viernes, 8 de mayo de 2015

Soy yo

Su caso podría ser considerado tan ilustrativo como paradigmático de lo que describió Didier Eribon en Reflexiones sobre la cuestión gay y Retorno a Reims acerca de la injuria

 
Para acabar con Eddy Bellegueule de Édouard Louis.

Édouard Louis, autor francés de Para acabar con Eddy Beelegueule.

La familia de Eddy Bellegueule en Le Nouvel Observateur, donde se intentó indagar en la vida real detrás de la novela./pagina12.com.ar
 
Señal de salida del pueblo de Hallencourt, donde vivió el protagonista de Para acabar con Eddy Bellegueule.
Y fueron los libros de Eribon y Bourdieu los que le revelaron a Eddy Bellegueule la trama de su propia vida en el pueblo de Hallencourt, en el norte de Francia, a punto tal de llevarlo a escribir una novela autobiográfica y cambiar su nombre por el de Edouard Louis. Una historia familiar signada por la violencia y una vida escolar marcada por el estigma llenan las páginas de Para acabar con Eddy Bellegueule, un libro que, además de arrasar en ventas en Francia, generó más de una polémica mediática e, inclusive, un cuestionamiento acerca de si un escritor debe contarlo todo.
La casa de Eddy Bellegueule está llena de los huecos que dejan los puñetazos de su padre contra la pared. Sangra cada vez que da un golpe y la pared va tomando un color amarronado. La madre tapa los huecos con los dibujos que hacen los hermanitos. La tía, cada vez que se emborracha, se arranca los dientes con una tenaza. Afuera Eddy no la pasa mejor, tiene diez años, es asmático, desgarbado y de voz aguda: en un pasillo solitario del colegio dos chicos lo escupen en la cara y después lo obligan a sorber la escupida. “¿Sos marica vos?” “Esa pregunta me la grabaron para siempre como un estigma, como eso que los griegos marcaban en el cuerpo, con un hierro rojo o con un cuchillo, a los individuos que se apartaban de la norma y eran un peligro para la comunidad.” Para acabar con Eddy Bellegueule cuenta la infancia –un infierno– de este niño alternando una voz que narra los hechos con la distancia de un juez, y las voces de su entorno, familia, amigos, el pueblo, reproducidas en vivo y en directo (voz un poco opacada por la traducción española, hay que decirlo). “De mi infancia no me queda ningún recuerdo feliz”, arranca el libro, para luego justificar con pelos y señales tal afirmación. El resultado: un viaje onírico y brutal a lo más íntimo de esta familia y este pueblo fabril al norte de Francia (Hallencourt, en la vida real) que puede equivaler a un viaje a lo más oscuro y denso de la humanidad.
“Eddy Bellegueule soy yo”, declaró Edouard Louis de 22 años, parafraseando a Flaubert, cuando en enero de 2014 su primera novela vendió en dos meses 200.000 ejemplares en su país y en menos de un año fue traducida a múltiples idiomas. “No hay una sola línea de ficción en el libro”, dice Louis, que en una especie de restitución de sí mismo, dejó su casa para siempre a los 17 años y cambió su nombre (Eddy Bellegueule por Edouard Louis) mediante un proceso judicial. “El título de la novela, con mi nombre, fue algo muy difícil de asumir para mí. A medida que se acercaba el momento de su publicación, empecé a sentir miedo. Eddy Bellegueule había sido el nombre que durante toda mi infancia había detestado. El nombre de la injuria, del pasado que me había rechazado, antes de que yo mismo lo rechazase.”
A través de la pantalla de Skype, la casa de Louis hoy en París se ve moderna y luminosa. El impecable sweater azul que lleva puesto lo hace parecido a su foto en la tapa del libro. Detrás, una biblioteca inmensa. Louis ríe con ganas cuando se le pregunta si leyó todo lo que ahí se ve. “Sí. Leí muchos libros en poco tiempo porque cuando empecé a estudiar sentí que había llegado tarde”. Louis –que hoy cursa su doctorado en Sociología en L’Ecole Normale Supérieure– empezó a leer hace pocos años, porque en su familia “leer era un signo de pereza o feminidad” hasta que, a fines del secundario, se topó en la librería de su pueblo con Retour à Reims, un libro de memorias del filósofo francés Didier Eribon donde relata su infancia como hijo homosexual de una familia obrera. “El libro de Eribon me cambió la vida, de la noche a la mañana. Y me puse a leer Bourdieu (se refiere a Autoanálisis de un sociólogo). Ese libro me abrió las puertas de la literatura.” (Hoy Eribon, a quien está dedicada la novela, acompaña a Louis en alguna de sus presentaciones.) “Después vinieron Faulkner, mi favorito. Marguerite Duras, Thomas Mann, Thomas Bernhard. Todos autores que durante su vida y en su literatura, hablan sobre aquellos que nunca tuvieron visibilidad social. La locura, en el caso de Duras; Faulkner, sobre las clases populares de Mississippi.”
¿Cómo observás tu pasado después de haber escrito este libro?
–Para mí escribir el libro fue una forma de redescubrir mi pasado, mi infancia. Había cosas de mi infancia que no podía comprender, como la humillación, la violencia, que es el tema de la novela. Uno de los problemas principales de la violencia es que no la sentimos cuando nos atraviesa.
¿Te importaba contar la verdad o escribir una novela?
–Las dos cosas fueron lo mismo. La verdad era la meta al escribir la novela. Quería utilizar la literatura como una herramienta para decir la verdad, poner el lenguaje al servicio de la verdad. Aunque no la verdad para Eddy o Edouard. Se trata de una política de la verdad, de los mecanismos que nos construyen. Cómo al entrar en la sociedad somos construidos por las palabras: maricón, árabe, negro, etcétera. Después de eso, la pregunta es cómo podemos escapar de esas palabras.
¿La literatura es una manera de escapar?
–Una manera de escapar y buscar. Aunque en el caso de Eddy Bellegueule no se trataba sólo de escapar. No se trató de escribir como un acto catártico, hacer un ejercicio en torno de mi persona, sino escribir un libro político. Los libros de Simone de Beauvoir cambiaron las vidas de las mujeres. Creo que la literatura puede afectar poderosamente nuestras vidas. Hay libros que tratan sobre individuos que quieren huir de su infancia. El libro de James Baldwin (se refiere a Go Tell It on the Mountain de 1953), o los de Bourdieu. En ellos los protagonistas quieren ser libres y distintos a los otros. Son historias de infancia en contra de la familia. Pero yo quería señalar otra cosa: quería mostrar cómo Eddy no buscó escapar de su entorno, sino parecerse a ellos. El también es homofóbico y racista. Fue muy difícil no representarme como un niño más libre o más inteligente que los demás. Creo que hasta los grandes escritores cayeron en esa ilusión. Incluso la literatura más alta y poderosa cae presa de la figura del héroe. Al final del libro Eddy escapa. Ahora puedo decir que me alegro de haberlo hecho.
Algo de lo que dice Louis se refleja en la novela y a la vez la completa: “Tenía que vigilar mis ademanes cuando hablaba, aprender a tener una voz más grave, dedicarme a actividades exclusivamente masculinas. Me paraba frente al espejo y volvía a empezar. Hoy voy a ser un tipo duro. Mi padre se hacía preguntas en voz alta. Le preguntaba a mi madre si yo era un chico ¿Es un tipo o qué? Se pasa la vida llorando, le da miedo la oscuridad como a las chicas. ¿Por qué ¿Por qué es así? ¿Por qué? Yo no lo he criado como a una chica, lo he criado como a los demás chicos. Me cago en la puta”. Mientras el padre mete a unos gatos recién nacidos en una bolsa y los estampa contra una pared de hormigón, los maullidos se apagan de a poco y unos hilos de sangre caen por el plástico.
¿El libro sufrió rechazos editoriales que argumentaban que lo que se contaba no sucedía en Francia?
–Me decían que no podían publicarlo porque nadie lo iba a creer, que ya no existía ese tipo de vida. Hasta que finalmente Seuil lo quiso publicar. Cuando salió a la venta, la gente también se sorprendió. Pero puedo comprenderlo, porque las personas sobre las que construyo mi novela nunca llegan a tener un lugar dentro de la literatura, del discurso, de la política. La violencia que sufren es subterránea. La literatura propone nuevas formas de ver, propone mundos que nadie ve.
¿Creés que la novela toca un punto sensible para la sociedad francesa?
–No sólo de la sociedad francesa. Creo que es lo mismo en Francia, Estados Unidos, Chile. La violencia que yo experimenté no es responsabilidad de los que la ejercían, sino producida a su vez por su propia exclusión. Lo que quería señalar con Eddy Bellegueule... es la arquitectura de la violencia. Cómo, si sufrís de esa violencia todo el tiempo como lo hacen las clases populares, la única opción es reproducirla. Es lo mismo que pasó con Charlie Hebdo. Esos hombres que mataron llevaban una existencia miserable, de una extrema pobreza. Entonces lo ocurrido se puede comprender. Mi libro es lo contrario de una venganza, es un intento de comprender.
Le Nouvel Observateur envió a un periodista hasta Hallencourt a la casa de los padres de Louis “para verificar los hechos”. Y el 6 de marzo de 2014 tituló: “¿Quién es el verdadero Eddy Bellegueule?” “El ha recibido amor, nunca hemos sido homófobos”, dice la madre en el reportaje, sentada frente a un recorte de diario con la foto de su hijo. “Amo a mis hijos con un amor profundo y Eddy, es mi orgullo, era incluso mi favorito. No entiendo.”
¿Cómo viviste el accionar de Le Nouvel Observateur?
–Fue muy violento, más para mis padres que para mí. Es una visión de la realidad, de la verdad, ¡tan pobre! Claro que si le preguntás a mi madre si es racista te va a contestar que no. Pero si conversás con ella, va a decirte cosas como que los árabes se llevan todo nuestro dinero. Mi madre decía que los obreros eran unos burgueses porque tenían un salario todos los meses cuando nosotros no teníamos nada, sobrevivíamos de las ayudas sociales. La violencia que ellos padecen es invisible, subterránea. Lo que me interesaba en la novela no era analizar si había o no amor en mi familia, sino que la fuerza de las estructuras sociales es tan grande que a pesar del amor, consigue crear ruptura.
¿Volviste al pueblo a buscar información para la novela?
–Sí, volví al pueblo y traté de bajar al papel las cosas que había escuchado. Lo más difícil fue que sabía que lo que estaba escribiendo era muy personal e íntimo. Y por eso mismo resultaba difícil. Sufrí mucho durante los dos años que duró el proceso de escritura pero al mismo tiempo pensaba: es porque es tan íntimo que tengo que contarlo. La frontera entre lo político y lo íntimo es una frontera histórica. La sociedad siempre puso los conflictos, aquello de lo que no se quiere hablar, del lado de la intimidad. Cuando empezaron a surgir los primeros movimientos gays y feministas, muchos se quejaron de que lo que reclamaban era una cuestión personal, que la sexualidad y el género no interesan públicamente.
¿Qué lugar ocupa hoy la literatura en tu vida?
–Un lugar enorme. Me quiero dedicar a la escritura. Escribir, escribir, escribir. Sé que tendré que hacer otra cosa, quizás enseñar sociología. La mayoría de los escritores franceses pertenecían a la alta burguesía. Proust, Gide, Simenon, y podían dedicarse solamente a la escritura, pero no es mi caso. Para mí la literatura es una herramienta muy poderosa de intercambio y cambio. No me considero parte de ese “mundo de escritores”, centrados en sí mismos y en la literatura únicamente, que hablan todo el tiempo de eso. Si la literatura no plantea ningún problema existencial, no tiene valor. Si la literatura es un ejercicio de los burgueses por los burgueses, es solamente una contemplación, una parodia.