Una conferencia y un relato, hallados entre papeles y en un vetusto archivo de audio por el crítico Julio Ortega, llegan al país en una edición de colección; se integrarán a un futuro volumen de obras recobradas
Jorge Luis Borges y su universo inagotable./revista Ñ |
Borges acababa de consagrarse en Europa con el premio Formentor,
que aceptó compartir con Samuel Beckett, y lo esperaba un viaje al sur
de EE.UU. para enseñar en la Universidad de Texas, en Austin, como
profesor visitante entre septiembre de 1961 y febrero de 1962. “En
Austin no te tendré para comentar las cosas”, le dijo a su amigo Bioy
Casares. “Bueno, estará Madre, con quien puedo comentar cualquier cosa”,
acabó por consolarse. Días antes de partir, subiendo por la escalera de
la casa de su amigo diría una frase profética y ambigua. “Todos los
caminos llevan a Austin. También es cierto que todos los caminos llevan
al regreso de Austin”. Pero no tardó en fascinarse con la geografía de
Texas, con su universidad y su gente. El 24 de octubre escribió: “Si
pudiéramos juzgarla imparcialmente, Texas sería superior a la Argentina.
Me siento bastante feliz dando clase y hablando de Hernández y de
Lugones. Los alumnos son jóvenes gigantes, respetuosos y un poco
inalcanzables; mis colegas, españoles republicanos que extrañan la
Puerta del Sol como yo la Plaza San Martín”. Regresaría a Texas cuatro
veces más, la última con su mujer, María Kodama.
La historia
oficial sostiene que la medalla con la que el dictador Pinochet
condecoró a Borges en 1976 fue una insignia tan pesada que hundió las
aspiraciones legítimas al Nobel. Quizá esa no fue la única causa de una
omisión injusta. La chance se abre ahora que, en Recoleta, Julio Ortega,
un infatigable crítico latinoamericano en la promoción de autores en
EE.UU. y Europa, pregunta como si ofreciera un caramelo: “¿Quieres una
primicia? Yo fui consultante del Premio Nobel durante años y Borges
varias veces estuvo nominado. Ahora sé, por otro colega, que había un
escepticismo sobre el formato de su obra, que juzgaban fragmentario y
leve. La novela era el género dominante entonces”, dice.
Como en
Madrid en 2010, este profesor de la Universidad de Brown, en Rhode
Island, presenta hoy en la Feria la que según él fue la única apuesta de
Borges por el género. “Los Rivero” es la novela que podría haberle
valido el Nobel .
El manuscrito apareció en el curioso lote que el
Harry Ransom Center for the Humanities cedió a la Biblioteca de la
Universidad de Texas en 1999. En él se contaban, entre otros materiales,
un anotador con versos inéditos de Borges, la primera versión
mecanografiada de “Emma Zunz” (con personajes de nombres distintos), y
las cuatro prometedoras páginas de “Los Rivero”, que dataría de 1950.
“Es un texto maravilloso, que Borges debe haber escrito cuando todavía
no había perdido la vista del todo. Se ve una escritura dubitativa”,
precisa. El esquema de la eventual novela relata la paradójica suerte
del coronel Clemente Rivero, que peleó por la independencia de las
Provincias Unidas del Sur, fue a luchar con Bolívar y al regresar fue
condenado al exilio en Montevideo. “Es una metáfora irónica, típica de
Borges, sobre cómo los pensadores de la fundación argentina se
perdieron”, relata. No hay ninguna explicación de por qué se detuvo el
autor, pero Ortega sostiene que se horrorizó cuando notó que la única
forma de escribir “la crónica”, tal como la definía, de esos tres
personajes –el coronel y sus descendientes– requería el despliegue de
una novela. “Creía que todo lo que podía decirse en una novela podía
decirse en un cuento”, sentencia Ortega. “Los Rivero”, al igual que un
segundo tomo inédito, llegó a Buenos Aires esta semana en una edición
lujosa, que ofrece la Fundación Borges y está ilustrada por Carlos
Alonso. El libro con la conferencia “Mi amigo Don Quijote” incluye un cd
con la lectura original de Borges en inglés y está ilustrado por el
artista manchego Ricardo Horcajada. De ambos se editaron solo 100
ejemplares, autenticados con la firma de María Kodama. Esta edición para
coleccionistas fue producida por el Centro de Arte Moderno de Madrid
dirigido por el argentino Raúl Manrique Girón.
Ortega está en
Buenos Aires, además, como estrella de unas Jornadas sobre Cortázar, a
quien conoció bien. Conoció a Borges en Austin en 1982. Por esos años,
daba clases allí; Borges había dictado un semestre una década antes. Por
eso, sabía de primera mano que el argentino había dado una conferencia
en inglés sobre “El Quijote” y sospechaba que no podía haberse perdido.
La buscó durante años, hasta que por fin se topó con una cassette en los
archivos del departamento de enseñanza de español, que nunca es la
sección más rutilante de las universidades estadounidenses. El título
era “Mi amigo Don Quijote” ; estaba en un inglés comprensible y
es posible que nadie la hubiera escuchado antes. “Borges daba las
conferencias de memoria –tenía una memoria extraordinaria– con un
formato como el de los escritores ingleses, ilustrado pero plagado de
interpretaciones personales. No es nada académica”, se entusiasma
Ortega. Con el apoyo de Kodama, publicó una primera versión en inglés en
la revista Inti, de Providence, y otra versión traducida por la notable
poeta Mirta Rosemberg en el número 48 de “Diario de poesía”, en
diciembre de 1998. Hoy en la Feria, volverá a presentar la versión
revisada por él mismo. “Este es otro Quijote. No el de Pierre Menard
sino el de Borges en la madurez, cuando la lectura se ha convertido en
una fidelidad emotiva. Es memorable el final de la charla, cuando Borges
observa el balbuceo de Cervantes conmovido por la muerte de su héroe.
Ese gesto se duplica en la charla, cuando cita a Cervantes y dice: ‘No
recuerdo exactamente las palabras’. Por una vez, le faltan palabras,
ganado por una lectura emotiva: Cervantes le ha ganado la partida al
lector literal, a Pierre Menard”, escribió Ortega en la revista Insula.
Algo cautivó a Borges en Austin. Quizá por eso incluyó la ciudad en alguno de sus poemas, “ Ser ciudadano de Ginebra, de Montevideo, de Austin y (como todos los hombres) de Roma”
, escribe en “La Fama”. En su segunda visita, en 1968, lo impresionó la
novedad de que en agosto de 1966, Charles Whitman, un ex marino de 25
años, subió con un rifle a la torre de la Universidad y asesinó a 16
estudiantes antes de que lo mataran. Borges, impresionado por la
coincidencia de apellidos entre el asesino y su admirado Walt Whitman,
subió a la torre para echar un vistazo. El escritor peruano Diego
Trélles Paz noveló esa anécdota en Borges en Austin . ¿Que veía? ¿Intuía que un destino conservaría en esa universidad el núcleo de una novela que le habría dado un Premio Nobel?