En
su décimo aniversario luctuoso, Sontag escribió esta breve carta al
escritor, en la que le promete que algunos de nosotros no abandonaremos
la Gran Biblioteca
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Jorge Luis Borges, un escritor para escritores. |
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Susan Sontag, escritora estadounidense, adoradora de Borges como pocas./faenaaleph.com |
En 1996, es decir diez años después del fallecimiento de Borges, Susan Sontag le dirigió una carta admirable. En ella le escribe al Borges ecuménico de los escritores,
al que “todos quieren imitar”, al “experto viajero mental”, pero,
también, al Borges personal que uno va conociendo cariñosamente conforme
pasa el tiempo.
Sontag conoció a Borges en una comida
que se ofreció para escritores en octubre de 1982 en Nueva York. Nunca
olvidaría ese encuentro, que quizás para Borges en su ceguera haya sido
fugaz, pero que animó esta carta pública en que le promete que, a pesar
de los textos interactivos y de los libros electrónicos, “algunos de
nosotros no abandonaremos la Gran Biblioteca”. Con el paso de los años,
la carta cada vez es más oportuna (los libros cada vez son más
digitales, la lectura se acelera hacia el formato interactivo).
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13 de junio de 1996
Nueva York
Querido Borges:
Dado que siempre situaron su
literatura bajo el signo de la eternidad, no parece demasiado extraño
dirigirle una carta. Si alguna vez un contemporáneo pareció destinado a
la inmortalidad literaria, ése fue usted. Fue en gran medida el producto
de su tiempo, de su cultura y, sin embargo, supo cómo trascender su
tiempo, su cultura, de un modo que parece del todo milagroso. Esto tenía
algo que ver con la amplitud y la generosidad de su atención. Fue el
menos egocéntrico, el más transparente de los escritores, así como el
más ingenioso. Algo tuvo que ver asimismo con una pureza natural de
espíritu. Aunque vivió entre nosotros durante un tiempo más bien largo,
perfeccionó las prácticas de la exigencia y la indiferencia que también
lo convirtieron en un experto viajero mental a otras eras. Tuvo un
sentido del tiempo diferente del de los demás. Las ideas comunes de
pasado, presente y futuro parecían nimios bajo su mirada. A usted le
gustaba decir que cada momento del tiempo contiene el pasado y el
futuro, citando (según recuerdo) al poeta Browning, que escribió algo
así como “el presente es el instante en el cual el futuro se derrumba en
el pasado”. Eso, por supuesto, era parte de su modestia: su gusto por
encontrar sus ideas en las ideas de otros escritores. Esa modestia era
parte de la seguridad de su presencia.
Fue un descubridor de nuevas
alegrías. Un pesimismo tan profundo, tan sereno como el suyo no
precisaba de indignación. Más bien, tenía que ser inventivo… y usted
era, sobre todo, inventivo. La serenidad y la trascendencia de la
identidad que usted encontró son, para mí, ejemplares. Usted demostró
que no es necesario ser infeliz, aunque se pueda ser completamente
esclarecido y desengañado sobre el terrible estado de todo. En alguna
parte usted dijo que un escritor –delicadamente agregó: todas las
personas– debe pensar que toda cosa que le sucede es un recurso. (Estaba
hablando de su ceguera.)
Usted ha sido un gran recurso para
otros escritores. En 1982 –es decir, cuatro años antes de su muerte–
dije en una entrevista: “En la actualidad no hay otro escritor que
importe más a otros escritores que Borges. Muchos dirían que es el
escritor vivo más importante… Muy pocos de hoy no han aprendido de él o
lo han imitado”. Eso sigue siendo cierto. Todavía seguimos aprendiendo
de usted. Todavía lo seguimos imitando.
Usted le ofreció a la gente nuevas
maneras de imaginar, al tiempo que proclamaba una y otra vez nuestra
deuda con el pasado, sobre todo con la literatura. Afirmó que le debemos
a la literatura casi todo lo que somos y lo que hemos sido. Si los
libros desaparecen, desaparecerá la historia y también los seres
humanos. Estoy segura de que tiene razón. Los libros no son sólo la suma
arbitraria de nuestros sueños y de nuestra memoria. También nos ofrecen
el modelo de la propia trascendencia. Algunos creen que la lectura es
sólo una manera de evadirse: una evasión del mundo diario “real” a uno
imaginario, al mundo de los libros. Los libros son mucho más. Son una
manera de ser del todo humano.
Lamento tener que decirle que los
libros en la actualidad son considerados una especie en extinción. Por
libros también quiero decir las condiciones de la lectura que
posibilitan la literatura y sus efectos en el espíritu. Pronto, nos
dicen, tendremos en “pantallas-libros” cualquier “texto” a nuestra
disposición, y se podrá cambiar su apariencia, formularle preguntas,
“interactuar” con él. Cuando los libros se conviertan en “textos” con
los que “interactuamos” siguiendo criterios utilitarios, la palabra
escrita se habrá convertido simplemente en otro aspecto de nuestra
realidad televisada regida por la publicidad. Éste es el glorioso futuro
que se está creando, y que nos prometen, como algo más “democrático”.
Por supuesto, ello implica nada menos que la muerte de la introspección…
y del libro. Esta vez no habrá necesidad de una gran conflagración.
Los bárbaros no tienen que quemar
los libros. El tigre está en la biblioteca. Querido Borges, créame que
no me satisface quejarme. Pero ¿a quién podrían estar mejor dirigidas
estas quejas sobre el destino de los libros –de la lectura misma– que a
usted?
Todo lo que quiero decir es que lo
echamos de menos. Yo lo echo de menos. Su influencia decisiva continúa.
La época en que ahora estamos entrando, este siglo 21, pondrá a prueba
al espíritu de maneras nuevas. Pero, se lo aseguro, algunos no vamos a
abandonar la Gran Biblioteca.
Y usted seguirá siendo nuestro patrono y nuestro héroe.
Susan Sontag, Cuestión de énfasis
Recopilación póstuma de ensayos, 2007
Traducción Aurelio Major