Macondo bate récords como país
invitado de la feria del libro de Bogotá mientras empiezan a conocerse
detalles de sus archivos, que podrán consultarse en octubre
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La feria del libro de Bogotá está batiendo récords de
asistencia tras haber designado al imaginario Macondo como país invitado
/Fernando Vergara./lavanguardia.com |
El pasado 24 de noviembre, el mundo se despertó con una sorprendente noticia en la portada de The New York Times: los archivos personales de Gabriel García Márquez, fallecido hacía unos meses, habían sido vendidos por 2.200.000 dólares a la Universidad de Texas,
que los alojaría en su sede de Austin, en el centro Harry Ransom.
Muchos colombianos entraron en cólera y, como explica Consuelo Gaitán,
directora de la Biblioteca Nacional, “nos preguntábamos por qué esos
papeles iban a estar en un país, los Estados Unidos, que le negó la
entrada a Gabo durante tantos años”.
El mexicano José Montelongo
es bibliotecario en la Universidad de Texas y fue la persona que viajó
hasta el domicilio de la familia para ver el archivo. “Una de las cartas
que más me llamó la atención –revela– fue una dirigida a un amigo,
donde, mientras escribe El otoño del patriarca en Barcelona, a
principios de los años setenta, le dice que se ha puesto a escribir unos
cuentos para niños, no para publicarlos, sino con el objetivo de
sacudirse de encima toda la atmósfera y el peso de Macondo. Tenía la cabeza colapsada tras haber creado todo aquel mundo”.
Un
mundo que vive un momento álgido. La feria del libro de Bogotá, que se
celebra hasta mañana lunes, está batiendo récords de asistencia tras
haber designado a Macondo como país invitado en su edición de este año.
“Es la primera vez, que sepamos, que un evento de este tipo invita a un
país imaginario”, sonríe Jaime Abello, director de la Fundación para el
Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y uno de los tres comisarios de
la iniciativa, junto a Piedad Bonnett y Ariel Castillo. Los más de medio
millón de visitantes previstos abarrotan cada día el pabellón estrella,
el de Macondo, que alberga diversas instalaciones, una exposición sobre
los viajes de García Márquez o muestra los objetos que vendían los
gitanos de Cien años de soledad, desde imanes hasta gramófonos pasando
por lupas o papiros. La voz del propio Gabo se oye de fondo al atravesar
un pasillo con fotos recientes de lugares del Caribe. Todo pretende
ser, en palabras de Abello, “un inventario de la sensibilidad: olores,
paisajes, sonidos…
Quisimos evitar los lugares comunes y, por
ejemplo, prohibimos que hubiera mariposas amarillas”. Toda esa
sensorialidad abarca desde la gastronomía a la música y se complementa
con los debates, que se celebran en una gallera, ese lugar tan caribeño y
en el que, por ejemplo, llevados por el fragor del escenario, tuvieron
una acalorada discusión los dos biógrafos del escritor, el colombiano
Dasso Saldívar y el británico Gerald Martin, quienes, moderados por Juan
Gabriel Vásquez, se acusaron de falta de rigor por la –discutida– fecha
de un viaje de Gabo a Aracataca junto a su madre.
El objeto más
codiciado por los visitantes es un mapa a gran escala de Macondo, que
empieza a escasear, pese a que se han realizado 85.000 copias. Macondo,
en realidad, aparece en solo cinco obras de García Márquez, sobre todo
en Cien años de soledad. Era el nombre de una finca bananera que vio un
día el escritor, que utilizó la palabra por primera vez en un cuento de
1954, Un día después del sábado, poniendo ese nombre a un hotel.
Volviendo
a Austin, está por ver la naturaleza exacta de la correspondencia de
Gabo, que se compone de un 90% de cartas recibidas y apenas un 10% de
cartas escritas por él. En una de esas, explica, aún mientras escribe El
otoño del patriarca, que “yo debí haber escrito esta novela en verso,
pero no me atreví”, aludiendo a la musicalidad de la prosa de la obra.
De hecho, dice que iba leyendo a clásicos españoles como Garcilaso o
Quevedo, de los que extraía pautas de respiración.
La decisión de
vender el archivo a la Universidad de Texas fue, según fuentes cercanas
a la familia, de Mercedes Barcha y sus hijos Rodrigo y Gonzalo, sin que
pudiera intervenir demasiado el propio escritor, afectado de senilidad.
En las negociaciones no intervino tampoco la agente Carmen Balcells. La
universidad y la familia afirman que toda la operación contó con “la
anuencia” del propio escritor.
Son varios los motivos por los que
se optó por Texas, una universidad que tiene en lo latinoamericano su
seña de identidad. García Márquez estará acompañado en Austin por los
papeles de Borges, el manuscrito de Rayuela o por los archivos de
autores que él admiraba y que fueron decisivos en su formación, como
Faulkner, Virginia Woolf o Hemingway. Además, la universidad se ha
comprometido a fomentar la difusión y consulta del legado, con un
programa de 80 becas para investigadores y poniendo a disposición de
todo el público el archivo digitalizado en Internet a partir del año
2016. La naturaleza pública de esta institución –a diferencia, por
ejemplo, de la Universidad de Princeton, que acoge los papeles de Vargas
Llosa o Fuentes– fue otro factor valorado por la familia.
El
precio de esos papeles, ligeramente superior a los dos millones de
dólares, ha sido también objeto de polémica en Colombia, al compararse
con lo que la misma universidad ha pagado por otros fondos: seis
millones por los archivos del caso Watergate, y tres millones y medio
por el del actor Robert de Niro.
El fondo contiene los manuscritos de
diez novelas, cuarenta álbumes de fotos, varios recortes periodísticos,
cartas con escritores e intelectuales, dos máquinas manuales de
escribir, cinco ordenadores y otras pertenencias. Uno de sus principales
atractivos es poder asistir al proceso creativo de García Márquez, a
sus “pinceladas ocultas”. “En el manuscrito final de Cien años de
soledad, en 1967 –explica Montelongo–, observamos cambios menores como
la eliminación de varios puntos y aparte. Pero tenemos dos versiones
distintas de El otoño del patriarca (1975), otras dos de Crónica de una
muerte anunciada (1981), algunas más de El amor en los tiempos del
cólera (1985) o Del amor y otros demonios (1994), es como un in
crescendo hasta llegar a las diez versiones de En agosto nos vemos”, la
novela inédita en la que trabajó durante sus últimos años de lucidez y
que no quiso destruir. El fondo contiene, asimismo, varias versiones de
sus memorias Vivir para contarla (2002). También están las fichas y los
libros sobre Simón Bolívar que utilizó para escribir El general en su
laberinto (1989).
Los expertos trabajan estos días en la
catalogación de todo el material y en tareas como la desencriptación de
los cinco discos duros –con la esperanza de recuperar incluso
documentos que hubiera borrado el propio García Márquez– o
desenganchando las fotos de los álbumes familiares y quitándoles el
pegamento. Todo se abrirá, por fin, al público en octubre, tras un gran
evento inaugural presentado por Salman Rushdie. “Somos una universidad
pública, con 50.000 estudiantes, y tratamos igual al biógrafo más
prestigioso que a un señor jubilado que sienta curiosidad por verlo, no
pedimos acreditaciones ni nada parecido. Los papeles de Gabo son de
todos y estarán al acceso de todos”, apunta Montelongo, junto a la
gallera de Macondo.