martes, 4 de marzo de 2014

Una trágica historia de amor

La primera novela traducida al español del escritor brasileño João Paulo Cuenca fluye en un juego de contrastes

 Fue seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores veinte escritores brasileños menores de 40 años./revista Ñ.
Pase lo que pase, todo lo que suceda terminará en catástrofe. Así lo anuncia El único final feliz para una historia de amor es un accidente, la tercera novela del escritor brasileño João Paulo Cuenca y la primera traducida al español. No hay lugar para el optimismo: el comienzo del libro coincide exactamente con el desenlace nefasto de esta historia, y en el medio, el lector irá entendiendo la etiología: de quién se trata y por qué, siempre expectante sobre en qué punto del relato efectivamente sucederá lo anticipado. Por eso Cuenca amaga y repite los párrafos previos al desastre una y otra vez, hasta que el final definitivo aparece sin sorpresa con las mismas palabras introductorias del principio. Ahí sí la sangre derramada tendrá nombre propio.
Los treinta y un capítulos brevísimos de esta novela son contados en primera persona a través de dos narradores. Una voz es la de Shunsuke Okuda, a la vez víctima y victimario, de cuya historia trágica (¿de amor?) con la rumano-polaca Iulana Romiszowska seremos testigos. El universo que acompaña el relato se compone de cámaras, teléfonos pinchados y micrófonos escondidos en los recintos y espejos de fondo falso de todo Tokio, epítome del futuro mediado por imágenes. El equipamiento grandilocuente pertenece a su padre, el viejo poeta Atsuo Okuda, dispuesto en un sótano que dio en llamar Sala del Periscopio: una red de observación orwelliana desde donde se deleita del mundo (y de su hijo) con delirante morbosidad. Considerado como la última gran voz de la poesía Tanka en Japón, es una suerte de J. D. Salinger oriental que decidió dejar atrás la publicación y la vida literaria pero nunca abandonó la escritura. Sus poemas son dedicados exclusivamente a Yoshiko, una muñeca erótica hiperrealista de 50 millones de yenes que, construida con medidas específicas, guarda en su interior las cenizas de su esposa muerta. Gracias al poeta, la muñeca cobra vida y, a través de sus ojos, aprende sentimientos y contempla el mundo convirtiéndose en la segunda voz de esta historia.
Todo en la novela de Cuenca es contraste y desconcierto en el caos de la megalópolis que encandila con sus luces de neón. Entre infortunios surreales rodeados por acciones extremas, Shunsuke sufre, pero el padecimiento no es sinónimo de sensiblería. El relato maquínico de inventario que refleja su forma de ver el mundo es inquietante. Sus testimonios de narrador omnisciente que construyen los escenarios y las posibles vacilaciones de los que son mirados son toscas, analíticas y rozan lo psicopático. Se vale de sensaciones cosificadas como si quisiera encontrar la textura desconocida de lo material y ahonda en la intimidad de un modo tan esquemático que genera extrañamiento.
El único final feliz para una historia de amor es un accidente es un corrimiento deliberado de cierto hermetismo para construir ficciones. Pero detrás de tanta dosis de irrealidad subyace la desnudez fatigada de un ser alienado para quien el amor es una obsesión planificada y el mundo sólo debe seguir sus reglas. Queda claro. Si no, vendrá la muerte.