jueves, 3 de abril de 2014

La literatura reescribe el Nuevo Testamento

 Ricardo Menéndez Salmón y Colm Tóibín abordan las historias de Jesús,su  infancia y María , su vejez. Con  Niños en el tiempo  y  El Testamento de María desafían la leyenda bíblica que sigue inspirando en el siglo XXI. Se suman a una tradición de autores que han abordado la Biblia como Kazantzakis, Graves, Mann, Borges, Saramago…

Maia Morgenstern y Jim Caviezel, como María y Jesús, en  La pasión de Cristo, de Mel Gibson. /elpais.com
¿Sabría ese niño Dios que sobrevivió a su hermano mellizo que su madre lo abandonaría en el momento de su paso a la eternidad, y que por ello moriría asediada de remordimientos? Todos son voces alrededor de la leyenda bíblica. Una historia que no descansa en paz.
Veintiún siglos después las voces siguen alrededor de Jesús y María. Voces que van y vienen, que entran y salen del mito para agrandarlo y volverlo más enigmático. Aunque sea desde la desacralización. Los últimos en hacerlo han sido Ricardo Menéndez Salmón en Niños en el tiempo (Seix Barral), con un capítulo clave de la infancia de Jesús, y Colm Tóibín en El testamento de María (Lumen), con una ancianidad de la virgen que “va contra el mito”, según el propio autor irlandés.
Dos novelas aplaudidas por la crítica que reescriben el Nuevo Testamento al añadir episodios y coincidir en un Jesús y María (respectivamente) en uso del mayor regalo dado por su Dios: la racionalidad. Hijo y madre en los laberintos de la mortalidad y enfrentados de verdad a la muerte. El amor. El tiempo. Y en ambas obras el amor y la creación literaria imbricadas para cuestionar “destinos” y verdades, a la vez que se muestran como salvadoras. Y, de paso, confirmar al cristianismo como eterna fuente de inspiración.
Silencio y ruido milenarios. Soledad y murmullo perpetuo.
Las nuevas versiones de viejos personajes bíblicos o semibíblicos no son desmitificadoras, sino todo lo contrario
Lo cierto “es que las nuevas versiones de viejos personajes bíblicos o semibíblicos no son desmitificadoras, sino todo lo contrario”, asegura Félix de Azúa; “gracias a ellas se mantiene vivo el mito. Jesús es inagotable y seguirá dando pie a la escritura mientras el cristianismo tenga la función de simular una religión occidental”.
Menéndez Salmón y Tóibín entran así en la tradición literaria de llevar luz a zonas oscuras de la Biblia, a crear pasajes negados, hurtados o ignorados de las escrituras; o para completar o complementar los conocidos de aquel mundo lleno de sombras.
Aquí los juegos de un niño mellizo cuyo hermano mayor murió al nacer...
...Allí, media vida después, una virgen que hace oír su voz...
Miradas impensables hace un par de siglos pero hoy con nombres que van desde Nikos Kazantzakis hasta José Saramago, desde Robert Graves hasta Jorge Luis Borges, desde Thomas Mann hasta Normal Mailer.
Hay partes tanto de la vida de Jesús (la infancia en este caso) como de su carácter (sus afectos o su sexualidad, por ejemplo) que no eran relevantes para esa transmisión, bien porque resultaban incómodas o incluso porque eran heréticas
El principio y el final de esas vidas no se conocían así. La infancia hurtada a Jesús forma parte de un pasaje clave de la novela de Menéndez Salmón (Gijón, 1971) que trata sobre la ruptura de un matrimonio y la muerte de su hijo. El motivo de ese ocultamiento bíblico, según el escritor asturiano, podría estar en que era algo que no interesaba para los fines últimos. “Jesús es una construcción más o menos afortunada de una personalidad puntual… Hecha por una serie de narradores, desde los evangelistas a Pablo, que realmente es quien inventa el cristianismo, se orienta a la implantación de una fe y a la consolidación de determinada visión del mundo. Supongo que hay partes tanto de la vida de Jesús (la infancia en este caso) como de su carácter (sus afectos o su sexualidad, por ejemplo) que no eran relevantes para esa transmisión, bien porque resultaban incómodas o incluso porque eran heréticas”.
Pasadas las orillas religiosas, Menéndez Salmón reconoce la fuerza y el primer orden literario de una figura como Jesús, “nacido de distintas plumas y sensibilidades, y cuya vida se organiza con vistas a un fin propagandístico. Que esa aventura careciera de una infancia propia, de una narración que se asomara a ese instante en el tiempo” fue lo que le pareció más sugestivo al escritor.
Rodeado de tentadores demonios literarios, Menéndez Salmón prefirió “pecar de ingenuo antes que beber de otras fuentes”. Conocía los libros de Saramago, Kazantzakis, Bauer, Renan o Mailer sobre Jesús, pero no siente que hayan influido en el resultado final.
La novedad y esencia diferenciadora del cristianismo, explica el autor, “es el amor al prójimo. Es decir, el Sermón de la montaña”. Lo demás, un mosaico de creencias judías o paganas.
En Niños en el tiempo aparece la PALABRA escrita como elemento verdaderamente creador del mundo y de la vida, que, incluso, aspira a enmendar. Y Menéndez Salmón se pregunta: “¿En qué puede creer un escritor con más fuerza que en la palabra? La palabra es capaz de destruir mundos y de salvar vidas. La palabra puede conducir a la locura o a la felicidad. En ese sentido, las religiones han sido siempre muy sagaces. Han sabido del poder consolador pero también del poder manipulador de la palabra”.
Esa misma palabra que también ha servido a Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955), en El testamento de María (nominada al Booker y en audiolibro con la voz de Meryl Streep), para darle voz a la madre de Jesús en su ancianidad. Y, a su vez, mostrar cómo la palabra sirve para manipular. Junto a María, mientras ella cuenta y evoca, están dos de los evangelistas que escriben el Nuevo Testamento. A su antojo. Sordos a los verdaderos hechos presenciados y sentidos por ella en los últimos días de Jesús que, definitivamente, habrían alterado la historia que ha atravesado 21 siglos.
Nada.
Hay algo que ella no hizo. Ese hueco en su tiempo la desvela. Siente culpa, remordimiento. María habla, y habla, y en ese torrente conmovedor de palabras pone a personas, sentimientos, ideas y creencias en su sitio. Se lamenta. Desafía.
Pide un milagro. Todo es en vano. Dios solo hace milagros para su propio beneficio.
El origen de la novela es una obra de teatro que Tóibín escribió y se representó en Dublín en 2011. Todo se remonta al día en que vio a Fiona Shaw como Medea. También, hace 15 años, en Nueva York, asistió a un curso en la Escuela Nueva que incluía Medea, Electra y Antígona. Fue el chispazo y se interesó en la idea de “insertar un tono griego, lleno de ira y dolor reprimido en la figura de María”. Una voz, enraizada, también, en La Pasión según San Juan, de Bach, algunas cantatas de Bach, el canto de la mezzosoprano Lorraine Hunt Lieberson, y varios textos sobre el trauma. Y, “tal vez la novela de J. M. Coetzee La Edad de Hierro, por su tono”.
Silencio, grito y susurro. Soledad en duelo.
La idea de él como Dios estaba más allá de ella. La idea del futuro no le interesaba. Ella está encerrada en el pasado
La María de Tóibín es completamente humana: “Lo que ella vivió fue algo personal. Era su hijo. Ella lo conocía como un ser humano. La idea de él como Dios estaba más allá de ella. La idea del futuro no le interesaba. Ella está encerrada en el pasado”.
El testamento de María, o algo así como “el legado de María”, también habla de la forma como se escribe la Realidad o la Historia. Aquí con unos evangelistas escribiendo la vida de Jesús a su acomodo. Para Tóibín, “la tarea del novelista es crear drama”. Y el drama para él fue la creación de una María inédita “con voz desafiante, con una mente racional, inteligente y una aguda forma de darse cuenta de las cosas. Era consciente de que esto iba contra el mito de su suavidad, su sufrimiento pasivo”.
Su novela, afirma, “es realmente acerca de la narrativa en sí, de dos tipos de narrativa, una que se ordena, escrita de manera estructurada. Eso es lo que escriben los hombres en la novela. Por otro lado, el discruso de María es toda voz, es urgente y espontánea, se trata de su cuerpo, se trata del silencio y de la necesidad de romper el silencio”.
Un misterio. Eso es para Colm Tóibín, uno de los autores contemporáneos más importantes, la fuerza del mito bíblico en el siglo XXI “donde el cristianismo se sigue propagando con fuerza en lugar de otras religiones o sectas”. Tal vez se deba“al hecho de que no tuviera sacrificios humanos y que incluyó milagros y habló sobre el amor. Además, la forma en que el Nuevo Testamento fue escrito como historia”.
Veintiún siglos después, ni los dioses ni sus sombras dejan en paz a los mortales.