Luego del éxito de Cometas en el cielo, el escritor afgano Khaled Hosseini habla aquí de su nueva novela y de las dificultades del exilio
En 2007 Hosseini puso en marcha una fundación que lleva su nombre, destinada a proporcionar ayuda humanitaria al pueblo de Afganistán./revista Ñ |
Antes de que todo el mundo hablara de los 38 millones de libros que
vendió contando historias que transcurren en Afganistán, el doctor
Khaled Hosseini era conocido en la clínica californiana donde trabajaba
por ser el médico con peor letra del mundo: "Entregaban cada año el
premio a la peor caligrafía. Trabajé allí cinco años. Gané el premio
cuatro veces", confesará. Y porque se ponía el despertador entre las
cuatro y las cinco de la mañana para sentarse a escribir, mientras su
esposa y sus dos hijitos dormían, una historia desdichada, oscura y
deprimente ambientada en los 70 en su Afganistán natal. "Creo que mis
libros se han vuelto populares a pesar de mí mismo. Nunca creí que Cometas en el cielo
('The Kite Runner', 2003), iba a ser muy leído. Lo ubiqué en
Afganistán, un país que nadie conocía; el personaje principal no era uno
que despertara admiración y los buenos se morían. Si alguien lo leía
era para manotear acto seguido un Prozac –dice Hosseini hoy desde la
terraza cubierta del Carlton Baglioni, el hotel milanés que lo escucha
ventilar detalles de Y las montañas hablaron , su tercera
novela, recién salida del horno–. No trabajo como médico desde el 4 de
diciembre de 2004 y, desde ese día, mis horarios de escritura son más
humanos. Llevo a mis hijos hasta el micro escolar y trato de escribir
mientras ellos están en la escuela. No lo hago a mano porque, como le
dije, no puedo entender ni yo mismo lo que escribo. Uso una
computadora y nunca planeo o estructuro un libro. Simplemente escribo.
Lo placentero es que todo es posible y nunca sé dónde voy a
terminar." De corte y confección mucho más sofisticados que Cometas en el cielo -que se convirtió en película dirigida por Marc Forster y cuyo director de arte fue el argentino Carlos Conti- y Mil soles espléndidos –su segunda novela, de 2007–, Y las montañas hablaron
comienza en 1952 en Shadbagh, una desolada aldea afgana, e incluye
una hoja de ruta que, a lo largo de seis décadas, seguirá el rumbo de
sus personajes por Kabul, París, la isla griega de Tinos, en el
archipiélago de las Cícladas, por San Francisco, por Madrid. La
historia, que se inicia con la separación de dos hermanitos –Pari, una
nena de tres años, y Abdulá, de diez– cuando su papá decide vender a
la más chiquita a una pareja adinerada para asegurar la supervivencia
del resto de la familia y un futuro posible para Pari, se ramifica y
se convierte en una obra coral. "Para mí, lo más interesante es que la
impresión inicial que uno tiene de cada personaje es errada y esa
malinterpretación termina siendo algo sorprendente –dice Hosseini,
hijo de un diplomático afgano que logró exiliar a su familia en los
Estados Unidos cuando Khaled tenía 11 años–. Mi intención era escribir
una historia lineal sobre los dos niños, qué sucedió con ellos, si
alguna vez volvieron a reunirse y en qué clase de adultos se habrían
convertido. Que en cada capítulo se supiera algo nuevo sobre lo que
había sucedido antes y esto me permitía presentar a los personajes
desde diversas perspectivas." A los 48, Hosseini dice que escribe
historias en farsi , su lengua materna, desde que era un nene
de ocho años. "En 2008 y 2009 casi no escribí. Estuve ocupado con mi
familia y con mi padre, que estaba muy enfermo. Este libro en realidad
comenzó a surgir a fines de 2009. Me llevó dos años y medio
escribirlo. La idea original surgió en 2008 a pesar de que en ese
momento no supe que sería el inicio de la historia. Nunca reconozco el
momento de inspiración –admite–. Alguien me reenvió una noticia
acerca de familias afganas campesinas que para poder afrontar el frío
invierno vendían uno o dos de sus hijos a familias ricas de Kabul. Me
conmovió mucho esa historia, siendo yo mismo padre de dos niños. Se la
mostré a mi padre y él me contó que cuando él creció en Kabul en los
años 40 eso ya pasaba. Y sigue sucediendo hoy. Sin embargo pasó un año
hasta que volví a pensar en eso. Tenía en mi cabeza la imagen de un
campesino que atravesaba el desierto con una nena y un varón, y de
repente conecté esa imagen con la historia que había leído e imaginé a
ese hombre llevando a sus hijos a Kabul y a esos dos hermanitos, muy
unidos entre sí, sin saber que uno de los dos iba a ser vendido. Me
senté y escribí lo que sería un capítulo, unas cuarenta páginas. Pensé
que era un buen punto de partida para una novela. Creí que me iba a
concentrar en la historia de estos dos chicos pero a medida que fui
escribiendo me fui interesando por otras voces que iban a tener un
impacto en la vida de esos dos nenes.
–¿Cómo ven su obra en Afganistán?
-Comprendo que cualquier cosa que escriba despertará controversia y
polarización. Porque escribo sobre un país en el que no vivo desde
hace 37 años. Por lo tanto, en cuanto me siento a escribir la primera
palabra, como escribo sobre gente que vive allí y que está atravesando
las experiencias que yo sólo describo, van a tener una opinión. Creo
que es el dilema de todo escritor que vive en el exilio y escribe
sobre su tierra natal. Debo decir que, a pesar de eso, en general, la
opinión de mis lectores en Afganistán es bastante positiva, sobre todo
entre las generaciones jóvenes, profesionales e instruidos. Mi primer
libro fue el que más dividió a los lectores porque toca temas
sensibles y tabú en la sociedad afgana como la cuestión étnica, las
relaciones. Los otros libros son más fáciles de digerir.
–La familia y la memoria son siempre temas en su obra.
–Crecí en un país donde la familia es fundamental para entenderse a
uno mismo y para conocer la propia identidad. La genealogía es un
deporte nacional en Afganistán. Todo el mundo sabe quién fue su
"bis-tío y su tátara-tátara-tío". No se conciben como fulano de tal,
con nombre y apellido, sino como descendiente de fulano. Por eso me
sorprendo a mí mismo llevando mi escritura hacia ese tema. Y es
también allí que me doy cuenta de que emerge también la idea del
recuerdo con su naturaleza dual: esa idea de memoria como un modo de
proteger aquellas cosas significativas y que le dan sentido a nuestra
vida. O la memoria como fuente de dolor: vivimos experiencias
difíciles y tenemos recuerdos de esas vivencias. El libro comienza con
esta idea de memoria categórica, con esa fábula en la que le dan a un
hombre una poción para borrar los recuerdos. Para que no se acuerde
de que tuvo un hijo y lo entregó.
–Hay un personaje que es un médico exitoso en California que vuelve a Afganistán luego de casi dos décadas. Podría ser usted.
–Lo que le sucede en Kabul no tiene que ver conmigo pero sus
observaciones son mías. De hecho escribí ese capítulo poco después de
volver de Kabul en 2003. Estuve allí y sentí que era mi hogar, donde
había nacido, donde hice mis primeros amigos, donde aprendí a caminar y
a hablar. Pero cuando anduve por las calles y hablé con la gente, a
pesar de conocer la lengua, la música, la cultura, me sentí un
extranjero. Fue difícil de sobrellevar. Allí me siento de algún modo
responsable de lo que le pasa a esa gente y siento que les debo algo.
Tal vez sólo porque mi vida cambió tan dramáticamente para bien que
creo que algunas de las bendiciones que recibí no son del todo
merecidas. Como el personaje de la novela, me shockeó más volver a
EE.UU. que llegar por primera vez a Afganistán.
Hosseini, que recorre su país en nombre del Alto Comisionado de
Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), creó en 2007 una
fundación que lleva su nombre y se ocupa de ayudar a mujeres y niños.
"Ha sido valioso para mí que mis novelas hablaran de Afganistán, el
país en el que nací y crecí, que dejé a los once años pero que en mi
corazón sigue siendo mi país porque me considero, y me consideraré
siempre, un afgano en el exilio –escribió en el prólogo al libro editado
en Italia El cazador de historias. Un viaje al mundo del autor de 'Cometas en el cielo'
, de Isabella Vaj, traductora de Hosseini al italiano–. Es un honor
notable, para un escritor, sentir la responsabilidad de representar a
la propia cultura y transmitirla a quien lee y, a decir verdad, no ha
sido ésta la intención original de mi trabajo. Mi proceso creativo
tiene origen y se desarrolla siempre desde un punto de partida muy
personal, íntimo, que tiene que ver con las relaciones humanas.
Escribir una novela es, sobre todo, narrar y yo crecí en una cultura
de una gran tradición oral. Haber logrado que se conozca a mi país más
allá de las imágenes que dan los medios –guerra, terrorismo, opio,
discriminación– es un resultado extraordinario y precioso que ha hecho
que muchos se dieran cuenta de que Afganistán existe antes de la
invasión soviética y de los talibanes."
–¿Qué siente ante la controvertida presencia estadounidense?
–Tengo sentimientos encontrados. Después del 11/9, cuando el
presidente Bush dijo que iban a ir a Afganistán, fue un momento de
resignación. Iba a haber más muertes y más violencia, más bombardeos,
más gente iba a morir. Creíamos que eso iba a seguir igual, al menos
por un tiempo, pero había un sentimiento de que algo bueno iba a
surgir de todo eso. Que después de más de dos décadas de guerra, el
país iba a encontrar un rumbo. Recuerdo haber ido a Kabul en 2003 y
había en la gente una especie de optimismo, de entusiasmo por el
futuro. Eso se fue diluyendo en mis visitas posteriores. Hoy creo que
la gente es más realista respecto de los problemas y hay un
sentimiento de desilusión no sólo por la presencia de EE.UU. sino
también hacia su propio gobierno. Hoy Afganistán tiene un futuro
incierto.
–¿Cuál es el primer recuerdo de infancia que tiene de su país?
–El auto de mi padre. Tenía un W Buik blanco modelo 1962 y me acuerdo de mi papá volviendo a casa con ese auto.
–¿Y el último?
–La última vez que estuve allí, en 2010, vi cómo un palacio enorme que
fue construido en los años 20 y que era una suerte de Versailles
afgano hoy está destruido. El Darul Aman se convirtió en un lugar en
ruinas donde se asientan refugiados. Toda una metáfora de lo que
sucede hoy en Afganistán.
Así escribe: Te voy a contar una historia
Muy bien, si queréis una historia, os contaré una historia. Pero sólo
una. Que ninguno de los dos me pida más. Ya es tarde, y tú y yo
tenemos un largo día de viaje por delante, Pari. Esta noche tendrás que
dormir. Y tú también, Abdulá. Cuento contigo, hijo, mientras tu
hermana y yo estemos lejos. Y tu madre también. Vamos a ver. Una
historia. Escuchadme los dos, escuchadme bien y no me interrumpáis.
Había una vez, en los tiempos en que divs, yinns y gigantes vagaban
por estas tierras, un granjero cuyo nombre era Baba Ayub. Vivía con su
familia en una aldea llamada Maidan Sabz. Como tenía una numerosa
familia que alimentar, Baba Ayub se dejaba la piel trabajando. Cada
día, desde el alba hasta la puesta de sol, araba sin descanso,
revolvía la tierra y cavaba y se ocupaba de sus escasos pistacheros. A
todas horas podía vérselo en su campo, doblado por la cintura, con la
espalda tan curvada como la hoz que blandía el día entero. Sus manos
estaban siempre llenas de callos y a menudo le sangraban, y cada noche
el sueño se lo llevaba en cuanto su mejilla tocaba la almohada. Debo
decir que, en ese aspecto, no era el único, ni mucho menos. La vida en
Maidan Sabz era dura para todos sus habitantes. Hacia el norte había
aldeas más afortunadas, situadas en valles con árboles frutales y
flores, donde el aire era agradable y los arroyos traían aguas frescas
y cristalinas.
Página 13 de "Y las montañas hablaron".
Khaled Hosseini básico
Nació en Kabul, Afganistan en 1965 pero se trasladó a Estados Unidos
en 1980. En 2006 fue nombrado embajador de buena voluntad del ACNUR
(Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados). Tanto su
primera novela, "Cometas en el cielo", como la posterior "Mil soles
espléndidos" se convirtieron pronto en superventas internacionales y
fueron publicados en más de cincuenta países.
En 2007 Khaled puso en marcha la Fundación Khaled Hosseini, destinada a
proporcionar ayuda humanitaria al pueblo de Afganistán para aliviar
su sufrimiento y contribuir a crear prósperas comunidades. Actualmente
vive en California.