El salsero se sentó con el cronista Alberto Salcedo para recordar las carcajadas junto al Nobel
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| En charla con Alberto Salcedo (izq.), el salsero Rubén Blades recordó las anécdotas vividas con Gabo./Diana Sánchez./eltiempo.com | 
Cinco fragmentos de la charla con la que el 
ídolo de la salsa Rubén Blades cautivó al público asistente a la 
celebración del premio Gabriel García Márquez de periodismo, en Medellín
 el jueves pasado, en diálogo con el cronista colombiano Alberto Salcedo
 Ramos.
Así se conoció con Gabo
No me acuerdo del nombre de la persona, pero 
había alguien que me decía que él era muy amigo de García Márquez. Eso 
fue antes del Nobel. Y este señor quería congraciarse conmigo por alguna
 razón. Así que le dije que sí, que me interesaría mucho conocerlo. Pero
 siempre era la amenaza de que un día íbamos a conocerlo y nada. Un día 
llegué al estudio y el tipo estaba allí. Me dijo: ‘Aquí te tengo a 
Gabriel, lo vamos a llamar a tal hora, él está en París o en México’, no
 recuerdo. Y yo al tipo no le creía mucho, porque no lo conocía muy 
bien, pensaba que me estaba ‘mamando gallo’, como dicen ustedes. Vino y 
me trajo el teléfono: ‘Mira, Gabriel está al otro lado’. Yo cojo el 
teléfono y digo: “Aló”. Y me responden: “Aló”.
- Este es Rubén.
- Este es Gabo.
- Qué bien.
- Igual.
- ¿Y cómo estás?
- Bastante bien. ¿Cómo estás tú?
- Bien.
- Este es Gabo.
- Qué bien.
- Igual.
- ¿Y cómo estás?
- Bastante bien. ¿Cómo estás tú?
- Bien.
Y en esa vaina nos quedamos. La conversación 
fue la vaina más monosilábica y más corta del mundo. Porque después a 
Gabo le dije que yo creía que el tipo me estaba jodiendo. Y él pensaba 
que lo estaban vacilando también. No nos conocíamos la voz, así que no 
había forma para mí de entender si ese era Gabriel o no. Como había un 
intermediario, los dos fuimos sumamente cuidadosos.
¿Cuándo lo vi en persona? Tampoco me acuerdo, 
pero es que es la naturalidad del encuentro la que hace que uno olvide 
los detalles. Y eran encuentros naturales, no eran encuentros con una 
estrella, y por eso se me olvidaron muchas cosas. Yo creo que fue en 
México donde nos vimos por primera vez (…)
Yo le dije: ‘Déjame hacer un disco de tus 
cuentos cortos iniciales. No voy a hacer adaptaciones, voy a hacer una 
interpretación del cuento’. Y eso le interesó. ‘Voy a escribir lo que yo
 siento del cuento, no lo que tú escribiste’. Y me dijo: ‘Dale y hazlo’.
 Me hizo todas las cartas de autorización y las mandó a todas partes 
donde tenía que mandarlas.
El disco salió y en mi vida nunca me han dado 
tanto palo como con él. La gente a la que le caía bien García Márquez y 
su obra me cayeron encima y me dieron la peor paliza de mi vida porque 
“había destruido y desvirtuado los cuentos del pobre Gabriel”. Los 
salseros tradicionales me cayeron encima y me apalearon porque “¿qué era
 esa necedad de cangrejos plateados a la luna robada y no la quieren 
devolver? ¿Qué carajo es eso? Pretencioso, idiota, destruyendo la salsa 
con esta porquería”.
Y al único que le gustó fue a Gabriel. Él me 
llamaba y me decía ‘Te he tenido que defender hoy, estoy agotado, te 
querían inmolar y te he defendido a capa y espada’. Así que a los dos 
únicos que les gustó el disco fue a él y a mí. Y un día llega un tipo 
que me está atacando y yo le digo ‘A Gabriel García Márquez le gustó’ y 
me suelta: ‘¡¿Y qué sabe Gabriel de eso?!’
Humor de Blades, humor de Gabo
El humor es una muestra también de 
inteligencia emocional, sin el humor yo no veo vida, no veo cómo pueda 
funcionar la cosa, sin humor y sin música. En Panamá no necesariamente 
nos reímos de nosotros mismos, en Estados Unidos tienen lo que llaman 
stand-up comediants, que hacen sus rutinas y se burlan de la gente, yo 
no creo que eso pueda hacerse en Latinoamérica. Tú te burlas de alguien y
 te meten un tiro. No hemos desarrollado todavía la capacidad de reírnos
 de nosotros mismos. Por eso, los chistes siempre son sobre los mismos 
temas y de las minorías. Tú no te puedes imaginar un stand-up comediant 
en una dictadura. Digo: el tipo termina, sale y no lo vuelves a ver más.
Gabriel tenía un sentido del humor muy 
desarrollado, tenía unas ocurrencias jocosas o inesperadas, de cosas que
 tú conoces pero él las planteaba de otra forma. Una vez me llamó a la 
casa cuando no podía entrar a Estados Unidos porque era subversivo y no 
sé qué. Entonces, llamaba desde el aeropuerto a los amigos. No podía 
entrar tres millas más allá. Era el tiempo de Reagan.
Entonces, me llama a la casa y yo estaba allá:
- Rubén, es Gabo
- ¡Hey! ¿dónde estás?
- Aquí en Nueva York
- Vente a la casa
- No, no puedo salir del aeropuerto
- ¿Y eso qué te pasó?
- No, por los problemas de la visa y tal. Mira, te quiero decir una cosa: Tú eres el desconocido más popular que yo conozco
- Espérame un momentito.
Y salí corriendo a buscar un lápiz y volví a pedirle:
- A ver, dime otra vez eso.
- Sí, que estoy en el aeropuerto.
- No, no, lo que me dijiste del desconocido.
- Ah, sí, que tú eres el desconocido más popular que yo conozco.
- Voy a escribir esa vaina y si alguna vez escribo un libro sobre mi vida, así se va a titular. Pero ¿por qué dices eso?
- Porque estoy hablando aquí con gente y le pregunto ‘¿Tú conoces a Rubén Blades?’ y me dicen ‘No’. Y les digo: ‘¿Y Pedro Navajas?’ ‘Ah, sí’. Y si hablo con un gringo, le pregunto: ¿Conoce a Rubén Blades? Y me dice: Sí, el actor. Pero ¿sabe que él canta?. ‘Ah, ¿si?’
Entonces, me llama a la casa y yo estaba allá:
- Rubén, es Gabo
- ¡Hey! ¿dónde estás?
- Aquí en Nueva York
- Vente a la casa
- No, no puedo salir del aeropuerto
- ¿Y eso qué te pasó?
- No, por los problemas de la visa y tal. Mira, te quiero decir una cosa: Tú eres el desconocido más popular que yo conozco
- Espérame un momentito.
Y salí corriendo a buscar un lápiz y volví a pedirle:
- A ver, dime otra vez eso.
- Sí, que estoy en el aeropuerto.
- No, no, lo que me dijiste del desconocido.
- Ah, sí, que tú eres el desconocido más popular que yo conozco.
- Voy a escribir esa vaina y si alguna vez escribo un libro sobre mi vida, así se va a titular. Pero ¿por qué dices eso?
- Porque estoy hablando aquí con gente y le pregunto ‘¿Tú conoces a Rubén Blades?’ y me dicen ‘No’. Y les digo: ‘¿Y Pedro Navajas?’ ‘Ah, sí’. Y si hablo con un gringo, le pregunto: ¿Conoce a Rubén Blades? Y me dice: Sí, el actor. Pero ¿sabe que él canta?. ‘Ah, ¿si?’
El rostro inescrutable de Mercedes
Una vez Gabriel fue a visitarme a mi casa en 
Los Ángeles, vino con Mercedes y yo estaba grabando casi todos los 
instrumentos de un disco. Me acuerdo que Gabriel y Mercedes se sentaron 
en el sofá y yo estaba parado. Tenía un tocadiscos malísimo y mientras 
esperaba que funcionara le conté: ‘Esto es lo que estoy escribiendo, el 
álbum se titula ‘Cantares del subdesarrollo’. Y le encantó el título. Y 
le mostré una canción y le dije: ‘Esta vaina se titula Tú te lo pipí’. Y
 se quedó pensando…
Estaba Mercedes, que tiene un rostro 
completamente inescrutable –cosa que siempre me ha preocupado, yo nunca 
sé si lo que estoy diciendo está bien o mal. Es como una jugadora de 
Poker–. Te está mirando (y Blades pone una cara de piedra)… Yo siempre 
le quise caer bien a Mercedes. Siempre me preocupaba mucho de decir las 
cosas correctas, pero nunca sabía por dónde iban los tiros con Mercedes.
Así que empecé con ‘Tú te lo pipí’. Y empecé a
 cantar: “Por una calle que lleva el nombre de un líder histórico / que 
de noche se llena de putas histéricas / de nombres bíblicos / se 
apareció un desempleado tartamudo, optimista olímpico / sin un centavo 
en su bolsillo / pero con una erección magnífica”.
Y Gabriel se empezó a reír hasta que se le 
acabó el cachete. Pero creo, me atrevo a afirmar, que me parece… ¡que vi
 pasar una sonrisa por los ojos de Mercedes!
Sobre sus canciones como crónicas
Sin falsas modestias, yo me sorprendo cuando 
escucho cosas como que Gabo afirmó que nada le hubiera gustado más que 
haber escrito Pedro Navajas. Nunca me atreví a repetirlo, porque me 
pareció una exageración. Pero creo que lo que estaba diciendo es que yo 
soy un periodista, me definí como un cronista de la música.
Resultaba difícil en el contexto de lo que es 
la música popular porque cuando yo comienzo a grabar era más bien música
 de escape. El argumento de una canción no interesaba, porque iba 
dirigido a la planta de los pies. Yo tenía una canción que decía “Co-Co,
 Co-Co, Cocoseco”. Y ya. No importa qué decía porque lo que importa es 
que estás bailando con la tipa que está al frente.
Cuando yo empiezo a escribir canciones que 
tienen que ver con una observación de la calle, de la vida, ya sea como 
testigo o como protagonista, las canciones comienzan a alargarse. Y las 
radios comienzan a decirnos que son muy largas, pero lo que nos están 
diciendo es que esas canciones atentan contra el ciclo de su publicidad.
 En ese tiempo, la canción básica duraba dos minutos y medio, y te daban
 un minuto de comerciales. Y tenían tres o cuatro canciones por cada 
diez minutos. Cuando yo salgo con mis cosas, ‘Pedro Navaja’ duraba siete
 minutos. Destruía el argumento de la publicidad, entonces los tipos no 
la tocaban porque era muy larga.
Básicamente, eran crónicas y en ese momento, 
la crónica no tenía espacio dentro de lo que era conceptualmente un 
medio para entretener, no para informar ni enfrentar ni proponer. Los 
que hacíamos eso éramos unas personas que atentábamos contra un sistema 
que funcionaba como empresa comercial.
“Vamos a hacer algo juntos…”
Hay una discusión de si la música popular 
tiene que ver con la cultura nacional. Se trata de diferenciar, como si 
una cosa fuera la cultura y otra la cultura popular. Es la cultura, y 
punto. El argumento entonces se ve sesgado por el prejuicio. Gente que 
dice: “Tú eres un artista y estás aquí para entretenerme no para opinar y
 el argumento no lo dije yo. Lo dijo Pablo Casals, en su momento, cuando
 dijo que el artista no estaba encapsulado en una torre de marfil desde 
la cual de vez en cuando saludaba, sino que es una persona. Y lo dijo 
después de pasar por la Guerra Civil Española (…).
Con Gabo, a pesar de que lo tuviéramos muy 
claro, siempre terminábamos hablando sobre este punto de la cultura 
popular. Yo le dije a él un día ‘Vamos a escribir algo juntos’. Y me 
decía ‘No, yo no voy a escribir nada juntos porque no vamos a terminar 
nunca’. Entonces, yo pensé: ‘Bueno, qué hago rápido? Y fíjate que es la 
primera vez que hablo de esto en público: le dije a Gabriel ‘Voy a 
escribir un cuento corto y lo voy a cantar’. Él se me queda mirando y me
 dice: ‘¿Cómo carajos vas a hacer eso?’. Él estaba leyendo un periódico y
 vi que decía cualquier frase y yo comencé a cantarla. Y él me pregunta 
‘¿Cómo vas a hacer el arreglo?’ Le respondí: ‘No va a haber arreglo, es 
muy complicado. Voy a inventar una melodía. Lo voy a cantar una sola 
vez, porque es importante que sea honesto, yo no sé dónde va a ir, pero 
voy a hacerlo de esa forma’. Entonces me dice: ‘Hazlo a ver qué pasa’. 
Ese fue el origen de la canción ‘GDBD’, que es Gente Despertando Bajo 
Dictadura (…).
En esa canción, el ruido que se oye por debajo
 es lo que me da el tono a mí. Y se trata de una ‘escultura sonora’ de 
un loco de Dinamarca, que estaba en el subterráneo, ubicado en la 46 y 
Broadway, en Nueva York. ¿Por qué me di cuenta de que eso existía? 
Porque un día, salí del estudio como a las 3 y media de la mañana, 
después de estar grabando un disco. Había caído una nevada horrorosa, y 
cuando yo caminaba por las calles hacia la estación del tren, escuché 
eso: “Bommmmm”, un ruido de fondo, y me puse a buscar de dónde salía el 
ruido, a esa hora, y con esa nieve, que me daba como por los muslos. Y 
me di cuenta que venía de abajo. Pensé: Debe de ser un generador, y se 
me ocurrió que eso me iba a dar el tono para hacer la canción. Yo 
necesitaba un tono para empezar.
Al día siguiente fui, y me di cuenta de que no
 había generador, y alguien me dijo que era una escultura sonora. ¿Qué? 
¿Escultura sonora? Y fui con una grabadora pequeña y grabé eso. Fui al 
estudio y le dije al ingeniero: “Hazme un loop (cinta que se repite 
infinitamente) de esto. Solamente te digo que lo vamos a hacer, ponme un
 loop largo’. Se me quedó mirando y me dijo: ‘¿Tú estás loco?’ Pero como
 estaba acostumbrado a las locuras mías, me hizo caso. Y yo lo canté una
 vez y ya (…)
No lo podía hacer dos veces, primero porque 
sería deshonesto. Corregir ya habría sido un ejercicio de vanidad. El 
argumento no era ser perfecto. Yo desafino un par de veces, hay cosas 
que yo, como el músico que le gusta hacer las cosas perfectas, no haría.
 Se hizo de esa forma, no hay segunda toma ni nada.
