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¿Se acaba la novedad tecnológica del libro electrónico? /elpais.com |
Todavía no ha acabado el verano y ya estamos en
plena rentrée literaria, esa avalancha
de títulos que junto a las primeras jornadas de Liga, las nuevas temporadas
televisivas y las colecciones por fascículos encarnan la vuelta a la rutina y traen
consigo un anticipo de la nostalgia otoñal. Entre la hojarasca que este año
volverá a acumularse en las mesas de novedades y que amenaza con transformar la
avidez lectora en simple y llana angustia, tendremos las nuevas novelas de J. M. Coetzee, Jean Echenoz, Sofi
Oksanen, Zadie Smith, Ian McEwan o
Vargas Llosa. Pero algo me dice que para entender de verdad el fenómeno de la rentrée no hay que verlo desde la
perspectiva del lector, sino ponerse en la piel de los editores, que afrontan
el regreso a la actividad con ese ritmo frenético que provoca la incertidumbre,
un factor inherente a toda apuesta literaria, por segura que se crea.
Por ese este primer post de Letras en 360º de la nueva temporada lo
dedicamos a este polémico aspecto y con información procedente del país
qu emarca el rimto en cuestiones editoriales y tecnológicas:
ESTADOS UNIDOS
Según un informe publicado durante el verano por la
Asociación de Editores Americanos (AAP en sus
siglas en inglés) la industria del libro en Estados Unidos atraviesa un buen momento
gracias, en gran medida, a la exportación de títulos a Europa y Asia. Sin embargo,
más de un blogger ha leído el informe entre líneas para detectar un relativo parón en las ventas con
respecto al año anterior y anunciar, quizá de forma algo prematura, el principio del fin del libro
electrónico. Tampoco sería de extrañar que de un momento a otro las
cifras empiecen a asentarse tras el rápido crecimiento que ha venido experimentado
el sector durante el periodo 2008-2011; en cualquier caso, ya se sabe aquello que
dijo el sabio: “denme una estadística y moveré el mundo”, así que lo mejor es
coger toda está información con pinzas y observar lo que va sucediendo sin
tomar partido. Las aguas bajan tan revueltas que todavía es difícil afirmar qué
estrategias realmente funcionan, ya que algunos éxitos sonados han resultado
ser la antesala del fracaso; y si no, que se lo digan a William J. Lynch, el
CEO de Barnes & Noble que se apuntó un gran tanto con el lanzamiento de su
lector Nook pero a costa de
descuidar el libro físico. El resultado a la larga fue toda una pifia, por decirlo
suavemente, así que el presidente ejecutivo –y escarmentado- del grupo, Leonard
Riggio, ha decido no volver a poner todos los huevos en la misma cesta y nombrar tres jefazos en lugar de
uno: el
primero se ocupará del mercado electrónico, el segundo del sector universitario
y el tercero del negocio tradicional, la red de librerías que convirtió a
Barnes & Noble en el mayor distribuidor de Estados Unidos.
No sé a ustedes, pero a mí esto me recuerda al
cuento de los tres cerditos, y empiezo a sospechar que si todo me suena a
fábula de dudosa moraleja es porque los argumentos a favor y en contra del
libro electrónico se han vuelto bastante recurrentes, además de maniqueos.
Entre los escritores, editores y críticos las posturas siguen siendo demasiado viscerales,
cuando no claramente interesadas. Por eso me gustan los análisis de los insiders tecnológicos que, como los “pentiti”
de la Mafia, alumbran desde una posición privilegiada el lado oscuro del
paraíso tecnológico, como ocurre con el manifiesto “You are not a gadget” de Jaron
Lanier o el debate que lleva animando el experto en tecnología Nicholas Carr desde
que en 2008 The Atlantic publicara su polémico artículo, encabezado por esa
pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez “¿Está Google volviéndonos
estúpidos?”. En un libro finalista del Pulitzer y publicado en España
por Taurus (The Shallows: What the Internet
Is Doing to Our Brains) Carr ofrecía argumentos de peso sobre el efecto de
internet en nuestra forma de pensar y, especialmente, en nuestra capacidad de
concentración, aturdida por la profusión de hipervínculos, el salto liviano de
página en página o la misma noción de “surf”, tan ilustrativa de lo que normalmente
hacemos en la pantalla y que nada tiene que ver con “sumergirse” en la lectura,
el tipo de inmersión que requiere la literatura con mayúsculas.
Se supone que
una de las garantías para evitar la lobotomía colectiva y que este patrimonio
cultural “sobreviva” reside en la figura del/los editor(es), de ahí que Boris
Kachka haya recurrido a la metáfora de la supervivencia para titular su
historia de la mítica editorial Farrar,
Straus & Giroux: “Hothouse: The Art of Survival and the Survival of Art at
America’s Most Celebrated Publishing House” en lo que, para el crítico de The
New York Times, viene a ser todo un beso con lengua a su
fundador, Roger Straus, vástago de una dinastía de orígen judio
alemán comparable en riqueza e influencia con la familia Guggenheim. Si ya el
propio Straus era experto en el autobombo, Kachka no es precisamente parco en
elogios, llevando la adulación a tal extremo que entorpece un análisis templado
de las circunstancias que convirtieron a FSG en lo que hoy es, un referente
indiscutible de la cultura estadounidense y una de las principales ventanas
para que los autores europeos accedan al público norteamericano. Afortunadamente,
un ensayo aparecido en The New
Yorker y
firmado por otro dinosaurio de la edición, Robert Gottlieb, aporta una
visión de la editorial y de su evolución con el ojo puesto en el pilar
intelectual de la empresa, Robert Giroux, un tipo con un olfato editorial de
ensueño: una fosa nasal orientada hacia la calidad literaria y la otra hacia el
éxito comercial. Y aunque el propio Gottlieb argumenta que Boris Kachka merece el
reconocimiento de su esfuerzo por diseccionar en profundidad una aventura
editorial tan rica y compleja, la verdad es que cuando un termina de leer su
ensayo en The New Yorker ya le quedan pocas ganas de meterse en las casi 500
páginas de Hothouse, por muy aderezadas que estén con intrigas, cotilleo y
sexo.
Y a decir
verdad, hubo tiempos mejores para la industria editorial americana, o al menos
más glamourosos. Ahora los editores y libreros independientes de Estados
Unidos se han cabreado con Obama porque hace apenas un mes soltó uno de sus discursos en el
macrocentro de operaciones de Amazon en Chattanooga, Tennessee, cuyas instalaciones
ocupan la superficie equivalente a 28 campos de fútbol (se entiende que “americano”,
así que súmenle unos cuantos bernabéus a la imagen mental que se hayan hecho). Lo que ha ofendido a los libreros no ha sido sólo
la carga simbólica del lugar elegido por el presidente para pregonar las
virtudes de su programa económico en su “Middle-Class Jobs Tour”, sino lo que
entienden como una falacia en toda regla, ya que según sus cifras cada 10 millones de dólares que
pasan a Amazon cuestan 33 puestos de trabajo en librerías. Lo que
decíamos, estadísticas hay para todos los gustos.
Coda. Tres años después de la muerte de J.D. Salinger, acaba
de aparecer en Estados Unidos una biografía firmada por David
Shields y Shane Salerno tras nueve años de investigación y más de doscientas
entrevistas. No debe haber sido fácil seguirle la pista a un individuo
que hacía lo posible por borrarse del mapa, o al menos esa es la impresión que
daba, ya que por lo visto su estrategia consistía en no desaparecer del todo,
sino en dosificar sus declaraciones a periodistas y controlar celosamente toda
información relacionada con su figura. Y es este detalle sobre su carácter lo
que hace creíble la bomba que han dejado caer sus biógrafos y que tiene revuelto
al mundillo literario estadounidense: por lo visto, al menos dos nuevos libros,
protagonizados por Holden Caulfield, serán publicados póstumamente, ofreciendo por
fin al público el trabajo realizado por Salinger en los últimos cincuenta años. En España lo editará Seix Barral.
** INDIA y CHINA. Para ir
terminando, durante estas fechas se han celebrado las Ferias del Libro de Delhi (del 23 al 31
de agosto) y Pekin (28 de agosto al 1 de septiembre), dos eventos editoriales
de primera magnitud, no sólo por el número de lectores potenciales que ambos
países albergan, sino por el interés de sus editoriales en exportar voces
nuevas al mercado occidental aprovechando el tirón del Nobel Mo Yan.