Unos de los máximos expertos de urbanismo en la era digital sostiene que el rasgo espacial clave de la sociedad interconectada es la conexión en red establecida entre lo local y lo global. "No se trata de ciudades globales, sino de redes globales que estructuran y cambian zonas específicas de ciertas ciudades mediante sus conexiones", explica. Aquí, un panorama de estas nuevas urbes
NUEVOS CENTROS. Castells habla de ciudades preexistentes conectadas mediante veloces vías de transporte ferroviario y carretero. |
CONTRASTES. En paralelo al crecimiento de las ciudades aumentan los asentamientos marginales. /Revista Ñ |
En la Era de la Información, la sociedad de redes es una estructura
social global que se manifiesta en diferentes contextos culturales e
institucionales, al igual que la sociedad industrial fue la estructura
social de la Era Industrial. La transformación espacial es una dimensión
decisiva de esta nueva estructura social. El proceso global de
urbanización que estamos experimentando en los inicios del siglo XXI se
caracteriza por la formación de una nueva arquitectura espacial en
nuestro planeta, constituida por redes globales que conectan tanto las
regiones metropolitanas más importantes como sus zonas de influencia.
Dado que la forma de interconexión de las distribuciones territoriales
también se extiende hacia la estructura intra-metropolitana, nuestra
comprensión de la urbanización contemporánea debe comenzar con el
estudio de tales dinámicas de interconexión tanto en los territorios
abarcados por dichas redes como en las localidades excluidas de la
lógica dominante de integración espacial global.
En el presente
capítulo resumiré los principales rasgos y las causas subyacentes de la
dinámica espacial de la sociedad de redes mundiales sobre la base de
análisis previos y evidencia seleccionada ( Castells, 1989, 1999, 2000,
2004; Castells et al., 2006; Hall y Pain, 2006; Dear, 2005, 2006;
Graham, 2005; Sassen, 2006; Lim, 1998; Broudehoux, 2004; Kwok, 2005; Lu,
2006; Hackworth, 2005; Wolch, 2004; Halle, 2003; Graham y Marvin, 2001;
Abu-Lughod, 1999; Scott, 1998; Borja y Castells, 1997; Cordera, Ramírez
Kuri, Ziccardi, 2008 ).
Antes que nada, una corriente de
investigación conducida en las dos décadas pasadas en todo el mundo –en
su mayor parte realizada a partir de la antigua tradición de la ecología
humana y siguiendo la ruta señalada por el trabajo pionero de Harold
Innis– ha mostrado la estrecha interacción que priva entre la
transformación tecnológica de la sociedad y la evolución de sus formas
espaciales ( Scott, 2001; Sanyal, 2003; Graham, 2005; Mattos et al.
2004; Hawley, 1950, 1956; Innis, 1950, 1951 ). Sabemos que la tecnología
no constituye el factor determinante de tal evolución; sin embargo, la
información y las tecnologías de la comunicación que se basan en la
microelectrónica han mostrado que facilitan el establecimiento de redes
digitales que apoyan la difusión de la nueva estructura social, al igual
que el tendido de distribución de energía eléctrica y la máquina
electrónica sostuvieron la expansión de la sociedad industrial (
Mitchell, 2000; Hughes, 1983 ). Asimismo, sabemos que en la era de la
información y de las tecnologías de la comunicación –en marcado
contraste con las predicciones de los futurólogos– no estamos
presenciando la desaparición de las ciudades o la terminación de la
distancia. En vez de ello, nos encontramos en medio de la ola de
urbanización más grande que ha presenciado la historia del ser humano.
Hay una concentración cada vez más acentuada de población y actividades
en las zonas urbanas, así como en las áreas metropolitanas de mayor
importancia. En 2011, hemos superado el umbral de 50% en la población
urbana del planeta: 3.600 millones de personas, según el cálculo de 2010
del Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU), con más de mil
millones que viven en asentamientos ilegales, sobre todo en las regiones
metropolitanas ( Neuwirth, 2004 ). Las proyecciones del Fpnu calculan
que en 2030 la cantidad de residentes urbanos alcanzará los 5.000
millones, de los cuales se espera que 81% viva en países en vías de
desarrollo; y una tercera parte de ellos lo hará en tugurios. Para ese
año, la mayoría de la población de todos los continentes (incluidos Asia
y Africa) vivirá en zonas urbanas. América del Sur es ya 80% urbana;
Europa y América del Norte están a punto de alcanzar ese porcentaje.
Si
proyectamos la vista al futuro –mediante una simple extrapolación de
las tendencias actuales en el crecimiento poblacional de las zonas
urbanas–, para mediados de siglo es probable que alrededor de tres
cuartas partes de los habitantes del planeta vivan en zonas urbanas. No
obstante, la característica más importante de tan acelerado proceso de
urbanización global es que estamos presenciando el surgimiento de una
nueva forma espacial, a la cual se atribuyen diferentes denominaciones,
según las diversas perspectivas de análisis. Yo la llamo región
metropolitana. Con ello indico que es metropolitana, pero no que se
trata de una zona metropolitana, pues por lo regular varias zonas
metropolitanas se incluyen en dicha unidad espacial. Kathy Pain y Peter
Hall (2006) las llaman “regiones de megalópolis policéntricas”; y se
basan en el estudio empírico que realizaron sobre la metropolitanización
reciente de Europa occidental. La metrópoli policéntrica (o región
metropolitana) surge a partir de dos procesos intervinculados:
descentralización extendida de las grandes ciudades a las zonas
adyacentes, e interconexión de pueblos preexistentes cuyos territorios
llegan a integrarse mediante las nuevas capacidades de comunicación. Tal
modelo de urbanización es al mismo tiempo antiguo y nuevo. En sus
palabras: “Se trata de una forma nueva [que incluye] entre 10 y 15
ciudades y pueblos, físicamente separados pero funcionalmente
interconectados, agrupados alrededor de una o más ciudades grandes,
espacialmente distantes, que atraen enorme poder económico de una nueva
división funcional de la fuerza de trabajo. Dichos lugares existen como
entidades separadas en las cuales la mayoría de los residentes trabajan
en la localidad y la mayoría de quienes trabajan son residentes de ese
lugar […] y como región funcional que se encuentra conectada por redes
de transporte y comunicación por las que fluyen personas, bienes,
servicios e información ( Hall y Pain, 2006:3 ).
Las
infraestructuras de transporte y comunicación digital (incluidos los
sistemas de comunicación inalámbrica) constituyen el sistema nervioso de
la metrópoli policéntrica ( Rutherford, 2004 ). Agregaría también que
en la mayor parte de los casos –salvo algunas excepciones, por ejemplo
Toronto y Yakarta– no hay unidad institucional en tales regiones
metropolitanas; ello trae consigo falta de rendición de cuentas en lo
político, así como una planeación caótica para estos mega-asentamientos
humanos.
Una metrópoli con muchos centros
La
región metropolitana no es sólo una forma espacial de dimensión sin
precedente en lo que se refiere a la concentración de la población y las
actividades. Se trata de una forma nueva porque –en una misma unidad
espacial– incluye áreas urbanizadas y tierra agrícola, espacio abierto y
zonas residenciales muy densas: múltiples ciudades en una ruralidad
discontinua. Es una metrópoli con muchos centros que no corresponde a la
separación tradicional entre ciudades centrales y suburbios. Hay
núcleos de diferentes dimensiones e importancia funcional distribuidos a
lo largo de una vasta extensión de territorio que siguen las líneas de
transporte. En ocasiones (como ocurre en las zonas europeas
metropolitanas, pero también en California o Nueva York/Nueva Jersey),
dichos centros son ciudades pre-existentes incorporadas en la región
metropolitana mediante veloces vías de transporte ferroviario y
carretero, suplementadas con avanzadas redes de telecomunicación y
computación.
A veces, la ciudad central sigue siendo el corazón
urbano, como sucede en Londres, París y Barcelona; sin embargo, a
menudo, no constituyen centros urbanos claramente dominantes. Por
ejemplo, la ciudad más grande de la zona de la bahía de San Francisco no
es San Francisco, sino San José; sin embargo, aquélla sigue siendo la
ubicación clave para los servicios avanzados, mientras la principal base
económica de la región, Silicon Valley, no es ni San Francisco ni San
José sino la zona intermedia. En otros ejemplos como en Atlanta y en
Shanghai, el rápido crecimiento de la región metropolitana impulsa a los
nuevos centros (North Atlanta, Pudong) a albergar negocios, servicios y
población que gravitan hacia el dinamismo de tales centros
metropolitanos. En todos los casos mencionados, la región metropolitana
se encuentra integrada por una estructura multicéntrica –con jerarquías
distintas entre los centros–, una descentralización de actividades,
residencia y servicios con usos de tierra mezclados, así como una
frontera indefinida de funcionalidad que extiende el territorio de esta
ciudad sin nombre hacia dondequiera que se desplieguen sus redes.
A
inicios del siglo XXI, las regiones metropolitanas constituyen una
forma urbana universal. En 2005 en Estados Unidos, el Urban Land
Institute identificó 10 zonas de megalópolis que dan cabida a 68% de la
población estadounidense (citado por Hall y Pain, 2006). No obstante,
las zonas metropolitanas más grandes del mundo se localizan en Asia. La
más grande de ellas es una región poco conectada que se extiende desde
Hong Kong hasta Guagzhou, y que incorpora a las villas manufactureras
del delta del río Pearl, la boyante ciudad de Shenzhen (en la frontera
de Hong Kong), así como las zonas adyacentes de Zhuhai y Macao; cada una
de ellas cuenta con una economía y política particular, del todo
interdependiente de los otros componentes de dicha región metropolitana
del sur de China, y cuenta con una población de alrededor de 50 millones
de personas.
Lo anterior prefigura el futuro de las megalópolis
que espera China. Durante las conversaciones que sostuve en Pekín en
noviembre de 2005 con funcionarios de planeación del Consejo Estatal, me
informaron de sus planes para organizar el crecimiento metropolitano de
China para 2020 en 10 regiones metropolitanas mayores, cada una con 50
millones de residentes. De hecho, la región meridional de China ha
alcanzado ya esa dimensión; en 2007, el gran Shanghai albergaba ya a más
de 30 millones de personas. Tales regiones metropolitanas van a
constituir el corazón de la nueva China, cada vez más globalizada: el
centro manufacturero del mundo en el siglo XXI. Dichas “ciudades” ya no
son ciudades, no sólo conceptualmente sino también en el sentido
institucional o cultural. En realidad, ni siquiera ostentan un nombre.
En Los Angeles, los únicos que la denominan así son los visitantes o la
minoría de las personas que habitan la ciudad de Los Angeles
(aproximadamente tres y medio millones), en contraste con el resto de
los habitantes de una California que es metrópoli meridional de más o
menos 20 millones y se despliega de Santa Bárbara a San Diego y Tijuana
más allá de la frontera, en un patrón de paisaje continuamente
urbanizado a lo largo de la costa y que se extiende por más o menos 100
millas terreno adentro ( Wolch et al., 2004 ). Frente a esta
perturbadora ausencia de nombre, los medios de comunicación de la
California meridional han creado uno para dicho mercado de televisión
integrado, que se emplea al inicio de las transmisiones de los
noticiarios vespertinos: “Su noticiario local: desde la Tierra del Sur”.
La
Tierra del Sur (¿sur de dónde?) es esta región metropolitana indefinida
donde trabajan, habitan, se transportan y se comunican 20 millones de
personas, hacen uso de una red de carreteras, de la cobertura de los
medios, de las cadenas de cable, de las instalaciones eléctricas, así
como de redes inalámbricas de telecomunicación, al mismo tiempo que se
repliegan en la política de las localidades de un territorio fragmentado
e identifican sus diversas culturas en función de etnicidad, edad y
redes sociales que se definen a sí mismas. Por ello, la Tierra del Sur
carece de una definición de fronteras institucionales, culturales o
geográficas; sin embargo, mantiene una sólida unidad funcional y
económica.
La descentralización espacial multifuncional
En
Europa, Peter Hall y Kathy Pain (2006) han identificado la dinámica de
la metrópoli policéntrica en las ocho principales regiones europeas que
han estudiado. Lo que descubrieron fue la persistencia de la centralidad
urbana en el núcleo de la región, pese a la articulación que priva
entre diversos centros urbanos. En otras palabras: hay una
especialización jerárquica de funciones entre los distintos centros
urbanos. La estructura espacial general es policéntrica y, al mismo
tiempo, jerárquica. Sin embargo, no hay expansión urbana descontrolada.
De hecho, la expansión suburbana residencial tradicional que observaron
los estudios sobre urbanismo en Estados Unidos en los años sesenta y
setenta del siglo pasado, no es más la configuración predominante en las
zonas metropolitanas de la Unión Americana. El proceso de asentamiento
residencial se ha extendido a las afueras de una ciudad, en tanto que
muchos suburbios se han transformado en áreas densamente pobladas, donde
en ocasiones predominan los edificios de gran altura, y las actividades
económicas se han descentralizado a lo largo del trazado de las líneas
de transporte; de tal manera, se da una combinación de actividades en
las zonas exteriores, junto con la diversificación de las funciones de
centralidad urbana.
El concepto de expansión suburbana residencial
como forma predominantemente urbana ha pasado de moda. En la actualidad
observamos una centralidad distribuida y un proceso de
descentralización espacial multifuncional. Los rasgos clave son la
difusión y la interconexión tanto de población como de actividades en la
región metropolitana, junto con el crecimiento de distintos centros
interconectados de acuerdo con una jerarquía de funciones
especializadas. ¿Por qué ocurre así? ¿Cuáles son los motivos que dan
origen a tales regiones metropolitanas?
Peter Hall y Kathy Pain
proponen una hipótesis mayor que constituye una de las claves para
develar el misterio, aunque no es la única. En la economía del
conocimiento, los servicios avanzados son los generadores del
crecimiento, la riqueza y el poder urbanos; asimismo, se organizan de
manera global. De modo que la globalización de dichos servicios se halla
en la fuente de la concentración en algunas zonas del mundo que
constituyen los nódulos principales de la capacidad de administración en
red de nuestra sociedad. Tales servicios avanzados actúan como guía de
la centralidad urbana, pues se congregan en los centros antiguos o
nuevos de nuestras ciudades más importantes. Estos centros de servicio
de alto nivel se localizan en lugares que se encuentran bien conectados
en lo referente a transporte y telecomunicación; además, cuentan con una
base sólida en lo que respecta a la generación de conocimiento y mano
de obra profesional.
Se trata claramente de una razón fundamental
para explicar el fenómeno de la concentración metropolitana; pero, hay
otras. Comenzaré con la proposición de que el rasgo espacial clave de la
sociedad interconectada es la conexión en red establecida entre lo
local y lo global. La arquitectura global de las redes del mundo conecta
los lugares de manera selectiva, según su valor relativo para la red.
Diversos estudios demuestran la importancia que tiene la lógica global
de establecer redes para la concentración de actividades y población en
las regiones metropolitanas.
Lo anterior no sólo quiere decir que
tales regiones metropolitanas se encuentran conectadas globalmente, sino
que las redes globales –así como el valor que se encargan de procesar–
necesitan operar a partir de nódulos ubicados en la red. Los centros
financieros que tienen su sede en Londres, Tokio y Nueva York no han
producido un mercado financiero global a partir de redes de computación
comunicadas y de sistemas de información. El mercado financiero global
es el que ha reestructurado y fortalecido los lugares (viejos y nuevos)
desde donde se manejan los flujos de capital. No se trata de ciudades
globales, sino de redes globales que estructuran y cambian zonas
específicas de ciertas ciudades mediante sus conexiones. Después de
todo, gran parte de Nueva York (a saber, Queens), Tokio (por ejemplo,
Kunitachi) o Londres (vale decir, Hampstead o Brixton), resultan muy
locales, salvo por sus poblaciones de inmigrantes.
Las funciones
globales de algunas zonas de ciertas ciudades se hallan determinadas por
la conexión que tienen con las redes globales de creación de valor,
transacciones financieras, funciones administrativas o de otro tipo. A
partir de dichos puntos nodales de ubicación –mediante la operación de
servicios avanzados–, se expanden los cimientos económicos y de
infraestructura de la región metropolitana. Así pues, la cambiante
dinámica de las redes –así como la de cada red específica– explica la
conexión con ciertos lugares, en vez de que los lugares expliquen la
evolución de las redes. Los puntos de conexión en esta arquitectura
global de redes constituyen los polos que atraen riqueza, poder,
cultura, innovación y gente (innovadora o no) hacia tales sitios.
Para
que esos lugares se vuelvan nódulos de las redes globales, necesitan
apoyarse en una infraestructura multidimensional de conectividad:
transporte multimodal por aire, tierra o mar; redes de telecomunicación;
redes de computación; sistemas de información avanzados; así como la
infraestructura entera de servicios auxiliares (desde contabilidad y
seguridad hasta hoteles y entretenimiento) indispensables para que el
nódulo funcione ( Kiyoshi et al., 2006 ). Cada una de dichas
infraestructuras requiere ser atendida por personal altamente
capacitado, cuyas necesidades habrán de ser satisfechas por trabajadores
del sector servicios. Ellos son los ingredientes para el crecimiento de
la región metropolitana. Los sitios de conocimiento y las redes de
comunicación son los polos espaciales de atracción para la economía de
la información, por ser los lugares donde se hallan los recursos
naturales y las redes de distribución de energía determinados por la
geografía de la economía industrial.
Lo anterior resulta aplicable
a Londres, Mumbai, São Paulo o Johannesburgo. Cada país cuenta con
su(s) propio(s) nódulo(s) mayor(es) que conecta(n) el país con las redes
globales estratégicas. Tales nódulos subyacen a la formación de las
regiones metropolitanas que determinan la estructura espacial
local/global de cada país por medio de su entramado interno, que
contiene varias capas. Fuera de los lugares donde se instrumenta la
creación de valor en red, se localizan los espacios de exclusión o
“paisajes de desesperación” ( Dear y Wolch ), ya sean
intrametropolitanos o rurales.
¿Por qué tales redes globales
conectadas mediante nódulos necesitan instrumentarse en ciertas regiones
metropolitanas específicas? ¿Por qué el procesamiento de sus
operaciones tan abstractas resulta incapaz de liberarse de las
limitantes espaciales? En este punto podemos aplicar los modelos
tradicionales de explicación ( Castells, 1989; Sassen, 1991 ). Lo
importante en la ubicación de los servicios avanzados es la micro-red
del proceso de toma de decisiones de alto nivel, que se basa en
relaciones presenciales, vinculadas con una macro-red de aplicación de
la decisión, que funciona a partir de redes de comunicación electrónica.
En
otras palabras: el encuentro personal para lograr acuerdos financieros o
políticos sigue siendo indispensable, sobre todo cuando hay necesidad
de observar discreción absoluta en caso de toma de decisiones en las
cuales va de por medio el riesgo de la competencia. En las decisiones
referentes a la ubicación de las funciones de administración de
organizaciones empresariales, el factor intangible sigue siendo tener
acceso a las micro-redes localizadas en ciertos lugares selectos, en lo
que denomino “ámbitos” ( Castells, 1989 ). Pueden ser ámbitos
financieros ( por ejemplo, Nueva York, Londres, Tokio; Sassen, 1991 ),
pero también tecnológicos ( como en Silicon Valley; Saxenian, 1994 ) u
otros centros de innovación tecnológica del mundo ( Castells y Hall,
1994 ), o bien relacionados con los medios de comunicación ( Los Angeles
y Nueva York; Abrahamson, 2004 ). La innovación y los procesos de toma
de decisiones clave ocurren durante la entrevista personal, y aún
requieren de un espacio compartido.
Una nueva forma de interactuar
Lo
que resulta fundamentalmente nuevo es que tales nódulos interactúan de
manera global, instantáneamente o en tiempos escogidos en toda la
superficie del planeta. De tal modo, la red de puesta en práctica de la
decisión constituye una red macro-electrónica global. Mientras tanto, la
red de toma de decisiones y generación de iniciativas, ideas e
innovación es una micro-red que opera mediante la comunicación personal y
que se concentra en ciertos sitios. Esta arquitectura espacial explica
simultáneamente la concentración de ciertos lugares metropolitanos y la
difusión en términos de redes: el espacio de los sitios y el espacio de
los flujos. Una vez identificado tal mecanismo, todo lo demás puede ser
explicado: la concentración de los servicios auxiliares, la
infraestructura de comunicación que se desarrolla en un lugar y no en
otros, la atracción de talento, las condiciones de vida satisfactorias
para los creadores de valor, y así por el estilo.
Las
infraestructuras de comunicación son componentes decisivos en el proceso
de mega-metropolización; pero no constituyen el origen del proceso. La
infraestructura de la comunicación se desarrolla a partir de que haya
algo que comunicar. Dicha necesidad funcional exige el desarrollo de las
infraestructuras. Las localidades de creación de valor ofrecen grandes
oportunidades y mejores servicios; tal oferta atrae a los profesionales
talentosos e innovadores, porque el dinero fluye, se instala un mercado
próspero y aparecen mejores ofertas culturales, instalaciones educativas
y servicios de salud; por tanto, surgen los empleos, que siguen siendo
la fuente principal de desarrollo urbano. Puesto que las oportunidades
de trabajo ejercen atractivo global, tales regiones metropolitanas se
vuelven también puntos focales de la inmigración. Se desarrollan como
sitios multiétnicos y establecen conexiones globales no sólo en el nivel
de las interacciones funcionales y económicas, sino también en el de
las relaciones interpersonales: las redes y las personas,
conceptualizadas por Smith y Guarnizo (1998) como “transnacionalismo
desde abajo”.
En la fuente del proceso de metropolitanización, se
halla la habilidad de concentrar la producción de servicios, finanzas,
tecnología, mercados y personas. Ello crea economías de escala (como en
las formas previas de urbanización) y economías de sinergia, que son las
más importantes en la actualidad. “Economías espaciales de sinergia”
significa que estar en un lugar donde hay interacción potencial con
socios valiosos, crea la posibilidad de agregar valor como resultado de
la innovación generada por dicha interacción. Las economías de escala
pueden ser transformadas por las tecnologías de la información y la
comunicación en su lógica espacial. Las redes electrónicas propician la
formación de líneas de ensamblado globales. La producción de software
puede ser espacialmente distribuida y coordinada por las redes de
comunicación. Por otro lado, las economías de sinergia requieren aún de
la concentración espacial de la interacción personal, pues la
comunicación opera en un ancho de banda mucho más amplio que la
comunicación digital a distancia. Por ello, la investigación científica
se concentra todavía en instalaciones universitarias en todo el mundo,
al mismo tiempo que dichas instituciones académicas no pueden operar sin
conectarse con la red mundial establecida de la ciencia.
En la
era de la información y la innovación, las ciudades siguen siendo más
que nunca los sitios de la generación de valor y la base material del
poder, la producción cultural y la selección social ( Hall, 1998 ). La
calidad de vida no tiene nada que ver con ello. Se trata de un concepto
enteramente subjetivo. Los suburbios de Green Silicon Valley son lugares
aburridos para vivir desde la perspectiva de un neoyorquino hasta la
médula o de un parisino no reconstruido. Sin embargo, la innovación
tecnológica más importante de los últimos 50 años ha tenido lugar ahí.
Los ingenieros de Silicon Valley no frecuentan los bares de San
Francisco; apenas disponen de tiempo para acudir a sus bares suburbanos.
¿Qué hacen ahí entonces? ¿Es por la calidad de vida? ¿Por la vida
nocturna? No. Porque les entusiasma su trabajo: están fascinados por su
propia creatividad y acarician la posibilidad de estar cerca de otros
creadores. Las ciudades se ponen de moda sólo cuando tienen el poder y
los recursos monetarios para lanzar tendencias.
Redes específicas, nódulos diferentes
Ahora
bien, la observación estratégicamente más importante para un análisis
en términos de las redes espaciales, consiste en que dichas redes
globales no tienen la misma geografía y habitualmente no comparten los
mismos nódulos. La red de innovación en la tecnología de la información y
la comunicación (o sea, Silicon Valley) no es la misma que la red de
las finanzas, salvo por la red de capital de riesgo que por lo regular
se origina desde dentro de la industria de la alta tecnología. Los
organismos políticos –nacional e internacionalmente– construyen sus
propios sitios espaciales y sus redes de poder. La red global de
investigación científica no se traslada con las redes de la innovación
tecnológica. Por eso tantos se sorprenden con los fracasos en los que
caen los proyectos dirigidos a construir nuevos Silicon Valleys
alrededor de una nueva universidad. La creatividad artística también
tiene su propia red, la cual cambia constantemente, según los campos del
arte y las tendencias de la moda.
La economía delictuosa global
–que representa 5% del producto interno bruto mundial– se construye
sobre sus propias redes específicas, con nódulos que por lo regular no
coinciden con los de la innovación financiera o tecnológica. La
administración del tráfico de estupefacientes escoge sitios como
Medellín, Bogotá, el norte de México, Miami, Bangkok, Kabul y Amsterdam;
la mayor parte de ellos, nódulos secundarios de otras redes de mayor
alcance.
Así pues, hay una serie de capas en el entramado de las
redes globales en las actividades estratégicas clave que estructuran y
deconstruyen el planeta. Cuando tales redes de múltiples capas se
traslapan en algún nódulo (cuando hay uno que corresponde a redes
distintas), se presentan dos consecuencias. Primera: las economías de
sinergia entre tales redes distintas ocurren en dicho nódulo; es decir,
entre mercados financieros y negocios de los medios, o entre
investigación académica y desarrollo de tecnología e innovación, o entre
política y medios. Asimismo, puesto que estas redes de varias capas se
ubican en sitios particulares (y muchas redes comparten un nódulo en
dichos sitios), tales localidades se vuelven mega-nódulos. Devienen
nódulos de transformación para el sistema global entero y sirven de
enlace con nódulos diversos. Londres y Nueva York constituyen casos
típicos de dicha ventaja nodal múltiple.
Boston no alcanza el
mismo nivel porque aunque tal vez sea el nódulo dominante en la
investigación académica y uno importante en la innovación tecnológica
(sobre todo en la biotecnología), sólo se trata de un nódulo secundario
en las redes financieras, subsidiario de otros nódulos en muchas
dimensiones importantes de la riqueza y el poder. Es otra razón por la
cual en China hay una clara diferencia entre Pekín y Shanghai en lo
referente a los nódulos y el papel distintivo que desempeñan en la
arquitectura global: Pekín se especializa en lo político, lo financiero,
lo científico y lo tecnológico; por lo que respecta a Shanghai, lo suyo
son las redes financieras y el comercio global.
Tales
mega-nódulos no son ciudades globales: sencillamente se trata de la
dimensión urbana de las redes globales de capas múltiples, lo cual
resulta algo distinto. En otras palabras, con el propósito de comprender
la dinámica y el significado del nódulo, debemos comenzar con el
análisis de cada red y la interacción que sostienen como producto de su
convergencia espacial. Sin embargo, todo mega-nódulo se vuelve un polo
de atracción de capital, mano de obra e innovación. Aquí es donde surge
la contradicción. Un mega-nódulo atrae recursos y aumenta las
oportunidades de incrementar la riqueza y el poder. Al mismo tiempo
–puesto que pocas veces cobra carácter institucional o consigue la
capacidad política de toma de decisiones autónoma como región
metropolitana–, difícilmente puede poner en práctica las políticas
redistributivas que se requieren para cubrir las necesidades de la
localidad. Al no presentarse demandas sociales activas ni movimientos
sociales, el mega-nódulo impone la lógica de lo global sobre lo local.
La
consecuencia clara de dicho proceso es la coexistencia del dinamismo
metropolitano con la marginalidad metropolitana, expresada en el
alarmante crecimiento tanto de los asentamientos depauperados en todo el
mundo como en la persistencia del barrio de miseria en las banlieus de
París y en las zonas urbanas deprimidas de Estados Unidos. Priva una
contradicción cada vez mayor entre el espacio de los flujos y el espacio
de los lugares. Tales mega-nódulos concentran más y más riqueza, poder e
innovación en el planeta. Al mismo tiempo, pocas personas en el mundo
(de hecho 13%, según la Encuesta Mundial de Valores) se identifican con
la cultura global, cosmopolita, que impregna las redes globales y es
venerada por las elites de los mega-nódulos. En contraste, 47% de las
personas ostenta una fuerte identidad regional o local. Por tanto, las
redes globales integran ciertas dimensiones de la vida del ser humano y
excluyen otras, independientemente de cuáles sean las intenciones de los
actores. La contradictoria relación entre significado y poder se
manifiesta mediante una disociación cada vez más señalada entre el
espacio de los flujos y el espacio de los lugares. El significado es
definido en términos del lugar, hay lugares en el espacio de los flujos y
flujos en el espacio de los lugares. Mientras tanto, la funcionalidad,
la riqueza y el poder quedan definidos en términos de los flujos. Se
trata de la contradicción más crítica que surge en nuestro mundo
urbanizado conectado en una red global.
*Este ensayo, inedito en
Argentina, fue publicado en el libro “Ciudades del 2010: entre la
sociedad del conocimiento y la desigualdad social”, editado por la
Universidad Nacional Autonoma de Mexico y coordinado por Alicia
Ziccardi.
*Traduccion de Marcela Pineda Camacho, Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autonoma de Mexico.