sábado, 6 de julio de 2013

Prohibido fumar y portar armas

Sexta entrega de la serie Larga distancia, del escritor José Ovejero durante su periplo por América Latina por la presentación de su novela La invención del amor. Hoy desde Venezuela

Carteles en el aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía en Caracas./elpais.com
El avión desciende hacia la pista del aeropuerto de Caracas con cierto ajetreo. La lluvia empapa las ventanillas mientras atravesamos una capa de nubes. Bruscamente, el avión interrumpe el descenso y remonta el vuelo con rapidez provocándome un vacío en el estómago. Con rara honestidad, el capitán nos explica poco después que no pudo aterrizar porque no conseguía ver la pista. Tras dar un par de vueltas en el aire, nos anuncia que el aeropuerto está cerrado y que nos vamos a Aruba.
Me gusta la idea de pasar la noche en Aruba, anular las entrevistas del día siguiente o concederlas por teléfono desde el borde de ese mar de color verde esmeralda que veo desde el aire. Pero regresamos a Caracas tras repostar en la isla. El aeropuerto Simón Bolívar –no podía llamarse de otra manera- apenas ha permanecido cerrado una hora.
Las calles de Caracas están singularmente vacías por la noche. Muchos automóviles no se detienen en los semáforos en rojo sino que cruzan con cautela las avenidas. Las vallas de las casas en los barrios residenciales de Altamira, La Castellana y Los Palos Grandes están rematadas por cercas electrificadas. Hay nueve millones de armas no registradas, me dicen. Como me dicen una y otra vez lo peligroso que se ha vuelto Caracas. Sin embargo, veo muy poca policía, que era omnipresente en el DF. “Es que esto son municipios opositores”, me explican, cuando señalo esa incongruencia en uno de los barrios residenciales; y el gobierno los castiga descuidándolos.” ¿Será verdad?
Como sugería un lector en una entrada anterior, durante estos días solo me muevo en ciertos círculos y obtengo una visión sesgada de cada país que atravieso: periodistas, intelectuales, clase media o media alta. Sería interesante contrastar sus opiniones con las de otros grupos. Así que escucho los juicios sobre la situación política sabiendo que me dan solo una parte de la imagen (lo que no significa que sea necesariamente errónea). Pero el incremento de la violencia en Caracas no es una opinión, es un dato estadístico: está en los puestos de cabeza de la delincuencia violenta en el continente americano. ¿Cómo se conjuga eso con una mejora de las condiciones de las clases bajas? Decido informarme en cuanto tenga un poco de tiempo.
Vuelvo a hacer acopio de libros de escritores venezolanos, unos jóvenes, otros menos. Tampoco es la literatura venezolana muy conocida fuera de sus fronteras –si comparo, una vez más, con la argentina, la colombiana, la mexicana y la peruana-.  De los clásicos sólo recuerdo haber leído a Uslar Pietri y a Rómulo Gallegos. Durante los pocos días que estoy aquí son varias las personas que afirman que la literatura se encuentra en un momento muy bueno en Venezuela, que hay un resurgir de los distintos géneros literarios. Me pregunto si tendrá algo que ver con la crisis que atraviesa el país. No es infrecuente que el arte se vuelva más dinámico, más intenso en momentos perturbaciones sociales y políticas. Ha sido así en Cuba en los años noventa, lo fue en Alemania del Este en los años que rodearon la caída del muro y creo que lo está siendo ahora en España. Hace años, cuando me preguntaban por la situación de la literatura española solía responder que no me parecía que atravesase un momento particularmente brillante. En los últimos tiempos, sin embargo, he encontrado varias obras notables de autores no consagrados. Como si la crisis espolease la inventiva, la rabia, la sensación de que hay algo importante que contar y de que hay que encontrar nuevas maneras de hacerlo porque las antiguas ya no sirven.
Después de conversar con varios periodistas y escritores y con la dueña de la librería El Buscón, me llevo libros de Juan Carlos Méndez Guédez,  Alberto Barrera Tyszka, Oscar Marcano, Gabriel Payares, Rubi Guerra y una antología de cuentos recientes hecha por Carlos Sandoval. Me hubiese gustado llevarme alguno más que me recomiendan, pero ahora sí que la maleta está completamente llena.
Hay calles de Caracas con una vegetación que te hace olvidar que estás en una gran ciudad. Enormes mangos y palmeras y tantos otros árboles que desconozco ocupan los patios y flanquean las calles. No sólo las flanquean, crecen en medio de la calzada y levantan el asfalto y las aceras con sus poderosas raíces, sin que parezca molestarle a nadie. Al fondo de muchas calles se descubre la inmensa masa verde de El Águila; aunque me gustan las ciudades con río, prefiero las rodeadas de montañas, sobre todo si son montañas cubiertas de vegetación, como Antigua o Caracas.
Para salir de Caracas tengo que formar en siete colas sucesivas. Durante la última, ya dentro de la rampa de acceso al avión, un soldado me cachea y después otro inspecciona por tercera vez mi equipaje de mano. Pero ahora se trata de un control sumario; antes de facturar, otro soldado había efectuado un meticuloso examen de mis pertenencias, que incluía olisquear uno por uno los libros que llevo en la maleta. Otra tarea que se simplificará cuando se imponga el libro electrónico.
A pesar de la sensación de inseguridad en las calles, de la antipatía instintiva que siento hacia la presencia frecuente de lemas institucionales en la televisión y en grandes carteles, y de que me inquieta ese patriotismo retórico y algo chillón que le sale a uno al paso continuamente, me quedo con ganas de regresar a Caracas, más bien, de regresar a Venezuela y conocer algo más del país.
Pero no será ahora. Vuelvo a España. Tengo una pausa de dos semanas antes de la próxima ronda, que abarcará Buenos Aires, Montevideo, Santiago de Chile, Lima y Bogotá. Guardo de Santiago un mal recuerdo –que incluye una agria discusión con un pinochetista-, que me gustaría corregir. De estas cinco ciudades, la única que no conozco es Montevideo. Todas ellas me atraen. Y a pesar de que de cada visita solo me puedo llevar unas pocas impresiones, apenas un boceto borroso que exigiría mucho más detalle, me alegra la perspectiva del próximo viaje.