Sexta entrega de la serie Larga distancia, del escritor José Ovejero durante su periplo por América Latina por la presentación de su novela La invención del amor. Hoy desde Venezuela
Carteles en el aeropuerto Simón Bolívar de Maiquetía en Caracas./elpais.com |
El avión desciende hacia la pista del
aeropuerto de Caracas con cierto ajetreo. La lluvia empapa las ventanillas
mientras atravesamos una capa de nubes. Bruscamente, el avión interrumpe el
descenso y remonta el vuelo con rapidez provocándome un vacío en el estómago.
Con rara honestidad, el capitán nos explica poco después que no pudo aterrizar
porque no conseguía ver la pista. Tras dar un par de vueltas en el aire, nos
anuncia que el aeropuerto está cerrado y que nos vamos a Aruba.
Me gusta la idea de pasar la noche en
Aruba, anular las entrevistas del día siguiente o concederlas por teléfono
desde el borde de ese mar de color verde esmeralda que veo desde el aire.
Pero regresamos a Caracas tras repostar
en la isla. El aeropuerto Simón Bolívar –no podía llamarse de otra manera- apenas
ha permanecido cerrado una hora.
Las calles de Caracas están singularmente
vacías por la noche. Muchos automóviles no se detienen en los semáforos en rojo
sino que cruzan con cautela las avenidas. Las vallas de las casas en los
barrios residenciales de Altamira, La Castellana y Los Palos Grandes están
rematadas por cercas electrificadas. Hay nueve millones de armas no
registradas, me dicen. Como me dicen una y otra vez lo peligroso que se ha
vuelto Caracas. Sin embargo, veo muy poca policía, que era omnipresente en el
DF. “Es que esto son municipios opositores”, me explican, cuando señalo esa
incongruencia en uno de los barrios residenciales; y el gobierno los castiga
descuidándolos.” ¿Será verdad?
Como sugería un lector en una entrada
anterior, durante estos días solo me muevo en ciertos círculos y obtengo una
visión sesgada de cada país que atravieso: periodistas, intelectuales, clase
media o media alta. Sería interesante contrastar sus opiniones con las de otros
grupos. Así que escucho los juicios sobre la situación política sabiendo que me
dan solo una parte de la imagen (lo que no significa que sea necesariamente
errónea). Pero el incremento de la violencia en Caracas no es una opinión, es
un dato estadístico: está en los puestos de cabeza de la delincuencia violenta en
el continente americano. ¿Cómo se conjuga eso con una mejora de las condiciones
de las clases bajas? Decido informarme en cuanto tenga un poco de tiempo.
Vuelvo a hacer acopio de libros de
escritores venezolanos, unos jóvenes, otros menos. Tampoco es la literatura
venezolana muy conocida fuera de sus fronteras –si comparo, una vez más, con la
argentina, la colombiana, la mexicana y la peruana-. De los clásicos sólo recuerdo haber leído a
Uslar Pietri y a Rómulo Gallegos. Durante los pocos días que estoy aquí son
varias las personas que afirman que la literatura se encuentra en un momento
muy bueno en Venezuela, que hay un resurgir de los distintos géneros literarios.
Me pregunto si tendrá algo que ver con la crisis que atraviesa el país. No es
infrecuente que el arte se vuelva más dinámico, más intenso en momentos perturbaciones
sociales y políticas. Ha sido así en Cuba en los años noventa, lo fue en
Alemania del Este en los años que rodearon la caída del muro y creo que lo está
siendo ahora en España. Hace años, cuando me preguntaban por la situación de la
literatura española solía responder que no me parecía que atravesase un momento
particularmente brillante. En los últimos tiempos, sin embargo, he encontrado
varias obras notables de autores no consagrados. Como si la crisis espolease la
inventiva, la rabia, la sensación de que hay algo importante que contar y de
que hay que encontrar nuevas maneras de hacerlo porque las antiguas ya no
sirven.
Después de conversar con varios
periodistas y escritores y con la dueña de la librería El Buscón, me llevo
libros de Juan Carlos Méndez Guédez, Alberto
Barrera Tyszka, Oscar Marcano, Gabriel Payares, Rubi Guerra y una antología de
cuentos recientes hecha por Carlos Sandoval. Me hubiese gustado llevarme alguno
más que me recomiendan, pero ahora sí que la maleta está completamente llena.
Hay calles de Caracas con una vegetación
que te hace olvidar que estás en una gran ciudad. Enormes mangos y palmeras y
tantos otros árboles que desconozco ocupan los patios y flanquean las calles.
No sólo las flanquean, crecen en medio de la calzada y levantan el asfalto y
las aceras con sus poderosas raíces, sin que parezca molestarle a nadie. Al
fondo de muchas calles se descubre la inmensa masa verde de El Águila; aunque
me gustan las ciudades con río, prefiero las rodeadas de montañas, sobre todo
si son montañas cubiertas de vegetación, como Antigua o Caracas.
Para salir de Caracas tengo que formar en
siete colas sucesivas. Durante la última, ya dentro de la rampa de acceso al
avión, un soldado me cachea y después otro inspecciona por tercera vez mi
equipaje de mano. Pero ahora se trata de un control sumario; antes de facturar,
otro soldado había efectuado un meticuloso examen de mis pertenencias, que
incluía olisquear uno por uno los libros que llevo en la maleta. Otra tarea que
se simplificará cuando se imponga el libro electrónico.
A pesar de la sensación de inseguridad en
las calles, de la antipatía instintiva que siento hacia la presencia frecuente
de lemas institucionales en la televisión y en grandes carteles, y de que me
inquieta ese patriotismo retórico y algo chillón que le sale a uno al paso
continuamente, me quedo con ganas de regresar a Caracas, más bien, de regresar
a Venezuela y conocer algo más del país.
Pero no será ahora. Vuelvo a España. Tengo
una pausa de dos semanas antes de la próxima ronda, que abarcará Buenos Aires,
Montevideo, Santiago de Chile, Lima y Bogotá. Guardo de Santiago un mal
recuerdo –que incluye una agria discusión con un pinochetista-, que me gustaría
corregir. De estas cinco ciudades, la única que no conozco es Montevideo. Todas
ellas me atraen. Y a pesar de que de cada visita solo me puedo llevar unas
pocas impresiones, apenas un boceto borroso que exigiría mucho más detalle, me
alegra la perspectiva del próximo viaje.