En los últimos 10 años he vivido enfrascado en
la realización de Aquellos años del boom, un libro editado
recientemente por RBA, de unas 900 páginas de extensión, sobre el que, a
mi juicio, ha sido el grupo de escritores más importante del siglo XX,
incluso tal vez el último grupo literario que haya funcionado como tal
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Portada Aquellos años del boom./eltiempo.com |
He pasado ese tiempo –salvo distracciones
mayores, como tener un par de hijos o acudir a la redacción del diario
donde trabajo– entrevistando a más de 150 personas, muchas de ellas en
mi ciudad, Barcelona, donde aún viven, por ejemplo, la superagente
Carmen Balcells o Paco Porrúa, el editor que lanzó al mundo Cien años de
soledad, y donde pasaba cada vez más largas temporadas Aurora
Bernárdez, la primera esposa de Cortázar, recientemente fallecida.
Pero también he viajado a los archivos de la
Universidad de Princeton, en EE. UU., donde dejaron sus papeles –o al
menos buena parte de ellos– Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, José
Donoso o Guillermo Cabrera Infante. He ido a Buenos Aires, Lima, México,
Bogotá, París, Londres… entrevistando a testimonios, amigos, estudiosos
y viudas, husmeando en archivos familiares, visitando lugares por los
que ellos (principalmente Gabo, Vargas Llosa, Cortázar, Donoso y
Fuentes) pasaron.
Ahora me he dado cuenta de que, cuando yo
empezaba a proyectar este libro, nacía el Hay Festival en español y no
puedo evitar contemplar su espectacular desarrollo con una ternura y
afecto especiales, no solo porque su crecimiento se haya producido en
paralelo al de mi libro, sino porque, echando un vistazo en la web a los
videos que muestran charlas y debates celebrados en sus diversas
ediciones, creo que aquellos estudiosos que, dentro de 20 años, se
enfrenten al análisis de la literatura que se hacía en español a
principios del siglo XXI no podrán eludir consultar estos archivos
audiovisuales que recogen con dinamismo el diálogo entre autores.
¡Ojalá hubiera existido el Hay en los años
setenta!, y así pudiéramos asistir, como si estuviéramos sentados entre
el público, a una conversación entre el neurótico José Donoso y su amigo
Vargas Llosa, como pudimos ver su diálogo con Herta Müller en el 2013.
Fue en el Hay de Cartagena, en el 2010, cuando
estuvo a punto de producirse un encuentro entre García Márquez y Vargas
Llosa que hubiera cambiado aspectos fundamentales de mi libro. Daniel
Mordzinski –el mejor fotógrafo de escritores del mundo– estaba allí,
como siempre está, y ambos, Gabo y Mario, Mario y Gabo, conocedores de
su trabajo, accedieron a dejarse retratar, una vez más, por él.
Cuando Mordzinski acudió a la casa de García
Márquez, el escritor y su esposa Mercedes le anunciaron su intención de
asistir, aquella misma noche, a la inauguración de una exposición de sus
fotos en el festival. A las pocas horas, Vargas Llosa le anunció a
Mordzinski no solo su intención de acudir a la vernissage sino que le
solicitó permiso para pronunciar en ella unas palabras laudatorias.
Alarmado ante la probable colisión –que sí hubiera hecho boom–, el
fotógrafo alertó a la organización y, sin que se sepa si la tan
omnipresente como discreta Cristina Fuentes realizó alguna gestión al
respecto, el caso es que aquella noche solamente Vargas Llosa asistió al
acto, mientras que García Márquez se pasó también por la sala… pero
unos días después.
A diferencia de Mordzinski, yo no he estado
cerca de que se produzca el milagro de ese encuentro. Me he tenido que
contentar con el placer de hablar con los dos. A finales del 2005,
recibí una extraña invitación de la agente Carmen Balcells, que se
compadeció de mis intentos infructuosos por conseguir una entrevista con
García Márquez. Faltaban pocos días para Navidad y recuerdo esa
conversación como si se hubiera producido ayer.
‘¿Qué haces este fin de semana?’ ‘He quedado
con la familia’. ‘¿No quieres ver a Gabo?’ ‘¡Claro!’ ‘¿Por qué no le
llevas mis regalos de Navidad a México? Así seguro que te abre la
puerta’. Dicho y hecho, me embarqué cargado con una sospechosa maleta
que, según la báscula del aeropuerto del Prat, pesaba más de 45 kilos.
No me habían dado ninguna indicación: como en una película de espías,
solamente sabía que debía alojarme una semana en un determinado hotel y
que Gabo se pondría en contacto conmigo, como así sucedió.
Cinco años después, y tan solo unos meses
después de aquel fallido encuentro cartagenero entre Gabo y Vargas
Llosa, el azar quiso que me encontrara en el piso de Manhattan de Vargas
Llosa, la mañana en que la Academia Sueca le comunicó que había ganado
el Nobel. Los ilustres académicos del norte habían puesto, sin saberlo,
un bonito final a mi historia.
Relaciono muchos de mis recuerdos del boom con
diversos momentos del Hay Festival. El Hay es diferente al resto de
festivales, y es diferente también a las ferias del libro, aunque tengan
elementos en común. Con todas sus sedes, repartidas por cuatro
continentes, y en continua expansión y transformación, la cita es el
meeting point de la literatura mundial.
De izquierda a derecha: Javier Cercas, Almudena Grandes, Boris Pfeiffer, Laura Bates. Foto: Archivo particular.
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Así, en Xalapa, uno se encuentra con, por
ejemplo, el norteamericano David Rieff o el británico Salman Rushdie, y
sus preguntas o sus anécdotas iniciales siempre son sobre los autores
del boom u otros latinoamericanos. Pocas cosas ayudan más que estas
citas a la interconexión no solo entre españoles y latinoamericanos,
sino del mundo anglosajón con ese territorio que Carlos Fuentes bautizó
como la Mancha.
El Hay es tal vez uno de los eventos que mejor ha entendido la globalización.
A semejanza de lo que hace el festival musical Sónar que, desde
Barcelona, expande su marca con nuevos eventos en Sudáfrica o ahora en
Estocolmo, la tribu organizadora del Hay parece consciente de que, hoy
día, hay un solo mundo literario y que debemos multiplicar los puntos de
contacto entre ciudades, sin olvidar por ello lo local.
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Afiche del Hay Festival 2015. |
Por eso, y por sus extensiones en otras
ciudades dentro de un mismo país, sus acciones en zonas desfavorecidas, y
porque ha conectado con los jóvenes, sacando la literatura de las aulas
y llevándola a las plazas, deseemos larga vida al Hay, dondequiera que
se celebre, porque en él seguirán sucediendo cosas maravillosas.