El escritor irlandés se presentó en el
ciclo La Ciudad y las Palabras de la UC. Habló de su obra y de las
novelas firmadas por su alter ego
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John Banville atiza la imaginación de su alter ego: Benjamin Black./latercera.com |
A la hora del desayuno John Banville dio los
primeros aperitivos de su visita a Chile. De camisa negra y chaqueta
gris, el escritor irlandés dio muestras de su genio y de su humor en un
encuentro en el campus Lo Contador de la UC. Premiado y celebrado por la
crítica, Banville es hoy más conocido por su alter ego, Benjamin Black,
escritor de policiales: “Inventé a Black como una aventura. Pensé que
sería solo un libro, y luego dejaría al personaje de lado, pero averigüé
que tenía cierto talento para la literatura barata”, dijo entre risas.
Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el autor irlandés aterrizó en Santiago el martes desde Buenos Aires, donde participó en la Feria del Libro. Antes, había hecho escala en la Feria de Bogotá, Colombia.
Ayer en la tarde, el autor de novelas como El mar y El libro de las pruebas participó en el ciclo La Ciudad y las Palabras, organizado por el Doctorado en Arquitectura de la UC y apoyado por La Tercera.
El auditorio estaba lleno. Banville no defraudó: conversó cerca de
una hora con el director del Doctorado en Arquitectura, Fernando Pérez.
Y se mostró sagaz, amable, agudo y con gran sentido del humor.
Repasó su infancia en Wexford, donde nació en 1945. Contó que en su
casa no había libros, pero con sus hermanos se obsesionaron con las
palabras y con escuchar historias. “Con las historias podemos perdonar
muchas cosas, uno se puede escapar pero a la vez encontrarse con uno
mismo”, dijo.
Su madre quería que fuese arquitecto, pero -según reveló- “no tenía
ningún talento”. Sí tenía ganas de dejar su ciudad, donde se sentía
asfixiado por la influencia de la Iglesia. Entonces, se empleó en una
línea aérea. “Viajé alrededor del mundo y el 68 conocí a mi esposa en
San Francisco”, relató.
Habló de la tradición literaria de su país -Joyce, Beckett-, de cómo
los escritores construyen los lugares de su ficción y de la
imposibilidad de huir de las raíces: “Uno no se escapa jamás de su lugar
de origen”.
De allí, de sus recuerdos de la Irlanda de los 50, nacen los escenarios de Benjamin Black, contó.
Escritor refinado, Banvi-lle declaró su admiración por Henry James, a
quien llamó el padre de la novela moderna. “Las grandes obras realmente
levantan el alma, una obra de arte es una experiencia”, reflexionó a
propósito.
La escritora Carla Guelfenbein quiso saber su opinión de la
inspiración. Banville respondió: “La inspiración llega una vez al año;
el trabajo es una labor diaria: es concentración, pasión, compromiso y
tratar de nunca rendirse”.
FORTUNA Y OLVIDO
Por la mañana, Banville había adelantado algunos temas, como su
experiencia de escritor autodidacta. “La educación universitaria me
hubiese dado una disciplina que me falta. No haber ido a la universidad
me impidió beber a destajo, seguir a las chicas, levantarme más tarde...
Pero un artista debe transformar las desventajas en ventajas. Así que
logré establecerme cierta disciplina en mi desorden mental”, señaló.
Escritor de la memoria, como lo hace en El mar (Premio Booker 2005),
detalló su obsesión con ella: “Siempre me ha sorprendido el pasado. Me
recuerdo a los 4 o 5 años y yo era muy nostálgico. Me fascina saber
cuándo el pasado se convierte en pasado: ¿Cuando han pasado 10 segundos,
10 horas o 10 años? Creo que el pasado es algo que uno se imagina. La
comunidad científica ha dicho lo mismo, y se han dado cuenta que yo he
tenido la razón todo el tiempo”.
Hace 10 años, Banville publicó El secreto de Christine, la primera
novela de Benjamin Black. “Black es un artesano y él está orgulloso de
su obra. Con Black siempre espero entretención y poder hacerme de una
fortuna. Mientras el pobre Banville pretende ser un artista”, dijo.
“Creo que en 50 años más cuando alguien consulte sobre Banville será
derivado a Benjamin Black. Y la obra del señor Banville será olvidada
por completo”, agregó.
El año pasado, los herederos del escritor estadounidense Raymond
Chandler le pidieron revivir al detective Philip Marlowe. Así publicó La
rubia de ojos negros. “Para Chandler el estilo lo era todo. Yo lo
admiro enormemente. Y disfruté mucho haciendo el libro”, comentó.
También ensayó las diferencias literarias entre irlandeses e
ingleses: “La literatura irlandesa es la venganza contra los ingleses
con respecto a la colonización. En la escritura, los autores ingleses
buscan claridad y los irlandeses una suerte de rebelión. Para mí la
lengua es un lente que también se distorsiona. Me encanta la ambigüedad.
Los grandes escritores irlandeses me hacen pensar en las estatuas de la
isla de Pascua, los Moái, siempre mirándote severos y desde cierta
distancia… En un pequeño país como el nuestro es extraordinario tener
tan buenos escritores. Es una fuente de orgullo”.
Hoy, a las 12.00, Banville tendrá una conversación en la biblioteca Nicanor Parra, de la UDP, con Arturo Fontaine.