La primera novela traducida al español del escritor brasileño João Paulo Cuenca fluye en un juego de contrastes
Fue seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores veinte escritores brasileños menores de 40 años./revista Ñ. |
Pase lo que pase, todo lo que suceda terminará en catástrofe. Así lo anuncia El único final feliz para una historia de amor es un accidente,
la tercera novela del escritor brasileño João Paulo Cuenca y la primera
traducida al español. No hay lugar para el optimismo: el comienzo del
libro coincide exactamente con el desenlace nefasto de esta historia, y
en el medio, el lector irá entendiendo la etiología: de quién se trata y
por qué, siempre expectante sobre en qué punto del relato efectivamente
sucederá lo anticipado. Por eso Cuenca amaga y repite los párrafos
previos al desastre una y otra vez, hasta que el final definitivo
aparece sin sorpresa con las mismas palabras introductorias del
principio. Ahí sí la sangre derramada tendrá nombre propio.
Los
treinta y un capítulos brevísimos de esta novela son contados en primera
persona a través de dos narradores. Una voz es la de Shunsuke Okuda, a
la vez víctima y victimario, de cuya historia trágica (¿de amor?) con la
rumano-polaca Iulana Romiszowska seremos testigos. El universo que
acompaña el relato se compone de cámaras, teléfonos pinchados y
micrófonos escondidos en los recintos y espejos de fondo falso de todo
Tokio, epítome del futuro mediado por imágenes. El equipamiento
grandilocuente pertenece a su padre, el viejo poeta Atsuo Okuda,
dispuesto en un sótano que dio en llamar Sala del Periscopio: una red de
observación orwelliana desde donde se deleita del mundo (y de su hijo)
con delirante morbosidad. Considerado como la última gran voz de la
poesía Tanka en Japón, es una suerte de J. D. Salinger oriental que
decidió dejar atrás la publicación y la vida literaria pero nunca
abandonó la escritura. Sus poemas son dedicados exclusivamente a
Yoshiko, una muñeca erótica hiperrealista de 50 millones de yenes que,
construida con medidas específicas, guarda en su interior las cenizas de
su esposa muerta. Gracias al poeta, la muñeca cobra vida y, a través de
sus ojos, aprende sentimientos y contempla el mundo convirtiéndose en
la segunda voz de esta historia.
Todo en la novela de Cuenca es
contraste y desconcierto en el caos de la megalópolis que encandila con
sus luces de neón. Entre infortunios surreales rodeados por acciones
extremas, Shunsuke sufre, pero el padecimiento no es sinónimo de
sensiblería. El relato maquínico de inventario que refleja su forma de
ver el mundo es inquietante. Sus testimonios de narrador omnisciente que
construyen los escenarios y las posibles vacilaciones de los que son
mirados son toscas, analíticas y rozan lo psicopático. Se vale de
sensaciones cosificadas como si quisiera encontrar la textura
desconocida de lo material y ahonda en la intimidad de un modo tan
esquemático que genera extrañamiento.
El único final feliz para una historia de amor es un accidente
es un corrimiento deliberado de cierto hermetismo para construir
ficciones. Pero detrás de tanta dosis de irrealidad subyace la desnudez
fatigada de un ser alienado para quien el amor es una obsesión
planificada y el mundo sólo debe seguir sus reglas. Queda claro. Si no,
vendrá la muerte.