Esta compositora dominicana, referente de la narrativa actual, habló de su vida
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Rita Indiana, escritora dominicana, es autora de libros como La mucama de
Omicunlé, Papi y Nombres y animales./eltiempo.com. |
Rita Indiana ha dicho en varias entrevistas
–en inglés, en español, en su espanglish tan caribeño– que desde los 14
años quería ser escritora. Leía un libro sobre mitos griegos que le
regaló su tío, a Mark Twain en inglés y más tarde a Alejo Carpentier y a
Carson McCullers, de quienes heredó lo fantástico y lo grotesco que se
ve en sus novelas.
Desde siempre sintió esa ráfaga de emoción, el
“rush” dice ella, que viene antes de sentarse a escribir un libro,
antes de que llegue la gran idea que se convierte en literatura.
A sus 21 años publicó un libro de cuentos, 'Rumiantes'; y a los 23, una novela de “carretera”, 'La estrategia de Chochueca'.
Ahora, a sus 38 años, es una de las voces más particulares de la literatura caribeña.
Su más reciente novela, 'La mucama de
Omicunlé' (Periférica, 2015), se pasea entre el futuro distópico del
2027, en el que el Caribe está viciado por un aire mortífero luego de un
terremoto; un 2001 que significa un punto de quiebre para la sociedad y
la naturaleza, y un pasado de bucaneros que marcó la identidad caribeña
que se sigue formando a partir de los que vienen y van.
Ayer, hoy y mañana los gobiernos de esa isla,
no tan ficticia, no funcionan. La tecnología absurda, embrutecedora,
contrasta con la miseria. La protagonista quiere ser otra, otro, huir de
su cuerpo, pero como canta Ariel en La tempestad de Shakespeare, y que
cita Indiana: nada se dispersa, todo sufre la transformación del mar en
algo rico y extraño.
Todos siguen siendo los mismos. Menos Rita
Indiana, que en esta novela se sale de la visión naif de sus narradoras
anteriores para dar paso a una literatura concreta que mantiene esa
precisión que siempre la ha caracterizado.
Pero antes estuvo Papi (2005), una novela
llena de palabras maleables, las mismas de las calles y la música, y con
un ritmo que alterna entre la cadencia de una balada o una oración
frenética a los dioses antillanos, con la que cambió el juego y entró a
ser parte de un universo de jóvenes autores de culto.
Es su historia: la de una niña dominicana
fascinada por un padre ausente y grandioso a la vez, que iba y venía de
Estados Unidos haciendo negocios incomprensibles para ella. Luego vino
Nombres y animales (2013), una novela de iniciación, también narrada
desde el punto de vista de una adolescente que quiere nombrar el mundo
mientras entiende la vida en esa isla dividida por los colores, el
dinero, las creencias.
Más personajes marginales que, como la misma
autora afirma hacer al transportarse por Santo Domingo, ven a los demás
sin que los vean, con cuidado, robándose ángulos e historias de cada
esquina de la realidad.
Creció oyendo los boleros de su abuela en
radios de transistor y baladas latinoamericanas. De adolescente
escuchaba metal con sus amigos y, a escondidas merengue. Sus libros
están llenos de música: Tears for Fears, Donna Summer, The Doors, Billy
Ocean.
Pero su música vino luego. A los 27 años
empezó a experimentar con beats y mezclas, de oído, sin saber lo que
hacía, sin saber tocar un instrumento, pero con un instinto musical
preciso y efervescente. Lo suyo, lo de su banda Rita Indiana y los
Misterios, era una mezcla de tecnomerengue, “tiraera” –un estilo
narrativo, de improvisación poética, heredero del rap– y ritmos de
colores tropicales. Sus canciones tienen un fuerte carácter narrativo.
La hora de volvé, Jardinera y Juidero, que habla del exilio, la diáspora
tan dominicana, se convirtieron rápidamente en tonadas de culto que la
hicieron famosa en un abrir y cerrar de ojos. Tanto así que en el 2011
decidió retirarse de los escenarios y volver al anonimato que da la
literatura en un continente en el que dicen que poco se lee, donde los
autores no son ‘rockstars’ que llenan estadios.
Rita Indiana vuelve al escenario y se presenta
en la Feria del Libro de Bogotá. La misma que tiene una columna de
opinión en el diario El País de España, la que colecciona santitos de
plástico y yo-yos, la que ahora es productora musical y espera con
ansias el regreso de las series True Detective, Homeland y Penny
Dreadful habló con EL TIEMPO de su nueva novela.
¿Cómo surgió ese primer impulso que se tradujo en ‘La mucama de Omicunlé’?
Llegó hace muchos años con un intenso interés
por las tradiciones mágico-religiosas caribeñas, este interés coincidió
con la carrera de bellas artes que cursaba entonces. Digo coincidió,
pero lo que me atrajo en principio de estas manifestaciones religiosas
afroantillanas fue su sistema estético, lleno de símbolos rústicos en
apariencia, pero de una complejidad maravillosa.
¿Qué tanto de improvisación, de dejarse llevar, hay a la hora de escribir?
Suelo ir armando el libro en mi cabeza durante un año o más, y luego lo escribo en un par de meses.
Ha dicho que todo arte es político y que propone algo, ¿qué propone este libro?
Ofrece una perspectiva tragicómica del
capitalismo en países pobres como el mío, el protagonista es un Mesías
que utiliza sus poderes para viajar en el tiempo y lucrarse, que es lo
que haría un humano común.
¿Es ciencia ficción o una lectura muy intuitiva del Caribe a no tan largo plazo?
Es una forma útil. Prefiero llamarla historia
especulativa y como toda especulación, exagera. El problema es que, como
sabemos, en Latinoamérica la ficción se queda corta en comparación con
la realidad.
¿Qué papel juega el arte contemporáneo en esta novela?
Quería retratar un momento específico, el año
2001, en el que uno de los protagonistas participa en el Sosúa Project.
En este año compré mi primera cámara digital. Es el año en que entramos
en la era actual, con la caída de las Torres el 11 de septiembre. Para
esa época se comenzó a gestar algo en Santo Domingo a nivel literario y
en las artes plásticas que no explotó porque no contó con una plataforma
para desarrollarse. En mi país no hay becas para artistas, ni ayudas.
La novela habla del arte contemporáneo para mostrar la necesidad y las
estructuras enajenantes en las que se mueve el artista.
¿Es importante para usted el tema de querer ser otro, del escape?
Cuando naces en una isla no te toma mucho
tiempo descubrir que no importa hacia dónde corras, siempre vas a
terminar en una playa. Esto es idílico para el turista, pero para el
isleño es una sentencia. El afuera se convierte en una fantasía por la
que se sacrifica hasta la vida.
Estos personajes también parecen querer liberarse de su futuro determinado. ¿Cree en el destino?
Sí, pero también en la capacidad del hombre
para torcerlo o para, a pesar de la adversidad, encontrarlo. Sufro con
la predestinación trágica de algunos de mis personajes, aunque a veces
disfruto como un dios griego castigando la soberbia que yo misma he
puesto en su alma.
¿Cuándo sintió esa pulsión de escribir?
Hay dos textos que leí muy joven y me dieron
muchas ganas de escribir. El primero es Black Boy, de Richard Wright,
una novela de iniciación en el sur racista estadounidense gracias a la
cual descubrí la realidad postesclavista dominicana. El otro es Informe
sobre ciegos, de Sábato, donde están los elementos paranoicos y
fantásticos que trabajo en La mucama.
¿Qué hay entre la forma de escribir de la Rita Indiana autora de ‘Rumiantes’ (1998) y la Rita autora de ‘La mucama’ (2015)?
Mi voz evoluciona conmigo. Con la edad adquiere nuevos matices, es menos compulsiva, más económica.
¿Puede ser que sea una historia puntual lo que hace que alguien quiera convertirse en escritor?
La muerte de mi padre, asesinado en el Bronx
cuando yo tenía 12 años, fue determinante. Es el evento que necesita ser
abordado. El texto es a veces la sepultura que se le da a un cuerpo que
apesta.
En ‘Nombres y animales’ está la
búsqueda de un nombre perfecto para un gato y sin embargo la
protagonista no tiene nombre. En ‘Papi’ no sabemos los nombres de los
protagonistas. En ‘La mucama’ cada uno escoge su nombre. ¿Cómo funciona
el nombrar y no nombrar en su obra?
Entendemos el mundo a partir de nombres, ideas
sobre las que existe un consenso. Pasa el tiempo y ese consenso se
desintegra y entonces esas palabras se convierten en políticamente
incorrectas. Lo contrario sucede con las palabras que nacen de la
necesidad, en la calle, de la broma, y que poco a poco van penetrando el
decir del consenso. En mis tres primeras novelas las protagonistas casi
no tienen nombre y en el caso de Papi y Nombres y animales repiten los
nombres del otro, como se hace con los mantras para disolver la
sensación de materialidad que nuestra mente produce para que podamos
funcionar en el mundo.
¿Cómo ha sido la vida luego de haber dejado atrás ser una figura de la música?
Mucho más feliz.
¿Cómo se diferencia la fama de un músico y la de un escritor?
Un fan literario nunca va a pedirte una foto en un funeral…