El adjetivo perfecto, la crónica perfecta, no te la regalan ni Buda ni el redactor jefe; la consigues tú trabajando en la zona de obras en que se desarrolla, sin vuelta de hoja, este maravilloso oficio que Leila Guerriero ha hecho aún más hermoso
¿Por qué nos gustan los reportajes de Leila Guerriero? ¿Por qué nos interesan sus columnas,
nos enganchan sus reportajes, nos gustan sus sustantivos, nos parece
que sus adjetivos, como los de Borges, Hemingway o Capote, son como
verbos o como dardos: incontrovertibles?
Mario Vargas Llosa intentó explicarlo, creo que con éxito, en un artículo sobre Plano americano, la
extraordinaria antología de grandes logros periodísticos de Leila, en
los que se concentra esa sabiduría. Ella no es de esas personas que
hagan explicaciones grandilocuentes ni de su formación ni de su estilo,
pues verdaderamente que sea periodista es una casualidad del destino,
que la empujó hace años con la mano de Jorge Lanata.
Pero aquí y allá, impelida por otros, impulsada por encargos como
conferencias o coloquios, ha ido contando a su manera de qué modo se
sienta ante el computador para escribir crónicas y reportajes; el
conjunto de esas reflexiones ha sido manejado ahora por ella misma para
construir un libro singular que la aclara y la pone en el primerísimo
plano (un plano americano, por cierto, pero también universal) de la
historia del periodismo que se está haciendo desde hace rato en su país,
Argentina, que es un predio en el que se han desarrollado personajes de
la categoría de Arlt y Tomás Eloy Martínez.
Ella es de esa estirpe por su audacia y por su ritmo, y también es,
como Martínez, una escritora que no renuncia a la esencia del oficio
para decir lo que sabe; no la verás nunca inventando asuntos o frases o
personajes para alimentar el ritmo del que está naturalmente dotada;
tampoco la verás simulando que sabe lo que no sabe, o suponiendo. Ella
no supone: indaga. El otro día leí (en Domingo, de EL PAÍS) el hermoso
obituario que escribieron Bernstein y Woodward sobre su jefe, Ben Bradlee; y me emocionó especialmente esto que le decía el legendaria periodista: no supongan.
Pues eso, no suponer, es lo que hace esta periodista que indaga como
si fuera a descubrir hasta el aire que hacía cuando ocurrían las
palabras o las historias. ¿De dónde le viene ese poder? Repito: lo ha
explicado, sin querer dar muchas explicaciones, pues ella cuenta de
otros, no de sí misma, en algunos sitios, y ahora lo ha recopilado en un
libro que yo aconsejo como quien aconseja respirar. Se llama Zona de obras, ha sido publicado por la nueva editorial Círculo de Tiza.
Ahí tiene un capítulo cuyo título parece de Gabriel García Márquez
porque quizá ella tenía en mente al gran cronopio de la historia del
periodismo cuando lo escribió o cuando lo tituló: “Qué es y que no es el
periodismo literario: más allá del adjetivo perfecto”. En primer lugar,
el oficio es la materia, el trabajo, la humildad que uno debe sentir
cuando lo aborda. Así dice Leila: “El periodismo narrativo es un oficio
modesto, hecho por seres lo suficientemente humildes como para saber que
nunca podrán entender el mundo, lo suficientemente tozudos como para
insistir en sus intentos, y lo suficientemente soberbios como para creer
que esos intentos les interesarán a todos”. Y no sólo eso: es humilde,
porque “se trata de periodismo”.
Esos textos que el periodista alcanza (ella, en concreto) “no
arrancan con un brote de inspiración, ni con la ayuda del divino Buda,
sino que eso que se llama reporteo o trabajo de campo, un momento previo
a la escritura que incluye una serie de operaciones tales como revisar
archivos y estadísticas, leer libros, buscar documentos históricos,
fotos, mapas, causas judiciales, y un etcétera tan largo como la
imaginación del periodista que las emprenda”. A partir de ahí se
producen el sustantivo, el adjetivo, el pronombre…, no antes. Se trata
de trabajo, trabajar hasta hallar el adjetivo perfecto, para poder ir
más allá del adjetivo perfecto.
Cuando a Manuel Vázquez Montalbán le preguntaban cómo era tan rápido
hallando el adjetivo perfecto para ir más allá él decía que no se
trataba de rapidez sino de tiempo, y que se había propuesto conseguir
esa perfección tras la que aun andaba buscando, como hace Leila
Guerriero, en archivos, libros, vida…
El adjetivo perfecto, la crónica perfecta, no te la regalan ni Buda
ni el redactor jefe; la consigues tú trabajando en la zona de obras en
que se desarrolla, sin vuelta de hoja, este maravilloso oficio que Leila
Guerriero ha hecho aún más hermoso.