martes, 9 de julio de 2013

A narrar las calles

Debido a las protestas en ese país, el festival buscó que periodistas y escritores discutieran su papel en estos eventos. Los grandes medios, dijeron, no han tenido una brújula

Manifestantes protestaron en las cercanías del estadio Maracaná, en Río de Janeiro, el pasado 30 de junio, inconformes con la situación social de Brasil. /elespectador.com
 
¿Las ideas tradicionales de la izquierda dicen algo acerca de las recientes protestas en Brasil y otros países o es necesario encontrar nuevos conceptos para pensar en ellas? ¿Qué formas de narración son útiles para llegar al corazón de las protestas en Brasil, para conocer su verdadera dimensión social? ¿Hay que grabar la protesta desde los aires, mostrando su dimensión general, o hay que reportar desde tierra, desde dentro de las multitudes? Las preguntas, formuladas por los organizadores de la Fiesta Literaria Internacional de Paraty, que termina hoy, nacen de los eventos recientes en ese país: múltiples protestas en ciudades principales y poblados por la situación económica de las clases más bajas, las condiciones laborales y la malquerencia de la clase política. Ellos pensaron que las letras, expresadas en los medios de comunicación y la literatura, estaban íntimamente ligadas a dichas situaciones sociales, que la literatura y el periodismo se encargaban de narrar ese mundo lleno de ambigüedades y realidades poco evidentes.
Por ello armaron tres mesas de discusión durante sus jornadas literarias. Las tres trataban sobre los relatos que andan circulando por redes sociales y medios tradicionales. ¿Cómo estaban contando los medios aquellas protestas? Grupos de periodistas subieron a helicópteros y narraron desde allí lo que se veía, de modo que su descripción fue más oficial, plena de cifras, que de historias personales. Otro grupo de periodistas (bautizados “sociales”), iban cámara en mano y tomaban nota mientras se mezclaban entre los manifestantes.
“Hay una sinergia con la experiencia orgánica —dijo Pablo Capilé, coordinador del colectivo de gestión cultural Fora do Eixo—. Es la diferencia entre aquellos que pueden entender este nuevo momento y los que no pueden salir de la crisis de los intermediarios. Los medios de comunicación, que todavía están acostumbrados a ser los filtros de los intereses, estaban desprevenidos cuando se necesitó presentar una nueva solución”.
La afirmación de Capilé genera otra pregunta: ¿acaso los géneros narrativos ya no son suficientes para este tipo de eventos? ¿Acaso las redes sociales se han convertido en el único modo de reconocer, de modo independiente, confiable y sobre todo humano, situaciones en las que la condición humana sale a flote? “Todo el mundo quería controlar el movimiento cuando se dio cuenta de que era impresionante —dijo Marcus Vinicius Faustini, escritor y director teatral —. Y aún existe un intento de clasificarlo con expresiones como vándalos, que se oponen a quienes manifiestan la verdad”.
Esa clasificación, típica de un periodismo que sólo busca buenos y malos y no buenas historias de varias dimensiones, se ha topado con una dificultad en Brasil: buena parte de académicos y filósofos, e incluso los mismos periodistas, han encontrado que las protestas tienen una razón de ser poco fácil de explicar en dos o tres párrafos. La diversidad, entonces, podría encontrarse en las redes sociales: es allí, quizá, donde mejor se retrata el sentimiento del momento.
Sin embargo, Juan Arias, corresponsal de El País de España en Brasil y participante en estas mesas, advierte de que en ellas se puede encontrar mucho de verdad, pero también mucho de mentira. “El nuevo periodismo es más amplio, cuenta con miles de voces, y por eso tiene más peligros —dice—. El movimiento nació en las redes sociales, pero comenzó a ser fuerte cuando el periodismo clásico lo convirtió en noticia. Juntos tenemos que dar visibilidad a este nuevo mundo”.
Más allá de las narraciones, lo que dejan el periodismo y la literatura son retratos de época, muy por encima de la cifra y la frase fácil. Quizá la respuesta esté en volver al origen de todo esto, como dijo Tomás Eloy Martínez: ponerse en los zapatos del otro y, en ocasiones, ser otro.