El gran realizador italiano vuelve a la carga. Autor de obras fundamentales como Novecento y El último tango en París, está fascinado por la tecnología y la frescura de los jóvenes
Bernardo Bertolucci. / Alessandro Dobici./elpais.com |
Bernardo Bertolucci
ha regresado. A sus 72 años, el director de cine italiano conduce su
"silla eléctrica" por el barrio del Trastevere sorteando los agujeros
que el anterior alcalde, el posfascista Gianni Alemanno, le ha dejado en herencia a la ciudad de Roma. El autor –entre otras muchas– de El último tango en París, Novecento y El último emperador había firmado su última película (Soñadores) en 2003,
y desde entonces se había encerrado, tal vez escondido, en este
silencioso apartamento de techos altos, libros y recuerdos junto al
Tíber. El año pasado, una novela del escritor Niccolò Ammaniti, Io e te (publicada en España por Anagrama con el título Tú y yo),
logró finalmente sacarlo de su soledad buscada, de esas cuatro
paredes en las que tantas otras veces ha encerrado a sus personajes.
"El cine es mi terapia", reconoce, para preguntar después con la
ilusión de un chaval: "¿Sabes que seré presidente del jurado en el
Festival de Venecia?". La promoción en Italia de Tú y yo (que
se estrena en España el 26 de julio) le ha servido para constatar que,
al margen de las críticas buenas o malas, los italianos lo sitúan ya
en el altar de sus mitos. Dice que está fascinado por las nuevas
tecnologías –valoró incluso la posibilidad de rodar su última obra en
3D–, pero muy preocupado por esta Italia que, tan religiosa de puertas
para afuera, no termina de hacer propósito de enmienda ante sus
pecados ancestrales. Tal vez por eso sigue buscando en la esperanza
que encierran los jóvenes su fuente de inspiración.
¿Qué debe tener un libro, un guion, para que se decida a convertirlo en una película?
Cada vez es por una cosa distinta. Aquí es por los jóvenes. Me gusta trabajar con jóvenes. También en la última película, Soñadores,
lo son. No sé por qué. No es solo por estética, la belleza que
todavía conservan. Tal vez es porque tengo la sensación de verlos
crecer delante de la cámara. De hecho, Jacopo [Olmo Antinori, el
protagonista masculino de Io e te] ha crecido desde el inicio
hasta el fin de la película. Lamentablemente no me acordé de tomar las
medidas haciendo una señal sobre la pared. Habría sido bonito. Me
gusta mucho la frescura de los jóvenes. En esta película se hace
evidente una estrategia mía de director: una vez terminado el reparto,
cuando comienza el rodaje, aquello que he ido descubriendo en los
actores se convierte en un material para mí irrenunciable, que va
modelando a los personajes escritos sobre el papel, otorgándoles un
aspecto más definido. Tea Falco [la protagonista femenina] es una
muchacha de Catania, parece muy sofisticada con su pelo rubio y largo,
pero a la vez –y es una pena que solo los italianos que vean la
película puedan notarlo– tiene un marcado acento siciliano. El
resultado es que tenemos a una especie de modelo salida de Vogue
que, cuando habla, tiene este acento… Después se descubre que detrás
de esa belleza y ese acento hay una historia. También los
espectadores. Es un viaje.
Un viaje al trastero del sótano puede convertirse en un viaje hacia el infinito.
Así es. Solo al final de la película podremos deducir un viaje hacia
el infinito. Antes no se sabe cómo será este viaje, adónde irá
Lorenzo. Un adolescente que, en vez de marcharse de excursión durante
la semana blanca, elige la opción más extrema para un chico de 14
años, la de encerrarse en el sótano de casa, haciéndoles creer a sus
padres que está muy lejos de allí, con sus compañeros de clase,
disfrutando de la semana blanca. Yo no he tenido hijos, pero a través
de los hijos de algunos amigos he sabido que es una edad muy difícil.
He visto a estos muchachos sentir odio por sus padres, vergüenza de
salir a la calle con ellos. Se cierran en su habitación, con la música
altísima. Es un momento de la vida verdaderamente difícil. De hecho,
al inicio de la película, la relación del protagonista con la madre,
ya se ve que él no logra controlarse, que la provoca. Pueden ser muy
infantiles y muy adultos a la vez. Tener –como Lorenzo– caracteres
contradictorios. Ser muy retraídos hasta llegar a preocupar a los
padres y, en cambio, demostrar muy buen sentido, mucho control. Se ve
cuando organiza meticulosamente su encierro.
Como en El último tango en París (1972) o en Asediada (1998), en su
nueva película también encierra a su pareja protagonista en un lugar
aislado, para que desde allí busquen la libertad, la transgresión. ¿Se
siente usted bien en los lugares cerrados?
Mira a tu alrededor. Hace bastante tiempo elegí este lugar donde estar
siempre. Y esta última película la he rodado aquí al lado, al final
de Via Corsini. Al lado del Jardín Botánico hay una casa con un
estudio muy grande propiedad de un pintor de vanguardia, Sandro Chia, y
en ese estudio hemos creado las condiciones para que me pudiera mover
por allí con la silla eléctrica, dentro del patio, en el garaje… No
tardaba más de un minuto en ir de mi casa al rodaje. Me he tenido que
crear unas condiciones amables para trabajar sabiendo que esta ciudad
no es –o no era en el tiempo del alcalde Gianni Alemanno [alcalde de
Roma hasta hace un mes]– una ciudad amigable. El Trastevere es un
barrio muy hermoso, pero cuando salgo de casa tengo que estar muy
atento a no tropezar con mi silla eléctrica, porque faltan sampietrini
[los característicos adoquines romanos], hay agujeros en las aceras,
corro un riesgo cierto de caerme. Esta ciudad tan bella se ha
convertido en lo contrario de amable. Es hostil.
Su otra ciudad prohibida…
Cierto. Es una verdadera ciudad prohibida. Por cierto, ¡también la ciudad prohibida de El último emperador
(1987) era un espacio cerrado! Otra película mía que se desarrolla en
un lugar cerrado. No sé. Tal vez en el fondo esto tenga alguna
relación con el hecho de que a mí, cuando tenía cuatro o cinco años,
me gustaba mucho ir a la cama de mis padres y meterme bajo las
sábanas, ir hasta el final – con el pánico de asfixiarme– y luego
regresar para volver a respirar. Nunca se sabe si esas pequeñas cosas
de crío… Pero es verdad eso que se dice: buscar la libertad en un
lugar cerrado. Eso es.
Claustrofilia en vez de claustrofobia…
Sí, mucha gente suele sentir claustrofobia en los lugares cerrados, yo en cambio siento claustrofilia.
A pesar del tiempo transcurrido desde que rodó por última vez, su última película está llena de huellas de otras películas suyas.
Ummm… Es probable. Pero no a propósito. ¿En qué piensa?
Ya hemos hablado de los lugares cerrados, pero también está el baile de los protagonistas.
¿El baile entre hermano y hermana? Sí, tal vez. Es una especie de
catarsis. En ese momento, allí, en el trastero del sótano, yo veo que
florece el amor entre ellos y que lo aceptan. Es el momento en que se
rinden y aceptan amarse. Me he reído porque algún amigo, algo
decepcionado, me ha dicho: "Yo esperaba que sucediese alguna cosa
erótica". No. El amor entre hermano y hermana puede ser también
erótico, naturalmente, pero aquí no me interesaba esa vía. Me
interesaba más la otra experiencia, la de llegar a la liberación a
través de un trastero oscuro. La ayuda que él, un chico de 14 años, es
capaz de prestar a su hermana, 10 años mayor, drogadicta, para
ayudarla a salir del síndrome de abstinencia. Él le acompaña, e
incluso va a robar los somníferos de su abuela. Y allí él está
creciendo.
¿Los jóvenes de hoy piensan todavía que es posible cambiar el mundo como aquellos de hace 30 o 40 años?
No lo sé. Lamentablemente no tengo hijos. Veo solo a los hijos de los
amigos. Yo viví una época extraordinaria. Desde niño ya crecí en la
leyenda de la resistencia –yo soy de Parma, los partisanos, los
comunistas…–, y después me encontré con esa onda maravillosa de los
años sesenta, del 68, que ha sido después muy criticada, olvidada
incluso. Pero para mí el 68 –que duró hasta la década de los ochenta–
sigue siendo muy importante: fue el último momento en que, a través de
los jóvenes, la gran comunidad internacional soñó con cambiar el
mundo. Y de allí partió de alguna manera el nuevo modelo de sociedad.
Después del 68, por ejemplo, las mujeres lograron mucho más espacio y
comenzaron a ser conscientes de su papel en la sociedad… Hoy no sé si los jóvenes conservan ese espíritu.
Ahora, al menos, las calles vuelven a estar llenas de gente que
busca una salida. Tal vez haya algo en el ambiente parecido a aquella
época.
Yo miro mucho al presente. Miro sin estar presente. Veo muchas cosas. Y
lo que siento es que el cambio ha sido muy fuerte, pero no nos hemos
dado cuenta. Se nota en todo. Incluso en la actitud que se tiene al
juzgar una película. Nuestra generación tenía una actitud muy
diferente.
¿En qué sentido?
Tal vez porque no teníamos esa especie de bombardeo constante de
imágenes. Y que de alguna manera empobrecen la sorpresa de una
película. Cuando yo tenía 15 años, se hablaba de un chino y se pensaba
en los chinos que había dentro de las novelas de aventuras. Fíjate:
yo estaba tan fascinado por el misterio de los chinos que fui a China a hacer El último emperador… Ja, ja, ja. Pero ahora todo se ha globalizado y desmitificado. Hay cosas cercanas que estaban en el fondo del tabú.
Hablando de tabúes, a principios de los setenta, después de rodar El último tango en París,
usted perdió el derecho de voto por ofensa al pudor. Fue condenado en
Italia, y también lo fue Marlon Brando. ¿Aquellos tabúes cayeron del
todo o están todavía en pie, sobre todo en Italia, donde la presencia del Vaticano es muy fuerte?
Hace 40 años, los jueces condenaron la película, al autor, a los
actores, al productor con penas que incluían la prisión, pero al final
nos dieron la condicional y no tuvimos que ir. Pero sí nos quitaron
los derechos civiles. Yo no pude votar durante cinco años. Para mí
supuso una herida. Tenga en cuenta que fue a mitad de los años
sesenta, era justo cuando estábamos más politizados, cuando rodé Novecento.
No sé. A pesar de las expresiones multitudinarias de fe, el modo de
ser religioso de los italianos es, digámoslo así, muy cómodo. Las
iglesias están vacías, a los seminarios solo van los jóvenes que
vienen de países en vías de desarrollo. El hecho de haber elegido a Francisco
ha sido una gran jugada de astucia por parte del Vaticano. Porque la
Iglesia vive unos momentos difíciles, la presión de quienes quieren
que los curas se casen, los casos de pederastia. ¿No crees que si los
curas pudieran casarse no disminuiría el problema? ¿Tú eres católico…?
Yo no puedo decir que no soy católico. Porque he nacido en este país,
somos de procedencia católica. Y sobre la presión de la Iglesia, qué
decir… Los romanos, dada la cercanía del Vaticano, han encontrado un
modo inteligente de convivir.
¿Cómo ve la actual situación de Italia?
Después de las elecciones generales,
me ha dado la impresión de estar asistiendo al suicidio del
centroizquierda. Me parece que el Partido Democrático (PD) ha puesto en
escena un gran suicidio. Y ni siquiera romántico. Estamos viviendo un
momento más fuerte incluso que cuando el Partido Comunista Italiano
(PCI) se fue despojando del nombre para convertirse en el Partido
Democrático. Lo de ahora es un suicidio. ¿Qué error han cometido? No lo
sé. Se puede hablar de una mutación casi. En cualquier caso, durante
mi ya larga vida he visto y vivido situaciones que parecía imposible
que sucedieran. Tal vez por eso mi generación, e incluso las
generaciones más jóvenes, somos incapaces de leer bien lo que sucede.
Analizamos siempre lo que sucede con una óptica un poco… anticuada.
El cineasta Bernardo Bertolucci. / ALESSANDRO DOBICI
Tal vez esa óptica pueda servir de
referencia para entender que está sucediendo en Italia, en Europa en
su conjunto, un empobrecimiento general, una pérdida de algunos
derechos alcanzados. Hace unas semanas, Soledad Gallego-Díaz escribía en EL PAÍS
que "la normalidad" en Grecia incluye que un 10% de los niños sufran
inseguridad alimentaria y que Amanecer Dorado envíe al hospital a seis
inmigrantes diariamente. Y decía: "El jueves, como en Novecento, un
capataz disparó contra jornaleros inmigrantes que reclamaban salarios
atrasados".
¿En Grecia? ¿Y lo comparó con Novecento? Sí, ciertamente hay
una alarma social de la que no se habla lo suficiente porque se tiene
miedo. Yo no sería capaz de condenar a un padre que roba para dar de
comer a sus hijos. Creo que pueden darse situaciones dramáticas.
En Parma, su ciudad, escenario también de Antes de la revolución (1964), se produjo el primer éxito electoral de Beppe Grillo,
que precisamente es quien ha capitalizado la indignación que provocan
esas situaciones tan dramáticas. ¿Qué piensa del Movimiento 5
Estrellas?
A pesar de haber nacido de la improvisación, y de sufrir de esta improvisación, Beppe Grillo
ha logrado mostrarse como el representante alternativo de una Italia
que ya no soporta la corrupción. Es un cómico, un hombre de teatro, y
sabe cómo atrapar a la gente. Lo he visto el año pasado en sus
mítines. Desde el escenario decía: "PDL [el partido de Silvio
Berlusconi], vaffanculo, PD vaffanculo". Y luego decía:
no somos un partido, somos un movimiento. Hay alguna cosa que no me
disgusta, la crítica a la liturgia política. Pero, por otra parte,
perdona, Beppe, si no sois un partido, ¿qué sois? ¿Tú? ¿Solo tú y
alrededor toda Italia adorándote…? No, sin partido no se puede
gestionar la sociedad en la que estamos habituados a vivir. No quiero un
líder único. He sido educado para amar las diferencias, los
distintos.
En los últimos tiempos, en Italia se ha vuelto a hablar de
Tangentopoli, aquella extensa red de corrupción que acabó con la
Primera República. Dos décadas después, da la impresión de que estamos
en las mismas…
En aquel momento, yo me decía: Italia no debe perder esta oportunidad.
No solo por los 200 o 300 involucrados en el proceso de Manos
Limpias. Aquello era solo la parte visible del iceberg. El problema es
que aquí todos estamos en esa mentalidad. En Italia somos muy poco
respetuosos con las reglas. A veces los italianos hasta nos
vanagloriamos de no haber respetado las reglas. Viviendo mucho tiempo
fuera, por ejemplo en Inglaterra, me he dado cuenta de que la gente
respeta las reglas, y cuando uno no las respeta, los otros le llaman
la atención. En Italia hay otra mentalidad. Por eso digo que los
italianos no aprovecharon la experiencia de Tangentopoli para
hacer examen de conciencia. El ejemplo es que durante los 20 años que
siguieron al proceso Manos Limpias votaron a Berlusconi.
Y todavía le siguen votando…
Sí, todavía. En las últimas elecciones generales no lo ha hecho nada
mal. ¿Qué se puede decir ante esto? Tal vez se pueda decir: "Ah, sí,
antes ya habían votado a Mussolini". Hay en el alma de los italianos
la búsqueda de una figura autoritaria. Es justo aquello contra lo que
me enseñaron a luchar desde niño.
Cómo influyó su padre, Attilio Bertolucci, un poeta muy querido, en su vocación.
Nada más empecé a leer, supe que mi padre escribía poesía. Y leí una poesía que se llama La rosa blanca,
que dice: "Cogeré para ti / la última rosa del jardín, / la rosa
blanca que florece / en las primeras nieblas. / Las ávidas abejas la
han visitado / hasta ayer, / pero es tan dulce aún / que hace temblar.
/ Es un retrato tuyo a treinta años / un poco desmemoriada, / como tú
serás entonces". Leí aquella poesía y salí al jardín, y allí, al
fondo, estaba la rosa blanca. No tuve necesidad de ir más lejos.
Entendí enseguida que la poesía de mi padre estaba hecha con aquello
que tenía alrededor. Es como si él me hubiese enseñado a buscar la
poesía en todo. En todo. También donde no te lo esperas. Esta es la
cosa más importante. Escribí poesía, pero decidí no continuar porque
él era demasiado bueno y no podía ganarle. Así que cambié de oficio.
Fue él, de alguna manera, quien me orientó hacia el cine… Con el cine,
también yo busco la poesía.
El hijo del poeta
Bernardo
Bertolucci (Parma, Italia, 1941) supo nada más empezar a leer que su
padre escribía poesía. Con los versos de 'La rosa blanca' comprendió
siendo un niño que era hijo de alguien que hacía poesía con lo
sencillo, aquello que tenía a su alrededor. Y sintió que su padre le
había enseñado a saber buscar la lírica en todas partes.
Después
se convirtió en cineasta. Autor de títulos inolvidables de la
historia del cine en el siglo XX como 'Novecento', 'El último tango
en París' y 'El último emperador', estrenó su última cinta,
'Soñadores', en 2003. Diez años después vuelve a buscar la poesía del
cine en un nuevo título de su filmografía, 'Tú y yo', que se estrena
en España a finales de julio.