal… Khadra y su Brahim Llob, comisario de la
 brigada criminal de Argel, revolucionario a punto de jubilación, 
cuentan la extrema violencia de su tierra con la mirada entrañable de un
 tipo desastroso en el vestir, tierno en la defensa de sus valores y su 
familia, también de su religión. Se le puede disfrutar en Morituri, Doble Blanco, El otoño de las quimeras y La parte del muerto y ahora en A qué esperan los monos, que Alianza estrena esta semana.
Elias Khoury,
 libanés, colaborador del poeta palestino Mahmud Darwish, creó en los 80
 uno de los títulos más conocidos del género en la zona, Máscaras blancas, donde
 un periodista sin nombre trata de localizar al asesino de un 
funcionario. Que ese asesino nunca aparezca es lo de menos. Había que 
contar el Beirut del momento. El misterio al servicio de la actualidad.
Sobre todo en los países de dominio francés, la influencia 
detectivesca viene de principios del pasado siglo. Grandes autores como 
Najib Mahfoud o Tawfiq Al Hakim fueron en su infancia adoradores del 
Arsenio Lupin de Maurice Leblanc y lo confesaron con orgullo. Recuerdan 
los carritos con libros en mitad de la calle, que atesoraban sus 
fantásticas aventuras, en saldo junto al Nilo. “El género no es nuevo, 
pero ha estado inactivo durante décadas”, reconoce la especialista 
Marcia Lynx Qualey. Ahora sólo hace falta que fluyan las traducciones, 
hoy apenas si localizables en inglés, francés o italiano. 
