El epistolario del poeta descubre al
hombre: dandi, militarista, homosexual y vagabundo. Las cartas se
publican por primera vez en castellano y son una suerte de
autobiografía. Homosexualidad: "Tras leer sus propias palabras ya no
queda duda", zanja el editor, Rubén Hernández
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Walt Whitman (1819-1892). /lavanguardia.com |
¿Quién fue realmente Walt Whitman? ¿Quién era el hombre oculto tras el autor del que ha nacido toda la poesía moderna
estadounidense? ¿Por qué se pasaba los días en hospitales insuflando
ánimos a jóvenes mutilados o enfermos por la guerra? Coqueto, idealista,
despreocupado por el dinero –su vejez fue un calvario de penurias–,
seguro de su calidad literaria, despedido con frecuencia de sus empleos,
enfervorizado defensor de la idea democrática fundacional de Estados
Unidos, y de la guerra como medio para defender ese sueño... El libro Crónica de mí mismo, que Errata Naturae pone a la venta el próximo lunes, es el epistolario –inédito en español– que reconstruye, paso a paso, la vida del autor de Hojas de hierba.
Se trata de una selección a partir de la correspondencia completa
publicada en inglés, unas 2.000 misivas de las que el editor, Rubén
Hernández, ha seleccionado 133, con el criterio de “abarcar desde la
primera juventud hasta su muerte, es decir, asistir a su vida contada
por él mismo”.
Lo militar está muy presente, no en vano vivió la
guerra de Secesión (1861-1865), el enfrentamiento civil en el que se
alineó en el bando del norte, contrario a la secesión de los estados
sureños. Hernández pide contextualizar su pasión por lo bélico en la
época, “en unos EE.UU. que acababan de nacer, tenían poco más de medio
siglo” y ve al autor, más que nacionalista, “apasionado por la ilusión
de vastedad y democracia que prometía la nueva nación”.
Sobre la tan debatida homosexualidad
de Whitman, la obra, a juicio de su editor, “no ofrece ninguna duda.
Muchas de las cartas están destinadas a sus amantes. No describe escenas
de sexo explícitas, pero el tono, el lenguaje, la expresión carnal de
lo amoroso... están muy presentes”. Así, pide a varios chicos que se
vayan a vivir con él, y antes de un viaje que va a hacer a Nueva York le
dice al amigo joyero que le alojará que vendrá “con mi hijo (adoptivo),
un jovencito de dieciocho años (...) ¿Te importaría que me lo llevara
para que me hiciera compañía y compartiera mi habitación?”. Pero, tan
solo seis días después, despistado, cambia el vínculo familiar y le
escribe al mismo joyero –John H. Johnston– que “cuando mi sobrino y yo
viajamos, siempre compartimos la misma habitación y la misma cama”.
“Siempre fueron amantes más jóvenes que él –cuenta el editor–, asistimos a la exaltación de la juventud y el cuerpo joven”.
La
obra permite, asimismo, asistir al proceso de elaboración de sus
libros, a sus claudicaciones a veces con la censura, a sus ideas sobre
el “amor cósmico”, a sus penurias económicas o de salud –que, por
orgullo, niega a sus seres queridos, aunque se van agravando cada vez
más– y muestra a alguien encantado de su imagen –curiosa mezcla de dandy
y vagabundo– que comenta con orgullo el impacto que causa al salir a la
calle.
Capítulo aparte merecen las descripciones morbosas de los
hospitales, de los cuerpos mutilados, las fiebres y sudores. “Habla
–prosigue Hernández– de un sentimiento muy complejo que engloba la
necesidad de acercarse a la muerte e integrarla en lo vivo. Por otra
parte, la relación entre muerte y erotismo, con esos cuerpos jóvenes y
bellos pero al tiempo mutilados y enfermos”.
Las cartas de Whitman
–fetiche de la generación beat– se publican poco después de las nuevas
traducciones de Hojas de hierba en Galaxia Gutenberg (castellano) y
Edicions de 1984 (catalán), que llevan varias ediciones, confirmando la
vigencia del clásico.