No crea todo lo que lee. Las trampas para forjar un titular engañoso son recurrentes. Consejos para detectarlas
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Hay que leer sin tragar entero porque si no.../elpais.com |
La revista Science publicó hace un año 20 consejos para entender correctamente las afirmaciones científicas, que el Cuaderno de Cultura Científica adaptó posteriormente
para interpretar resultados y publicaciones de este ámbito. Pero la
mayoría de las personas no se detiene a indagar en profundidad y reciben
este tipo de noticias a través de grandes medios de masas y de
Internet, los cuales, en ocasiones, reproducen estudios poco rigurosos o
lo hacen de forma sesgada. Antes de asumir como verdad lo que nos llega
por estas vías es muy recomendable tener en cuenta las siguientes
consideraciones.
Titulares simplificadores
Hay que tener en cuenta que no basta un estudio
aislado para darle la vuelta a un conocimiento que ha ido asentándose
durante años
Los titulares tienden a simplificar la realidad y a intentar llamar
la atención del lector. Esto a veces va en menoscabo del rigor. Un
artículo puede explicar muy bien en qué consiste un estudio y dar muchos
detalles, pero quizás su título induce a una conclusión demasiado
contundente, incluso errónea. Así que conviene leer el texto entero de
un artículo antes de hacerse una opinión sobre algo. También sucede que
las propias piezas periodísticas (ya sean escritas o audiovisuales)
tienden a simplificar los conceptos para hacerlos accesibles y
atractivos, lo que en ocasiones deja en el camino matices que pueden ser
muy importantes. Así que echar un vistazo al estudio original es
siempre una buena opción.
Dónde está publicado
Un estudio puede ser igual de verdadero si lo publica un pequeño blog o el The New York Times.
Pero si algo muy extraordinario está en el primero y no en el segundo,
habría que sospechar. Y lo lógico es que la desconfianza crezca de forma
directamente proporcional a lo sorprendente del estudio. Es raro que
una pequeña web sea la única que consiga la noticia científica que
cambiará la evolución de la humanidad. De hecho, ni siquiera los grandes
medios suelen publicar primicias de descubrimientos científicos. Al
contrario que los políticos, cuando un investigador completa un estudio,
no se suele dirigir a la prensa para difundirlo directamente. Y
convendría ser escéptico si lo hace, como advierte Robert L. Park en su
libro Ciencia o vudú (editado por Grijalbo), puesto que es probable que quiera sacar un rédito comercial a un hallazgo dudoso.
Su origen
¿Dónde acude el científico para dar a conocer su descubrimiento?
Normalmente, antes de llegar a los medios generalistas de comunicación,
un estudio será publicado en una revista científica especializada que
debe ser citada en la información. No son medios tradicionales con
periodistas, sino con científicos que examinan que el estudio en
cuestión se haya ejecutado de forma adecuada y sea certero. Tampoco
todas estas publicaciones tienen la misma fiabilidad. Una buena forma de
medirla es el índice de impacto, que se basa en el número de ocasiones
que los estudios de una revista son citados en determinadas
publicaciones. Nature, Science y The British Medical Journal
son algunas de las más prestigiosas en sus campos. Pero tampoco resultan
infalibles. Uno de los errores más sonados ocurrió en 1998, con la
publicación en The Lancet —una de las más reconocidas en
medicina— de un estudio que sugería que la vacuna de la triple vírica
causaba autismo. Con el tiempo se descubrió que se trataba de una estafa
y la revista lo retiró, pero el daño causado ha sido tremendo y todavía
hay quien cree en esta mentira. Además, últimamente se han oído algunas
críticas de científicos a las revistas especializadas por publicar los
artículos más llamativos, pero no necesariamente los mejores, como denunció el Premio Nobel de Medicina Randy Schekman.
Sin embargo, hoy por hoy existen pocas alternativas fiables a estas
publicaciones, así que las de más renombre siguen siendo la mejor
referencia para los medios generalistas y especializados, ya que los
trabajos fraudulentos o dudosos que publican son minoría.
Correlaciones engañosas
Hace un par de años muchos medios publicaban que se había demostrado que el chocolate adelgaza. Era fruto de un estudio con 1.000 personas publicado en la revista Archives of Internal Medicine.
¿Pero es realmente así? Entre quienes participaron en el experimento,
efectivamente, los que tomaban cantidades moderadas de chocolate tendían
a bajar su masa corporal, incluso con menos actividad física. Pero el
propio documento asumía que no se podía establecer una relación de
causa-efecto, y que podían influir factores como que quien está
adelgazando se recompense a sí mismo comiendo este alimento de vez en
cuando. Las conclusiones de la investigación apuntaban a que son
necesarios estudios más amplios para determinar si existe una causalidad
entre comer chocolate y adelgazar. Pero esto es algo que no alcanza a
los titulares y, muchas veces, tampoco a las informaciones que nos
llegan. Hay otra correlación curiosa con el chocolate: los países con más consumo son los que generan más premios Nobel.
De nuevo, parece muy arriesgado establecer una causalidad entre ambos
factores. Habría que estudiar qué otros influyen, como, por ejemplo, que
en los territorios con más tradición chocolatera haya mejores
universidades, tras lo cual también habría que preguntarse (e
investigar) el porqué.
Contradicen lo que sabemos
El caso del chocolate es uno de los que contradicen lo que sabemos.
Es un alimento con grasas y azúcar, sustancias que teóricamente
engordan. Más allá de otras que pueda contener, como antioxidantes que
hipotéticamente influyan en el metabolismo, el hecho de que el resultado
sea el contrario de lo que siempre se ha estudiado con respecto al
chocolate es, cuando menos, llamativo. Que un estudio contradiga los
conocimientos que tenemos de algo no quiere decir necesariamente que sea
falso: en ciencia se realizan nuevos descubrimientos que contradicen el saber anterior.
Pero sí conviene tomar con muchas reservas todas las afirmaciones que
suponen una negación del paradigma establecido; normalmente no basta un
estudio aislado para dar la vuelta al conocimiento que ha ido
asentándose durante años.
Hecho en animales o en personas
Los animales sirven para experimentar y son una fase importantísima
de muchos los experimentos científicos anterior a los ensayos clínicos.
Pero son eso, una fase. Lo que sucede en su organismo no es siempre
extrapolable al de los seres humanos. En 2012, un estudio publicado en la revista Food and Chemical Toxicology
afirmó que un tipo de maíz transgénico causaba tumores en ratones y,
con él, muchos medios publicaron que esta variedad era cancerígena. El
artículo fue desacreditado por la máxima autoridad sanitaria europea (EFSA)
por diversos fallos metodológicos. Pero incluso si se hubieran sacado
esas conclusiones de forma correcta, habría que tener en cuenta que los
humanos no somos ratones: ni si se descubre una cura para el sida en los
roedores ni si se detectan en ellos tumores por consumir diversas
sustancias. Hasta que esas mismas conclusiones se extraen con personas,
hay que ser muy cautelosos, por mucho que puedan dar importantes pistas.
Cuántas personas participan
No es lo mismo un estudio hecho con 10 personas que otro con 10.000.
Parece obvio que si ambos presentan una correcta metodología, las
conclusiones del segundo son más sólidas que las del primero. Así, el
número de sujetos es un factor más que tener en cuenta a la hora de dar
credibilidad a un experimento. En el caso del mencionad estudio que correlacionaba diabetes con consumo de sacarina,
se trataba de un análisis hecho (además de con ratones) con siete
personas que contradecía otros realizados con cientos de miles. Esto no
impidió que algunos medios titularan de forma tajante las conclusiones
del primero. Sería también un ejemplo de afirmación que contradice lo
que sabemos.
Quién está detrás del estudio
Si el estudio está bien realizado y puede ser replicado, da igual
quién lo ejecute, sea una empresa o un organismo independiente; tendrá
la misma validez. Pero lo cierto es que existen muchos sesgos a la hora
de ejecutar una investigación. Si una empresa publica un análisis sobre
las bondades del producto que comercializa, es de esperar que los
resultados sean favorables, entre otras cosas porque probablemente de lo
contrario no los publicitaría. Es lo que se conoce como “falacia de la
evidencia incompleta”. También es justo reconocer que la financiación de
compañías privadas ha sido clave para impulsar numerosos avances en sus
campos, así que el mero hecho de que sea una empresa la que financie
una investigación, ni mucho menos la invalida. Pero si una marca de
chocolates aparece anunciando lo mucho que adelgaza, habría que tomar
con cautela la afirmación, aunque pueda ser verdadera. No era el caso
del estudio mencionado al principio de estas líneas. Por cierto, este
fue realizado por la Universidad de California.
El socorrido “podría”
“Correr cinco minutos al día podría aumentar tus años de vida”. Así titulaba Bussines Insider
una información el pasado 31 de julio. Es fácil darle la vuelta a ese
condicional usado con frecuencia en noticias científicas para no
pillarse los dedos: también podría no hacerlo. Y lo cierto es que en
ocasiones es lo más probable. El estudio al que hace referencia el
mencionado titular fue publicado en el Journal of the American College of Cardiology
y mostró que quienes corrían una media de 51 minutos semanales tenían
menos riesgo de mortalidad por problemas cardiovasculares que quienes no
lo hacían y su vida era una media de tres años más larga. Pero lo
cierto es que no se analizó si las personas que participaron en el
estudio corrían todos los días siete minutos o un par de veces en semana
unos 20 o 25 minutos, como reconoció Timothy Church, coautor del
estudio, a la revista Men’s Health.
Así que la afirmación del titular es, cuanto menos, arriesgada. Uno más
riguroso podría haber sido parecido a este: “Correr 51 minutos
semanales disminuye el riesgo de morir por problemas cardiovasculares”.
Seguramente, es menos atractivo que el primero.