Rayuela 50 Aniversario
Acaban de cumplirse cincuenta años de la publicación de Rayuela, la obra de Julio Cortázar. He aquí un ejercicio de evocación –en clave de moda- a través de La Maga, el personaje femenino de la novela
La Maga, según Ilustración Isabel Henao./elespectador.com/elmagazin |
He pasado varias semanas mirando de Edith Arón. En la primera no ha cumplido 25 años y en la segunda ya
tiene 80. En ambas está sentada, viste un abrigo largo, abotonado, con
las solapas levantadas y detrás de ella se ve el verde de un jardín. En
la más reciente (de 2004) el abrigo resulta de color cámel y luce su
buena factura. Una prenda que transmite la comodidad en que se halla
envuelta esta mujer fuerte y alta en ambas etapas de su vida.
Digamos
que he observado las imágenes de muchas maneras, intensa y fugazmente,
alegre y nostálgica, con inquietud y suspicacia. No he llegado a
utilizar una lupa con el fin de detallar lo invisible para los ojos,
pero casi, casi. Si somos lo que comemos, lo que leemos… también somos
lo que vestimos, ¿no? Apreciar el abrigo —¿por qué justo esta prenda que
cubre inevitablemente?— sobre la joven y la señora Edith Arón,
contribuye a fomentar el origen invisible que gozó hasta hace poco la
mujer real, la que detonó a la de ficción.
Las fotos, archivadas
en mi computador, salen cada vez que hago clic. Puedo comparar en dos
planos a esta mujer francesa y exiliada en Argentina que regresó a París
y ahora vive en Londres como un relato vivo de la historia del siglo
XX. Edith Arón inspiró al escritor Julio Cortázar un personaje
inolvidable: La Maga, en su imposible de olvidar Rayuela. Me resisto a
contar las veces que he volteado aquí y allá las páginas de mi ejemplar
editado por Cátedra, de livianas tapas negras y fuente apretada (ya
quisiera tener en propiedad uno original, de aquella primera camada
editada por Francisco Porrúa). Convivo con este libro desde hace rato,
así figura en mi memoria lectora, la que actúa por impulso y no por
recuentos ordenados. Se acercaba el 28 de junio de 2013, fecha de
aniversario de la impresión de la novela, y resolví hacerle un guiño
desde este rincón de Colombia, donde escribo sobre moda y así me asomo a
la realidad.
Les propuse a dos personas a las que me une un
silencioso hilo literario sumarse al íntimo festejo y —ahora público,
por cuenta de esta publicación— con su talentoso talante. Todo por
recordar a La Maga, por no poder dejar de oír aquello de los “sústalos
exasperantes y los salvajes ambonios”. Le escribí a Jaime Correas,
periodista, que vive en Mendoza (Argentina) y me reuní con Isabel Henao,
diseñadora colombiana, en su taller en Bogotá (Colombia). ¿Qué tal una
semblanza de La Maga y un apunte sobre su vestuario, tú que de Cortázar
sabes lo que sabes?, le sugerí a Correas. ¿Imaginarías a La Maga vestida
en este siglo XXI, a ti que te acompaña lo literario cuando diseñas?,
le pregunté a Isabel Henao. El sí cómplice y espontáneo de ambos puso en
marcha esta pieza que el lector tiene ahora entre sus manos.
El
domingo 7 de marzo de 2004, el periódico La Nación de Buenos Aires
publicó la primera entrevista con Edith Arón. La hizo de manera
concienzuda, a fondo, la periodista Juana Libedinsky y contiene
fragmentos como este: “Cortázar dejó grabada la imagen de La Maga a los
veintipico de años, con medias negras y zapatos colorados, fumando
Gitanes y con el pelo despeinado. En 1963, en pleno furor de Rayuela,
“todas las muchachas de la facultad querían ser La Maga —recuerda Julio
Ortega, editor de la edición crítica francesa de Rayuela y profesor de
literatura de la Universidad de Brown—; y todos los hombres querían
buscar su Maga, la fantasía masculina de la mujer enigmática que se
relaciona con las fuerzas más intuitivas con una sabiduría inocente”.
Hoy, los amigos de Edith Arón siguen fascinados por ella y la describen
como una extraña belleza, alta e imponente, de nariz aguileña, ojos
brillantes que miran muy fijo y el pelo corto color azabache”. Una
primera pincelada sobre el vestuario de Edith Arón y, claro, trasladada
por Cortázar a La Maga.
Isabel Henao es laboriosa y exquisita.
Dice que se siente un poco anciana desde chiquita. Se acostumbró a vivir
entre adultos, hija única de una madre penalista y magistrada —“de
armas tomar”— en Medellín, ciudad de ambas. Sus pasiones germinaron
vistiendo y cortando telas para sus muñecas, leyendo mucho, a Cortázar
también. Apostó por la literatura en la Universidad y otras carreras en
simultánea de las cuales ninguna cuajó hasta que resolvió estudiar
diseño de moda. En 2002 se presentó por primera vez en las pasarelas de
Colombiamoda, ya no como la modelo que el público conocía, sino con una
colección propia. Inmediatamente después se fue a estudiar una maestría
al Instituto Marangoni en Milán. Desde entonces, su carrera ha sido
brillante. No le extrañó nada mi solicitud para vestir a La Maga. “La
literatura dispara mi fascinación creativa. No escribo, pero cuando
diseño imagino personajes y tengo que fabricar para ellos sus
historias”, respondió. Así recibí su boceto.
Jaime Correas es el
autor de Cortázar, profesor universitario. Su paso por la Universidad de
Cuyo en los inicios del peronismo (Aguilar, 2004) y de la novela Los
falsificadores de Borges (Alfaguara, 2011), que narra las vicisitudes
del poema que dio título a El olvido que seremos, de Héctor Abad
Faciolince. A él, recolector cortazariano no se le escapa el detalle de
mi pedido. “Acabo de editar un suplemento dedicado a Cortázar y me
siento a escribirlo”, me aseguró. Aquí está el texto que envía
especialmente para celebrar esta fecha de medio siglo de Rayuela:
Las dos Magas
Por Jaime Correas
Confieso
que al leer Rayuela de Julio Cortázar hace más de 30 años fui víctima
de un espejismo cuando me persuadí de que el personaje de La Maga estaba
inspirado en mi tía Maga. Me bastó el eco de la célebre pregunta del
inicio para urdir esa filiación: “¿Encontraría a La Maga?”
La
Maga, como la del libro, fumaba cigarrillos negros y era una joven
atractiva a mediados de los 40, cuando Cortázar vivió en mi ciudad,
Mendoza. Mi abuelo era amigo de alguno de sus amigos. Además, los
mendocinos usamos el “la” antes de los nombres femeninos, mientras en
Buenos Aires está mal visto, por provinciano.
Es fácil rastrear en
internet las entrevistas a Edith Arón, la mujer de carne y hueso que
según la leyenda inspiró a La Maga cortazariana, la de la silueta
delgada cuyos “zapatos rotos”, no “rojos” como se ha escrito tantas
veces, irritaban a Horacio Oliveira, el otro personaje central de la
novela. La muchacha distraída, absorta en su mundo, que se perdía en las
especulaciones intelectuales de los miembros del Club de la Serpiente.
Esa uruguaya que hacía el amor sin prejuicios con Oliveira y era capaz
de escribirle una carta a su bebé Rocamadur muerto, mientras confundía a
Santo Tomás y se extraviaba en las citas cultas de sus amigos. La Maga
del libro son todas las mujeres, tiene pinceladas de cada una de ellas.
Es para muchos, entre los que me cuento, la columna vertebral de
Rayuela.
La pionera en dar a conocer a Edith fue María Esther
Vázquez en 1994. Luego vinieron Juana Libedinsky y Juan Cruz Ruiz en
2004, a quien le dijo: “Conste que yo no soy La Maga”. Pero ella se las
ingenió para dejar instalado a través de sus entrevistadores que había
existido una “traición indigna de Julio”, porque había favorecido que
ella perdiera las traducciones que estaba haciendo de su obra.
En
Egos revueltos Juan Cruz Ruiz da en el centro al contar que la versión
de traidor a la amistad dada por Edith le quebró la imagen de
“indesmayable ternura” recogida en todos los que habían conocido al
cronopio mayor.
Los cinco tomos de Cartas, de Cortázar (Alfaguara,
2012), echan luz sobre el asunto. Queda claro que no hubo tal traición.
Frente a los cuestionamientos a las traducciones por parte de una
editorial alemana el autor defendió con uñas y dientes a su amiga,
confiado en sus dotes. Ella misma propuso un árbitro que fue lapidario
sobre las fallas de su trabajo. Para colmo, todo el proceso fue llevado
adelante con Edith al tanto de cada paso.
Lo cierto es que para
los lectores han quedado, amorosamente editadas por Aurora Bernárdez y
Carles Álvarez Garriga, esas cartas irrefutables, que revelan la
falsedad del relato de la ofendida. En noviembre de 1964 Cortázar le
escribe: “La cosa es muy distinta cuando las dos personas que consulté y
que leyeron atentamente tus textos y los cotejaron con mi original, se
pronunciaron negativamente. Esto, que es lo verdaderamente importante,
lo pasás completamente por alto en tu carta. No te acuso de mala fe,
pero sí de no querer ver la realidad”.
La correspondencia también
refleja un dato clave que confirma la filiación de La Maga con la
frustrada traductora. Una de las pocas alusiones a la vestimenta del
personaje está en el capítulo 20, cuando Oliveira le dice: “Vos llevabas
el pulóver verde y te habías parado en la esquina a consolar a un
pederasta”. En la página 327 del tomo 1 de las Cartas de 2012, una
comunicación de agosto de 1951 habla del “flaco, feo y aburrido
compañero que usted aceptó para pasear algunas veces por París… para
usarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los
sentidos no lo perciban)”.
Me hubiera encantado encontrar alguna
de esas cartas entre los papeles de mi tía. No apareció. Es posible que
Cortázar la haya oído nombrar en Mendoza y retuviera La Maga, con el
artículo.
Eso sí, lo que la correspondencia deja fuera de
cualquier duda, a pesar de los resentimientos de Edith Arón, la otra
Maga además de mi tía, es que la ternura de Cortázar sigue sin desmayos
saltando por cada casillero de la rayuela.
He pasado
varias semanas mirando dos fotos de Edith Arón. En la primera no ha
cumplido 25 años y en la segunda ya tiene 80. En ambas está sentada,
viste un abrigo largo, abotonado, con las solapas levantadas y detrás de
ella se ve el verde de un jardín. En la más reciente (de 2004) el
abrigo resulta de color cámel y luce su buena factura. Una prenda que
transmite la comodidad en que se halla envuelta esta mujer fuerte y alta
en ambas etapas de su vida.